Son estancias que suelen pasar desapercibidas. Puertas discretas que dan acceso a una mesa donde poder disfrutar de esa lubina salvaje a salvo de las miradas y, sobre todo, de los oídos de los demás. Salas que esconden más secretos que los archivos del CNI. Paredes que amortiguan el tono de voz, cuando las dos botellas de Petrus han hecho efecto. En otro tiempo, fueron feudo de las altas esferas de la política y de las cúpulas empresariales. Hoy, ya no hace falta pertenecer a un consejo de administración para comer en ellos. Los reservados se han democratizado, aunque muchos siguen albergando a personas que buscan una privacidad que no encuentran en la sala. En València, muchos restaurantes ofrecen este servicio. Otros ya no existen; y solo algún que otro hostelero, que vale más por lo que calla que por lo que dice, sabe qué pasaba entre sus cuatro paredes.
Probablemente, algunas de las confidencias más jugosas que han tenido lugar en esta ciudad fueron hechas en alguno de los reservados de El Canyar, el mítico restaurante que fue emblema de una época. Por allí pasaron todas las celebridades que pisaban València, desde Jacques Cousteau al astronauta Neil Armstrong, Julio Iglesias —era asiduo—, Jeremy Irons, Octavio Paz, el director de cine Elia Kazan, Daniel Craig, Ursula Andress, Catherine Deneuve o los Monty Python. También dio de comer a muchos, muchísimos políticos. Fue uno de los restaurantes que más frecuentó la alcaldesa Rita Barberá, acompañada muchas veces por la antigua cúpula del Partido Popular. Su merluza fresca y sus gambas rojas de Dénia eran su principal reclamo. La discreción y profesionalidad de los hermanos Seguí, propietarios del negocio, otras de las razones por las que la cúspide de la política, el artisteo y los peces gordos lo hicieron su catedral.