En el año recién nacido se conmemoran diversos aniversarios. En España, los 40 de la Constitución, en Europa (y en el resto del mundo), los 100 años del final de la Primera Guerra Mundial (IGM). Pero también 1918 marcó un cambio de época: el fin de diversos imperios (el austro-húngaro y el turco) y la aparición de una nueva potencia, Estados Unidos, que iría sustituyendo paulatinamente a Gran Bretaña.
De la misma forma que hace un siglo comenzaron importantes cambios geopolíticos que se consolidaron tras la Segunda Guerra Mundial (IIGM), probablemente nos encontremos ahora mismo en un momento parecido, aunque carecemos de la perspectiva necesaria para poderlo apreciar, como suele suceder en la mayoría de los procesos históricos.
Las monedas internacionales o divisas tienen como función principal la pecuniaria (unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor), pero algunas se usan más que otras a nivel internacional por motivos de seguridad, de liquidez o por la amplitud de los mercados financieros a los que se vinculan. Sin embargo, tendrían también una segunda función, como activo de reserva, y se mantendrían por motivos estratégicos, diplomáticos e incluso militares. En este caso la moneda sería un indicador del poder relativo de los países y otros países las mantendrían por motivos geoestratégicos. Desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1918 la libra desempeñó ese papel, coincidiendo con los años de mayor esplendor del Imperio Británico. Después de la IIGM el dólar (y Estados Unidos) sustituyó a la libra en el sistema monetario de Bretton Woods, manteniéndose como principal moneda de reserva internacional tras el final de dicho sistema en 1973 y hasta la actualidad.