En toda parcela en la que las administraciones públicas tienen capacidad de intervención aún se cometen tropelías. O se financian favores. Se gasta todavía sin excesivo criterio. Continúan pagos de complacencia y lealtad. Es lo normal, consideran. “Es mi turno”, comentan algunos sin pudor. Vale, ahora un poco menos por cuestiones de imagen, aunque simplemente, se efectúa de otra forma.
Hay mucho vividor/mosca en torno al mundo político y su panal de rica miel. Vivir del entorno político es sencillo. Y más, entre cachorros. Observen. De profesión, ponen en sus redes sociales: político/a con lo que garantizan estela de poder y supuesta notoriedad.
Les gusta ya a todos ellos, además, “sugerir” al gestor de turno. Lo hacen guiados simplemente por gustos personales. Por ejemplo, conciertos, artistas afines, libros con los que contentar, artistas a los que imprimir obras de arte o incluso comprárselas y, de paso, exponerlas en espacios públicos con todo lujo. Pero ¿bajo qué criterios reales, estéticos, formales u objetivos?
Durante años, lustros, décadas y hasta hoy en día, nuestras instituciones están decididas a llevar un tren de vida más que cuestionable y ocupan una parcela de lo privado que no les corresponde.
Está muy bien que À Punt reanime el sector audiovisual, pero no por ello ha de ser la financiera de las productoras bajo el discurso de la necesidad e importancia de contar con una industria sólida que genere empleo, aunque pague como paga. Además, no será libre concurrencia.
O el sector teatral, por poner otro ejemplo, en el que el reparto de la subvención continúa a la orden del día. Es una forma de acercar o comprar voluntades, como se dice en el argot. En ese submundo existen auténticos privilegiados y hasta grandes profesionales de lo público. Vivimos una política del pasado. La creatividad hay que salir a buscarla. Y es enorme. No está en lo de siempre, en aquellos que han cumplido ciclo pero sirven para aplaudir y arropar en momentos claves. Así no existirá nunca avance y menos renovación.
Pero además, que me digan cuántas producciones teatrales, conciertos, espectáculos o representaciones operísticas financiadas con nuestros impuestos se encuentran recopiladas o se guardan para su difusión en los archivos de la extinta Canal 9 o ahora À Punt. Nos quedamos en la anécdota.