Japón enamora. Os lo dice una loca que lleva tres años seguidos cogiendo un avión y desplazándose a la otra parte del mundo, en busca de lo más genuino que he conocido en mi vida. Si nosotros vivimos en 2020, ellos lo hacen en el año 3000. Son una sociedad tan avanzada, que nos hace darnos cuenta de la involución que -a veces- vivimos en Occidente. Nadie grita, no oyes el claxon de los coches por la calle, no hay papeleras porque tienen una conciencia de la limpieza tan grande, que si algo es para tirar, se lo guardan hasta que llegan a casa, los metros muchas veces van abarrotados, pero nadie empuja, todos entran de manera ordenada y respetando una cola. Así con mil cosas más. No hay violencia, no hay robos, si te pierdes, te acompañan hasta el sitio a dónde tenías que ir... Ay, Japón, a mi me tienes loquita.
Y cómo no, 2020 va a ser un año grande para el país y para su capital, Tokio. Este verano, tendrá lugar en la ciudad los Juegos Olímpicos, que celebran este año su XXXII Olimpiada. La ciudad está volcada en recibir a miles de visitantes, de todas partes del mundo, que seguro que como yo, caerán rendidos a los pies de la súper-ciudad.
Ahora bien, si llegar allí son constantes bofetadas de estimulación, imaginad lo que es comerse la ciudad. Literal. Desde sus barras de sushi donde probar pescados que jamás imaginarías, hasta el ramen o soba que pides a través de una máquina. Todo sabe a gloria. Allí he comido los nigiris de mi vida, el katsu-sando de wagyu que haría saltar las lágrimas a cualquiera o una fina y delicada tempura que te da ganas de plantarle un beso al que la cocina.