Los garitos vacíos, sin música ni bebedores, tienen un rollo extraño. Son como actrices sin maquillaje. Como un matador sin traje de luces. Un huevo sin sal. Pero el Radio City, un faro que se mantiene enhiesto en la calle de Santa Teresa, como echándole un pulso a Ca Revolta, justo enfrente, y a todo lo nuevo que viene ahora, tiene su punto. Quizá porque hay mucha historia allí metida. Como ese viejo piano maltrecho que han tenido que sellar para que la gente no deje sus copas encima de las teclas. O ese retrato oscuro y melancólico en el que se ve el pub a través de las ventanas y que recuerda vagamente al famoso cuadro de Edward Hopper. O los carteles variopintos que cuelgan de las paredes, bajo ese techo pintoresco y único en el que un artista dibujó coloridos retratos de la fauna local y guiños misteriosos.
Luis Padilla aparece desde dentro para abrir la persiana. Es como un fantasma de la ópera, pero del Radio City. Ha llegado hasta abajo a través de una escalera interna. Él vive justo encima de la segunda planta baja, la del fondo, la más follonera. La zona donde se eleva el púlpito del DJ, donde reina la oscuridad y donde bailan y se arriman unos a otros. Antes, como en una primera dependencia, todo gira alrededor de una gran barra con forma de u invertida. El lugar de los charlatanes y la gente tranquila.
Esa barra era también el lugar donde se acodaba un cliente que se sentaba solo, pedía una cerveza y permanecía en silencio, pensando en sus cosas, observando, sin molestar a nadie. Las camareras se esforzaban en tratarlo bien y le hacían preguntas a las que él contestaba con monosílabos. Un día, agradecido por el trato, por el cariño que allí encontraba, llegó con ese cuadro de la esquina del Radio City. Todos lo elogiaron y le dieron las gracias. Pero después de eso, el misterioso cliente, que firmaba como Toni Bernad, no volvió a aparecer por allí nunca más. Y ya han pasado 15 años. El cuadro cuelga ahora en un lugar de privilegio y Luis lo mira con ternura. “Si es que reconozco hasta a una de las camareras, Bianca”.