La semana del amor está en marcha y mañana llega a su cúspide. Y, como Sísifo, a partir del viernes verá cómo la pasión cae rodando otra vez hacia la falda de la montaña. Porque, por mucho que se empeñen San Valentín y el resto de agentes comerciales de febrero, no andamos sobrados de amor. Ni tampoco de efectivo, después de que las oportunidades y rebajas se encadenen unas a otras como los participantes de una manifestación contra la ruptura de España, por ejemplo. Febrero no es que sea corto, es que es un remanente del calendario. Y como tal, convendría dejarlo pasar sin levantar la cabeza más que para ver volar las cigüeñas de San Blas. Pero tampoco andamos sobrados de cautos, como demuestran todos los políticos, incluidos los municipales, que se lanzan a la gresca a pesar de que las elecciones están a la vuelta de la esquina. Así que tenemos un febrero de pasiones trastocadas, sin un duro en el bolsillo y temerario. Todo un adolescente.
El caso cronológico es fácil de resolver. Febrero pesa poco y su hoja cae rápido por falta de sustento. Es lo que tiene la fotosíntesis de invierno, que apenas da para alimentar una manifestación contra la ruptura de España, por ejemplo. Aunque sí que nutre las raíces de algunas plantas autóctonas que habían quedado apenas latentes durante estos cuarenta años de democracia. El problema lo encontramos en el síndrome de Peter Pan que se ha instalado en la sociedad y que no tiene pinta de poder resolverse ni con una sesión intensiva de terapias como la que correspondería a un Gobierno enzarzado entre una oposición embravecida desde Andalucía y un muestrario de globos sonda en el aeródromo de la Moncloa.
En resumidas cuentas, que tenemos unos políticos que no piensan, sino que se rigen por impulsos. Y, lo que es peor, que a nosotros tampoco nos da por pensar sino por regirnos por impulsos. Hemos decidido jugarnos el futuro a una partida de ajedrez rápido y ya hemos avanzado diez o doce jugadas sin que nos hayamos parado a darle al botón del temporizador. Ganamos y perdemos las elecciones que aún no están convocadas, ganamos y perdemos las que sí lo están, damos por sentenciado un juicio que acaba de comenzar y elegimos en qué lado de la balsa nos vamos a poner cuando la península se desgaje de Europa, como la balsa de Saramago. Todos pedimos la proa porque es donde más fresquito se está y porque, a estas alturas del partido, ya no sabemos distinguir dónde está babor o qué lado es estribor.
Aprovechemos San Valentín para echar el ancla en medio de la encalmada, como hacen los amantes en el Retiro de Madrid. Prestémonos al diálogo y al consenso. Vayamos paso a paso disfrutando del presente, como dicen las malas canciones de amor. Ya sé que me repito, pero, al fin y al cabo, una buena relación se basa en aceptar las cantinelas de la pareja. O en cambiar sus costumbres de una manera diabólicamente lenta y concienzuda, como hace conmigo mi Melibea. Lancémonos al amor para darle el gusto a San Valentín. Que luego dicen que se trata solo de una operación comercial. Como una manifestación contra la ruptura de España, por ejemplo.
@Faroimpostor