A Rosa, que tiene razón.
Leo en algún lado que se prevé que para 2050, la mitad de la población padecerá miopía. Media humanidad no verá de lejos, nada más que borrones, manchas de colores turbios y estrías de luz. Leo también que la solución sería arrancar la mirada de las pantallas y ejercitar la vista con las gaviotas que se pierden en el horizonte, los rebaños de ovejas que se divisan desde la cima de un monte o, simplemente, buscando grietas en los últimos pisos de ese hotel que rompe la fachada litoral de la ciudad. Pero mientras tanto, media humanidad que solo sabe ver de cerca. Demasiado fácil, incluso para mí. Sería como imaginar que una persona pierde a su pareja y queda expuesta a la soledad mientras visita una exposición de Hopper. O que le avisan de que ha sido despedida justo cuando corre por la estación para que no se le escape un tren. A veces las metáforas tratan de simplificarnos la vida. Siempre tan complicada de entender.
No sabemos mirar lejos. Ni metafórica ni optométricamente. Una buena porción del censo mundial no ve más allá de un palmo de sus narices. Resulta que gastábamos millones en la conquista del espacio y, sin embargo, el universo lo teníamos dentro. A la espera de que alguien acabara de cuadrarlo a la medida de nuestros bolsillos. Estamos sustituyendo la NASA por unas gafas de quita y pon. Y, claro, así vuelve la censura, la intolerancia, el pensamiento único, el patrioterismo y el rechazo a probar platos que no sean de nuestra gastronomía más cercana. O a leer opiniones que se alejen de la nuestra como la sonda Voyager, que para el caso es lo mismo. Pensábamos que el problema estaba en las redes sociales y en la insistencia de los demás en no ser como nosotros. Y no tuvimos en cuenta los cartelones de los oculistas. De nuevo, el peligro estaba en la imprenta, como en la época de los pasquines y las insurgencias. Diu, la A. Eugenio era un profeta.
La solución, queda dicho, está en la práctica del senderismo. O en la diversidad de charlas y lecturas, que es el trekking de quienes no sabemos distinguir un guijarro de un escarabajo. Aunque no siempre es fácil encontrar el horizonte cuando hay un hotel que te tapa las vistas. Ayer mismo, leí en otra parte que un profesor de Ghana enseña a sus alumnos a usar Word dibujando la pantalla en una pizarra, con tizas de colores, mucho ingenio y un gran juego de muñeca. Lo hace porque la escuela en la que trabaja no dispone de ordenadores. Podría haberse quedado en clases de estudio, que eran las que nos ponían a nosotros cuando los maestros pretendían que nos calláramos. Que es como fomentar la censura de algo que no nos gusta, defender el patio de nuestra vivienda o imponer una corriente de pensamiento simplemente porque está de moda. Pero no. Supo adelantarse a los tiempos y los espacios, sin esperar a que sean los demás los que piensen. Sus niños también merecen una visita al oculista que les corrija la miopía en unos años. Es una manera de regalarles cierta igualdad de oportunidades. La vida, a veces, no es tan complicada de entender.
@Faroimpostor