VALÈNCIA. Es una tarde de mediados de marzo, en la que no hace ni frío ni calor, pero sí corre un ligero viento. Tiempo de Fallas, que se dice, aunque no haya Fallas que valga. El clima no entiende de estas omisiones y, por tanto, anuncia la primavera con un rastro floral -ni rastro de pólvora-. Mientras camino por las calles del Ensanche, me voy cruzando con los niños que salen del colegio, y pienso que les falta algo sin los petardos en la mano. Los padres les recolocan la mochila y procuran que, por lo menos, tengan la merienda de las vísperas de fiestas, así que me descubro procesionando a su paso hasta la puerta de mi destino. Fabián, la orxateria de la calle Císcar. Están empezando a recoger las mesas, porque solo pueden abrir la cafetería hasta las 18 horas, pero la ventanilla sigue en marcha, y lo estará mientras haya masa de buñuelos que echar al aceite. Las familias se ponen en fila, y la fila ya da la vuelta a la esquina. La espera merecerá la pena si, cuando llegue su turno, todavía quedan buñuelos recién hechos, para sucar en chocolate caliente y, de un bocado, empezar a viajar en el tiempo. Hasta las noches de humo y fuego.
Eso, si Alicia no sale antes para anunciar que se han terminado. "Hay días que no duran ni dos horas, pero no podemos hacer más, porque somos cuatro personas", comenta. Ella se pone junto a Elena, la bunyolera que mueve la pala en el aceite, sobrina de los anteriores dueños y con veinte años de experiencia en el oficio. Su marido, Luis, le ayuda a despachar a la gente que pide por docenas. Y la hija de él echa una mano con el chocolate y los cafés que salen de dentro. Toda la familia empujando por un negocio veterano que, sin pandemia mediante, ahora estaría en su mejor momento del año y contaría con 20 empleados para cubrir la afluencia de clientes.