Empezando con el descorche de referencias un poco a lo loco, como somos. Cositas que nos gustan más allá de famas, puntos o precios. Botellas de hacer piña de amistad sin tropicalismos, que tampoco hay necesidad. Entre pajarillos que revolotean, ositos cariñosos y hasta algún unicornio travieso. Pero sin viruses, que estamos cansados de eso. De latitudes varias y sus pintas. Con perfiles de todo tipo, que aquí no hay buenos ni malos y todos los que nos gusten serán bien cuidados. De las gürbujas a los generosos y todos tan hermosos. Así que vamos a ello, gonitos, que empiece la fiesta de estrenar calendario y que repitamos a diario.
Con el Caze-Thibaut Naturellement (Maison Cazé-Thibaut). Pinot meunier de celebrar que la vida sigue y promete sonreír. Elegantón y finito, tiene aquello del suelo que reluce reflejando ese sol de invierno que nunca congela. Porque está en tensión y esperando a que vengas a buscarle para ir juntos a pastelería pomposa en la que elegimos un sandwichito de pollo y la barqueta de pistacho, que es memoria de la de llevar en el capacho.
La Manzanilla Orleans Borbón (Bodega Los Infantes Orleans Borbón) viene a poner el puntito chisposo a esta nuestra existencia. Que es una saca tan especial como el grupito de los amiguis de Contubernio. Sedosa intensidad de rama flexible que hace sonar la música de bailes lentos, lentos. Con ese mover de caderas por callejas gaditanas con parada en cada taberna hasta alcanzar la barra de aquella morena en adobo.
Continuamos en el sur con el Sábalo 2019 (Barbadillo). Palomino en forma de fresco zumo todo fruta con su fondo de albariza. ¡Y viva la tiza! Lozanía que revitaliza y da pasos hacia delante, que el pasado ya se fue. Gustoso y encantador. Parlanchín que maneja la lengua con soltura, porque no es de timideces ni tonterías. Alegría en barrio alto y mejor con algo de guitarreo y una de acedías, tías.
El Georges Descombes Beaujolais Blanc 2018 (Georges Descombes) es curiosidad de chardonnay. Infusión de melocotones chicos y esa camomila de perritos cariñosos con carita triste y corazón contento. La envolvente realizada con gracia y soltura porque la falta de años no le impide tener mucha cordura. Cuerpo insolente entre campos de heno mecidos por el viento. Un tiempo que asegura ser mejor con unas pechugas villeroy, ahí es ná.
Con el Badiola Viura de Cabezadas 2018 (Península Vinicultores) hacemos escapada con calma a pueblos de estampa de postal. Carta escrita con letra firme y prieta. Trazo elegante de esas caligrafías que llevan estudio y esfuerzo. Resultados decididos a atraparnos en horizonte de viñedo que te acoge como casa dispuesta a darse entera, con su chicha certera y acertando en el plato con un chuletón de los buenos.