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VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Uno de esos piratas

21/03/2018 - 

Hay personas a las que no necesitas ver más que un par de veces en la vida para saber de qué están hechas. No son muchos, por eso son fáciles de distinguir. Te reciben con esa alegría franca de quien te recupera del otro lado del espejo después de muchos años. Gente que se alegra de volverte a ver aunque, en realidad, te acaben de conocer. Son de saludo firme, charla atenta y verbo preciso. Y dejan esa luz a su marcha que te ilumina como un faro en la noche y te alerta de escollos. Son gente como Manolo Pamies, veterano periodista del Información y de Torrevieja, a quien solo saludé en cuatro o cinco ocasiones en mi vida. Y que esta semana ha zarpado mar adentro para no volver.

Manolo miraba limpio, hablaba limpio. Y, al despedirse, recorría la calle como quien lee los vientos de la mar. Era un pirata amable de los que no necesitan pata de palo para cojear, porque no se escabullen y llevan su historia a cuestas. Ni parche para guiñarte un ojo cuando te revelan los secretos de la vida, que conocen porque los han sabido encontrar. De esos piratas que te da rabia que no existan, los de las novelas de aventuras, no los de las crónicas históricas que apenas saben cuantificar los doblones robados y los galeones hundidos. De los que miran de frente y sonríen de lado mientras se escarban los dientes y te escupen una verdad. De los que te aceptan en su tripulación en cuanto te presenta alguien de su confianza. De los que rehuyen el puente de mando, de los que protegen a los grumetes que estrenan oleaje entre tiburones, de los que saben que el buen caldero lo cocinan los pescadores y no los ministros del ramo. De los que solo miran hacia arriba para escudriñar las velas, husmear la lluvia y seguir el vuelo de las gaviotas. De los que eligen la bandera de las tibias y la calavera, de los que se ganan el respeto de los enemigos, no vaya a ser que tengan razón. De esos piratas que no existen, de esos que no buscan el botín, sino los tesoros que se esconden bajo una equis en el mapa. Cualquier mapa.

Conocí a Manolo en apenas cuatro o cinco travesías. Y aprendí de él que las únicas cartas de navegación que merecen la pena son las arrugas de expresión de los demás, porque el resto consiste en dejarse llevar de puerto en puerto. Después lo adiviné en su ciudad, porque con solo unas palabras era capaz de encuadernarte la historia de Torrevieja que pocos pueden contar en apenas dos fascículos de fácil lectura. Y también lo adiviné en dos de sus hijos, con quienes me unen historias, afectos y la profunda humanidad que heredaron en un cofre desenterrado por su padre junto al Mediterráneo.

Manolo ha atravesado el horizonte este fin de semana, como lo haremos todos. Disculpen la tristeza, pero ha sido un domingo duro. Hubo un momento en que parecía que la Muerte iba pasando lista sin parar en una jornada cruel. Para mí y para Claudia. Para los Pamies, para Esther, para Virginia, sobre todo. Y para todos, porque hay gente a la que ni siquiera hace falta conocer a fondo para saber que merecen la pena. Gente que, sin saberlo, destroza el rompecabezas de otra gente que te importa y descubres que, desde entonces, te falta una pieza que no sabías que formaba parte de tu propio tablero. Gente que se va como nos vamos todos y llenan de ausencia la tarde del domingo. Sin más.

@Faroimpostor

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