Un festival de cine no puede acabar con un plano fijo desolado y triste,como una película de John Ford. No puede transmitir la sensación de que todo se basa en una mentira, como una película de John Ford. No puede dejar a su paso solo un rastro de matojos arrastrados por el viento de Arizona como una película de John Ford. Tampoco puede dejar una sensación de vacío existencial como si lo dirigiera Ingmar Bergman, ni centrarse en la mediocridad como una comedia de los hermanos Coen, ni conformarse con bajar una escalera iluminada por los flashes de los fotógrafos mientras todos los focos están puestos en otro lugar, como en una película de Billy Wilder. Un festival de cine jamás debe parodiar un plano estremecedor, agobiante y eterno de Michael Haneke vaciando de contenido toda la secuencia anterior, su programación, en la que nunca pasa nada relevante.
Un festival de cine no puede destacar por su concurso de escaparates. Sería como decir que lo mejor de Casablanca no es su final, ni sus diálogos, ni siquiera la escena de La Marsellesa, sino el plástico de bolas que envolvía los focos utilizados durante su rodaje. También debe evitar polémicas demagogas sobre el uso de un idioma en alguno de sus pases paralelos y vacíos de público. Sería como afirmar que lo mejor de El Padrino es su doblaje y no los impresionantes montajes finales o la consistencia del desarrollo de sus personajes. Un festival de cine no puede pretender dejar su impronta con premios honoríficos, porque sería como celebrar a Alfred Hitchcock por los Oscar que no recibió y no por su esencial aportación a la gramática cinematográfica en cada una de sus películas.
Cualquier festival de cine reclamaría una fuerte filmoteca en la ciudad en que se celebra. Cualquier festival de cine aprovecharía las megalómanas y trapaceras infraestructuras del ramo para una promoción conjunta. Cualquier festival de cine protestaría frente al abandono megalómano y trapacero de estas mismas infraestructuras. Cualquier festival de cine escaparía de su identificación con un solo partido político, evitando las fotos del abrazo de su director con una alcaldesa recién elegida. Cualquier festival de cine incluiría un mínimo de riesgo en su programación, para atraer a todo tipo de espectadores y profesionales. Cualquier festival de cine trataría de encontrar un nicho de mercado para destacar en un panorama nacional cada vez más cargado. Cualquier festival de cine evitaría coincidir con una superpotencia internacional para poder recoger alguna de las migajas de la prensa especializada. Cualquier festival de cine impediría su conversión en un proyecto unipersonal. Cualquier festival de cine daría más importancia a la gran pantalla que a un photocall de provincias. Cualquier festival de cine lucharía por atraer visitantes a la ciudad a la que representa y por integrar a sus conciudadanos. Cualquier festival de cine merecería que su nombre apareciera hasta en las críticas más agrias que se le lanzan. Pero incluso para eso, hay que tener cierta entidad.
@Faroimpostor