En 1960, el río Júcar aún no había llegado al bar. Entonces, se llamaba bar Julián. Aproximadamente dos décadas después, una familia de Alcalá del Júcar se quedó con el negocio; rebautizó el local y las aguas volvieron a su cauce. De todo aquello se mantienen aún dos cosas: el nombre y Pepa, la cocinera. Este fue el punto de partida desde el que Geovani Graciano y David San Rafael han ido encauzado durante ocho años el establecimiento hasta lo que es. Me gusta llamarlo “el lugar donde dan de comer a todo el mundo” porque vayas cuando vayas hay comida en los expositores, que reluce como un tesoro, y gente a las mesas, mucha gente, que sonríe como gozosa.
Basta con un minuto para enterarse de quién manda aquí: el perol, la marmita, el caldero. Las 8 de la mañana es la hora clave, y no porque abra sus puertas, ni porque empiecen a llegar los primeros parroquianos y parroquianas (sí, al Júcar no van solo hombres, la tía Fina y la tía Rosa y la tía Marisa llegan temprano, vienen ya del mercado, descansan un poco del carro de la compra y piden un café o un trozo de pan con), las 8 de la mañana es clave porque ya están en marcha los fogones. Para los calamares encebollados. Para las mollejas en salsa. Para el all i pebre. En este punto hay que hacer una parada obligatoria. El all i pebre de Pepa es de 10… o de 41 (los años que lleva en la cocina del Júcar), con ese toque picante que tan bien le sienta a la barra de pan.