El futuro es una construcción colectiva, aunque demasiadas veces se nos olvide. La ideación del futuro, de un futuro mejor que ilusione y movilice emociones y recursos, está recobrando cierta centralidad en el debate político en algunos países. Jóvenes políticos como Alexandria Ocasio-Cortez o intelectuales como Nick Srnicek y Alex Williams claman por reinventar el futuro.
Aquí nos hemos olvidado demasiado tiempo de pensar en él, o peor aún, hemos dejado de creer, si es que lo hemos hecho alguna vez, que lo podíamos definir juntos. La aparición de tecnologías supuestamente revolucionarias, la aceleración del progreso tecnológico —que, cuanto menos, se debe matizar— nos ha hecho creer que ciertos futuros son inevitables. O nos adaptamos o fracasaremos.
¡Tremenda paradoja! La multiplicación de las visiones futuristas individuales ha ido acompañada de la virtual desaparición de los planteamientos sobre el futuro de la sociedad en su conjunto. Vemos una proliferación de remedios, muchos de ellos incipientes: los vehículos sin conductor, los hyperloop, los viajes privados al espacio, los vehículos compartidos de distintas características (patinetes, motos o coches) o incluso las propuestas de túneles privados para la circulación a motor, la última ocurrencia de Elon Musk.
Como explicaba, todos esos remedios se visten de inevitables mientras que no nos planteamos cómo querremos vivir, cómo deseamos que sea la sociedad, cómo expresamos el derecho a la ciudad, el derecho a construir y definir los territorios que habitaremos. Las utopías se han esfumado y los pragmáticos no piensan en el largo plazo. ¿Viviremos en entornos más densos o más aislados? ¿cómo nos ganaremos la vida? ¿qué comeremos? ¿cómo nos querremos y cuidaremos? ¿apostaremos por la diversidad o los muros? Todo ellos será fruto de muchas decisiones individuales pero también de las decisiones colectivas, donde las políticas públicas, las normas y las regulaciones, tendrán un papel crucial. Dichas políticas son y deben ser la expresión de una idea plural de futuro a la vez que por definición sirven para gestionar preferencias y voluntades no coincidentes.
A la escala de la ciudad, la movilidad, de manera mucho más evidente que otros sectores como la vivienda o el espacio público, ha sido un terreno fértil para la aparición de numerosas grandes ideas, innovaciones solventes, falsos remedios y cacharros de toda índole que han prometido hacernos la vida más fácil con resultados desiguales.