VALÈNCIA. Tras una legislatura en la que la movilidad urbana en todas sus vertientes ha tenido un gran protagonismo y en la que, en particular, los autobuses han cobrado un rol específico como los instrumentos por excelencia de la propaganda política analógica en la era digital, parece que el PSPV-PSOE ha decidido coger el toro por los cuernos y asumir un reto a la altura del siglo, el mismo en el que Susana Díaz fracasó recientemente: pasar de puntillas por la campaña electoral y vencer en unas elecciones sin bajarse de uno, aunque ya no haya XimoBus propiamente dicho.
Sólo así se explica el rol presidencial asumido por Ximo Puig desde que avanzara las elecciones autonómicas ignorando a su socio Compromís, y más aún desde el inicio de la campaña propiamente dicha: no entrar en debates con nadie, ni tan siquiera en el propio debate entre candidatos en la Cadena SER, prescribir confianza ante un futuro Gobierno socialista en Madrid en los mismos temas en los que el actual no ha movido un dedo en firme en diez meses -como la reforma de la financiación autonómica- y sacar pecho de las cifras macroeconómicas de una legislatura en la que se ha creado empleo neto.
El concepto clave es optimismo: en tanto que el Botànic -al lado de sus correlatos municipales, no lo olvidemos- ha sido capaz de levantar en buena medida la hipoteca reputacional mediática que pesaba sobre el País Valenciano, el resto de problemas estructurales se van a resolver igual de rápido. A las voces que advierten de los síntomas de desaceleración económica y los problemas que atenazan a la economía valenciana las tacha el President de “alarmistas”, como hacía recientemente en una entrevista en La Vanguardia, mostrándose optimista con la capacidad de adaptación de las empresas valencianas. Y en este sentido, si bien existe una discrepancia en cómo afrontar la relación con el Gobierno del Estado respecto a la financiación y las inversiones -que no es un tema menor, ciertamente- el análisis y la posición de Compromís en materia económica no es a grandes rasgos muy diferente.
Más allá de los triunfalismos propios de toda campaña electoral, lo cierto es que el País Valenciano no ha tenido la pasada legislatura crecimientos del PIB muy distintos a los de las Comunidades Autónomas similares y limítrofes, gobernados por partidos de distinto signo, y que en todo caso este crecimiento económico y tendencias positivas provienen de 2014; antes, por tanto, del cambio de gobierno en la Generalitat. Y ciertamente el empleo se ha recuperado, pero al finalizar el primer trimestre de 2019 los algo más de 2 millones de trabajadores ocupados en el País Valenciano no llegaban a la cifra de ocupados del último trimestre de 2008. Pero aquí sí que hay diferencias, al menos frente a la media española: durante esta legislatura se ha creado un empleo más temporal que la media (casi un 30% de empleo temporal frente a algo más de un 27% estatal) y con salarios más bajos (desde 2012, los salarios valencianos y por tanto la renta disponible bruta han caído más de un 1% frente a la media española, situándose hasta un 10% por debajo de la misma). Ajustes que se han cebado especialmente en los trabajadores temporales y los sectores de sueldos más bajos. Las empresas valencianas son más adaptables que en 2008, sí… a un alto precio en términos sociales.