VALÈNCIA. Junto a los arcos del puente del Real, bajo un árbol y al lado de una fuente, en un pequeño recoveco donde siempre hay sombra, se encuentra un banco de madera en el que, sobre el respaldo, alguien ha escrito con pintura blanca 'Fly me to the' y a continuación una luna dibujada torpemente. Allí termina de pasar la tarde Tomás mientras se encorva para leer un libro junto a todas sus pertenencias: una mochila marrón de Quechua, una bolsa blanca de plástico llena de cosas y una botella de zumo de piña y coco.
Tomás es cubano y llegó a València en 2002 después de casarse con una valenciana. Tenían su hogar en un lugar idílico, en una de las torres que hay frente al Sidi Saler y la playa de la Garrofera. Pero se le fue la mano con la bebida y su pareja acabó señalándole la puerta. Y así, de un día para otro, se encontró en la calle. Durante años siguió empinando el codo y dando tumbos, pero un buen día, hace un par de años, decidió tirar la botella y no volver a probar el alcohol nunca más. Tomás corría el peligro de sufrir un fuerte deterioro y terminar de arruinar su vida. Así que trazó un plan y decidió no desviarse ni un milímetro de él. Su idea, básicamente, consistía en cuidar su cuerpo y su alma. Deporte, lectura y unos horarios que no incumple jamás.
Tomás no se salta nunca el guion. Llueva o truene. "Porque en Cuba se dice que siempre que llueve, escampa", sentencia Tomás mientras sacude la mano para espantar las moscas que vuelven una y otra vez a su rostro envejecido.
Acaba de terminar la biografía de Nino Bravo, impresionado por su temprana muerte en un accidente automovilístico. "¡Se hizo un mito después de muerto!", exclama antes de pasar a explicar que Julio Iglesias, rendido a su voz, preguntaba por él cuando venía a València. Y, sin darse cuenta, pasa de hablar de Nino Bravo a Frank Sinatra, de quien también ha leído sobre su vida, de su amistad con Al Capone, con el presidente Kennedy, con Marilyn Monroe... "Pero Nino Bravo era mucho más humilde y jamás cayó en la corrupción. No se quiso ir nunca a Madrid porque quería mucho a su pueblo". Y de ellos salta a Joaquín Sabina, de quien le gustó que no se esconde, que habla abiertamente de todos sus defectos, de sus vicios, de sus dobleces. Y cuenta orgulloso que el padre de 'Calle Melancolía' grabó con Pablo Milanés, su paisano. Y rememora entonces aquella noche de verano en la que el cantautor cubano actuó en Viveros e interpretó 'Yolanda' y todos sus éxitos mientras él, tumbado sobre la hierba del viejo cauce, contemplaba las estrellas y escuchaba emocionado sus canciones. Porque la felicidad, a veces, también alcanza a quien no tiene casa, coche, ni cuenta corriente. "Él es de mi provincia", aclara orgulloso. Porque Tomás nació en la provincia de Granma, en el municipio de Manzanillo -una ciudad de 130.000 habitantes-.
Su pasado como atleta
Su madre, Edita Gómez, era funcionaria de prisiones, y su padre, Tomás Vázquez Carmona, era un buen trompetista que llegó a tocar en la capital con el conjunto Rumba Habana en los años 70. "Cuando él murió, yo tenía once años, era muy pequeñito. Mi padre se había ido a La Habana con mi hermana Elena y con la mujer de él, y yo me dediqué al deporte. Yo fui nadador, fui jugador de waterpolo y cerré en el atletismo. Yo tuve muy buenos parciales, con un 500 en 1.04 en una pista de arcilla y con unos pinchos (los clavos de las zapatillas) malos. Y yo ahora mismo me siento bien, bien, bien, gracias a Dios. Me siento igual que cuando era atleta porque no he dejado el deporte. Yo hago 1.400 flexiones en series de cincuenta. Yo entreno de lunes a sábado y hay días que subo a 1.600 o 1.700", alardea.
Tomás se despierta cada mañana a las cinco. Lo primero que hace es asearse: "Esta mochila es un salón de belleza. Con el dinerito que gano aparcando coches -es gorrilla- me compro mi champú, mi maquinilla de afeitar, mi pasta de dientes...". Después coge lo poco de valor que pueda tener y sale caminando hacia Blasco Ibáñez, llega hasta el final y luego cruza el Cabañal hasta desembocar en la playa. Allí se entrega al deporte. "Trabajo la fuerza y la resistencia. La fuerza y la resistencia", repite como un marine. Lo tiene todo cronometrado en un modesto reloj deportivo de color rojo. Dos horas de caminata a un ritmo elevado. Luego vienen mil abdominales en series de cincuenta, estiramientos y natación en el mar. Al acabar, una ducha fría. "Yo nací en Manzanillo, que tiene un malecón como la Malvarrosa. Los edificios y, ahí pegado, el mar".