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el callejero

El ingeniero agrónomo que vive en paz con la ELA

  • Foto: KIKE TABERNER

Tono de la Torre vive en uno de esos adosados con jardincito por delante y piscina compartida por detrás. Una de esas viviendas en las que, cuando estás tocando el timbre, ya sabes que va a salir un perro corriendo por delante. El perro es Max, al que Tono rescató de una camada que había sufrido malos tratos. De aquellos malos tiempos caninos ya sólo queda un rabo raro que el chucho, feliz e ingenuo, mueve como si fuera el mejor rabo del mundo. Tras la puerta nos espera Tono sentado en una silla de ruedas que adelanta malas noticias y que le deja en inferioridad. Pero este hombre de 58 años, además de ser un tipo exquisitamente educado, no se muestra como alguien atormentado, sino como un ser que vive en paz consigo mismo y con su entorno.

Su hijo, algo más taciturno, baja y saluda con seriedad. Luego, en vista de que Max no para de arrimarse y dar cariñosos lametones, lo coge del collar y se lo lleva escaleras arriba a petición de su padre. Tono está en la planta baja, donde reina, como en tantos y tantos salones, una televisión kilométrica rodeada por montañas de libros en estanterías donde Santiago Posteguillo lo mismo se codea con Graham Greene que con Luis del Val, Haruki Murakami o Dolores Redondo. En una esquina, apoyadas contra un pilar, hay un par de muletas.

Dos mujeres, que andan por la cocina y luego desaparecen, completan la escena. Una de ellas es Luz, que cuida de Tono desde que el 15 de marzo le diagnosticaron ELA, tres iniciales que combinan endemoniadamente mal. A primera hora de la mañana le ha ayudado a vestirse de manera informal -un polo y unos tejanos blancos- para la entrevista, y cuando nos vayamos, le echará una mano para ponerse traje y corbata porque ese mediodía recibe el Premio a la Excelencia Profesional del Colegio de Ingenieros Agrónomos de Levante. A Tono habían tratado de engañarle para que fuera pensando que iba a una comida sin más, pero al ver que insistía en declinar la invitación una y otra vez, tuvieron que decirle que estaba premiado y que iban a estar su madre, su hermana y sus dos hijos. “Y claro, tuve que decir que sí”, explica con una amplia sonrisa antes de añadir que le hace mucha ilusión.

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