Este comienzo de junio nos volverá locos a todos, si estamos pendientes de las noticias políticas de nuestro país o patria, donde no es como lo que decía M. Rajoy de las peras y las manzanas. Aquí a un cacho de pera se le puede injertar medio plátano, y los votantes de la derecha civilizada, tan campantes. A fin de cuentas, tanto monta el señor Rivera como el aguerrido Abascal. Este último monta más si se descuidan, con su aura de conquistador (de Imperios). Pero no era de estos pactos en la cuarta dimensión de lo que una servidora quería hablar, sino de libros. Pido perdón y me disculpo, pero es que enciendes cualquier aparato o coges cualquier papel de periódico para envolver el bocadillo de tu hijo, y ahí está alguien o varios en una mesa delirando con unas negociaciones dadaístas. Las hay que llegan a la cuadratura del triángulo, pero en general se quedan en pura mentira en tirabuzón: yo a este señor o señora no los conozco, ni siquiera si apoyan a los señores en los que yo me recuesto; es más, los odio, y aunque formemos gobiernos de colaboración no daré la mano a nadie. Eso dicen al ser preguntados. Lo entiendo, pero el lado izquierdo de mi cerebro se niega a compartirlo. Yo iba a hablar de libros, concretamente de libros rechazados.
Los libros han ocupado, como mercancía –digo-, gran parte de este tiempo en las ferias. En la de Madrid, con la que el tiempo ha sido clemente, ha habido ganancias considerables sobre las ventas del año pasado. Ha firmado en ella una barbaridad de escritoras mujeres, que los medios resaltan como si las escritoras estuvieran creciendo como coles porque alguien de su cuerda se encarga de regarlas, no por su excelencia creciente. Lo que sí les diré por experiencia propia es que, en términos generales, hay más lectoras que lectores, y que éstos muchas veces compran libros para regalárselos a su madre o a su chica. Te piden la firma con cierta timidez abochornada, como si fueras a reñirles –cosa que no harías en toda tu vida. ¡Qué poco nos conocen!