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elche, la Jerusalén española

Una reflexión sobre la Semana Santa desde el balcón de mi casa

5/04/2020 - 

ELCHE. La ausencia de las procesiones tradicionales de la Semana Santa nos lleva a valorar la importancia de mantener vivas nuestras tradiciones. Una ciudad sin tradiciones, sin celebraciones comunitarias, sin historia, sin leyendas, es un lugar muy frío. Conviene que, desde el enclaustramiento de estos días, avivemos la memoria en un mundo en el que cualquier acontecimiento es efímero, en el que permanentemente se nos invita a vivir en el territorio baldío del olvido. 

La contemplación de nuestras calles vacías nos hace comprender mejor, que una ciudad no son solamente los edificios, las calles, las plazas, la ciudad es sobre todo los ciudadanos y en las celebraciones festivas tradicionales, se manifiesta ese espíritu de la ciudad de un modo especial. Unas tradiciones estas de la Semana Santa, que han conformado la vida de nuestra ciudad de Elche y que han contribuido a crear su imagen emblemática. 

De las ciudades permanece, sobre todo, aquello que se plasma a través de la creación literaria o de la obra plástica. Por el contrario, son muchos los elementos característicos urbanos que han desaparecido de la ciudad, precisamente lo que nos parecía que era lo más duradero. Nuestra ciudad tiene tanto en la literatura como en la plástica un patrimonio muy considerable que se debe dar a conocer. La imagen de la ciudad de Elche se ha proyectado esencialmente por aquello que no es urbano: el paisaje de sus huertos de palmeras. 

A lo largo de los siglos esta  imagen de la ciudad se plasmó en las páginas de escritores y en la obra plástica de creadores tanto nacionales como extranjeros. La contemplación del paisaje llevó desde antiguo a comparar la ciudad de Elche con los paisajes del Oriente Medio y especialmente con los de la tierra de Palestina, que fueron exaltados por muchos escritores tanto españoles como de otros países. En la construcción de esa visión de la “Jerusalén española”, tuvo mucho que ver además del paisaje de palmeras, las tradiciones de la Semana Santa y muy especialmente la del Domingo de Ramos, que a su vez tiene su origen en un libro de viajes que en el siglo cuarto escribió aquella peregrina gallega, Egeria. 

Son muchos los ejemplos de esta proyección literaria de la ciudad y entre los grandes escritores cabe destacar a Cristhian Andersen, quien proyecta en los huertos de Elche el paisaje de la tierra bíblica de Palestina. De entre los españoles quiero recordar los versos del poeta Miguel Hernández, que un día 28 de marzo moría en la cárcel de Alicante, “… ¡Elche! Que la mañana cristalina del Domingo de Ramos, ilumina… con la palma arrogante… como si viera de nuevo la triunfante entrada del Rabí en Jerusalén…”. En la plástica sería imposible citar a tantos pintores de origen local que han recreado en sus cuadros este paisaje de palmeras, baste poner como ejemplo a un personaje tan querido en la ciudad como Vicente Albarranch, como también de proyección internacional tenemos la plasmación de los huertos en la obra de Sorolla. 

El mundo de la literatura y del arte nos han legado un patrimonio intangible que debemos conocer y nos debe estimular no solo a la exaltación, sino a la preservación, que en muchos casos debe ser, restauración de nuestros huertos de palmeras, muchos de ellos tan descuidados. No caigamos en la tentación tan propia de estos tiempos, de recrearnos en el tópico “Patrimonio de la Humanidad” y olvidemos la realidad.

El conocimiento de este mundo literario y artístico que ha configurado la imagen emblemática de nuestra ciudad nos debe servir también para ensanchar nuestras propias fronteras locales. Las tradiciones que las sentimos tan propias como ésta del Domingo de Ramos, nos vinieron de aquellas tierras de Palestina, de Siria, de Etiopía… Son manifestaciones de las culturas cristianas del Oriente Medio, y no podemos olvidar la situación en la que muchas de estas comunidades se encuentran hoy día, debido a los efectos de las guerras que asolan estos países, al fanatismo y también a la actitud de tanta gente indiferente ante el dolor que se vive en aquellas tierras, donde esas comunidades cristianas, depositarias de un legado cultural inconmensurable, están viviendo momentos dramáticos. 

Con la desaparición de estas comunidades debido a la persecución y al éxodo, se pierde un verdadero patrimonio de la humanidad. No podemos olvidar la persecución a la que se hallan sometidas otras confesiones religiosas; se olvida que sin libertad de conciencia cualquier sistema democrático es una pura falacia. Quizás en estos momentos en que vivimos una Semana Santa tan atípica en nuestro país, podamos comprender mejor las desgracias que ocurren en esos pueblos. Reivindicar la tradición local reflejada en la Procesión del Domingo de Ramos o en la Festa d’Elx, ambas tradiciones surgidas en esas comunidades cristianas de Oriente Medio demuestran que lo más propio, lo más identitario es lo más universal. 

Ironías del destino, tal vez lo que esta situación de pandemia nos  ha venido a recordar, es que la  salvación y preservación de la rica diversidad de este mundo, la identidad de cada cultura, de cada pueblo, no lo tenemos que hacer levantando barreras, fomentando los nacionalismos miopes, convirtiendo los mares como el Mediterráneo en defensas infranqueables, construyendo muros como lo quiere hacer Trump con Méjico, sino descubriendo que lo más propio, lo más identitario es aquello que compartimos y que solo desde la cooperación entre todos, podremos encontrar la salvación de nuestro mundo.

Manuel Rodríguez Maciá
Doctor en Filosofía y Letras
Exalcalde d’Elx

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