BREVE ENCUENTRO (MUSICAL NUMBER 1)

Un ejercicio de bibliomancia con las autobiografías de Morrissey y Johnny Marr

5/11/2018 - 

ALICANTE. Los libros sobre música, escritos por músicos, las teorías estéticas de la melodía, la armonía y el ritmo, así como sus relaciones cruzadas con otras artes, como la literatura, la poesía, el cine, incluso la chafardería propia de las biografías, especialmente las no autorizadas, ha formado parte de los mejores catálogos editoriales desde antes de la llegada de la música pop, existiendo ya casas editoriales totalmente dedicadas a la producción musical, desde partituras a guías o how to varios. Esto ha sido así, pero también es verdad que en los últimos años se está produciendo un efecto en el mercado editorial español que permite que obras de muy diversa condición en este género lleguen a los lectores en buenas traducciones, en libros bellamente editados a veces, lectores que hasta hace nada dependían de su alto o bajo nivel de otros idiomas, especialmente inglés, para acceder a estos contenidos. Que este efecto rebaje el nivel de conocimiento de idiomas de los críticos musicales hispanos ya es harina de otro costal.

Comenzamos con este una serie de artículos que bajo el formato breve encuentro, barajará como dos mazos de chinchón dos obras musicales con alguna relación entre sí. Unas veces será el género, otras los autores o autoras, la sincronicidad cronológica y el absoluto azar. Para la la primera entrega recuperamos una obra que ya circula unos cuantos años en su original inglés, y desde 2016 en la traducción de Rubén Martín Giráldez para la editorial Malpaso, la controvertida Autobiography/Autobiografía de Stephen Patrick Morrissey, aprovechando la reciente aparición de la obra homónima de su antiguo partenaire en The Smiths, Johnny Marr, que bajo el título Set the boy free: The Autobiography/¿Cuándo es ahora?, ha publicado la misma editorial desde su sede barcelonesa, en traducción de Ezequiel Martínez Llorente. Para ello, y sólo por esta vez, vamos a optar por un formato bastante singular, en el que la que el ego del crítico desaparecerá totalmente en manos de los textos de los autores.

Cuando era un adolescente, junto a dos amigos, tuvimos la ocurrencia (seguro que no hemos sido los únicos, así es que os podéis ahorrar el ‘pues vaya idea, yo también lo he hecho’) de pasar el rato ejerciendo una especie de bibliomancia sin la menor intención de adivinar el futuro, más bien con un sentido cabalístico, creando con los textos nuevas combinaciones de las sefirot. La cosa iba de coger un libro cada uno, a veces del mismo género, tres libros de poesía, por ejemplo, o tres novelas, o tres obras del mismo autor (nosotros éramos tres, pero se puede hacer igual con dos o con diez, aunque un número entre el dos y el cinco resulta manejable) e ir eligiendo fragmentos al azar, que se iban leyendo por turnos, para construir nuevos sentidos, nuevas narraciones, nuevas interpelaciones del lector al autor. 

También tirábamos del componente numerológico y, a veces, lo que hacía el primero es elegir al azar un número de página y de línea, para, a partir de él, cada uno leer el fragmento de la página correspondiente en cada libro, comenzando por la línea elegida. Atendiéndonos a las escuelas clásicas de la bibliomancia, hay dos maneras principales de hacer esto: el método directo y el método indirecto; en el primero era el/la bibliomante quien abría el libro al azar; luego está la manera indirecta, en la que la naturaleza, a través de sus manifestaciones, aporta un grado mistérico, o las leyes físicas, dejando el libro a la intemperie y esperar a que las fuerzas de la naturaleza decidieran el punto de la lectura, o directamente lanzándolo y que rozamientos, corrientes y leyes cinéticas y gravitatorias elijan su caída. Este último es bastante divertido, y algo más parecido a un deporte, lanzamiento de libro con lectura bibliomántica.

Para este acaramiento fuera de los juzgados entre Morrissey  y Marr, autores bajo el paraguas de The Smiths, en una fulgurante carrera entre 1982 y 1987, junto a Andy Rourke y Mike Joyce, de cuatro álbumes de estudio (The Smiths (1984), Meat Is Murder (1985), The Queen Is Dead (1986), Strangeways, Here We Come (1987) ) y de una playlist de bucle infinito, con temas como This Charming Man (1983), What Difference Does It Make? (1984), The Boy With the Thorn in His Side (1985), Girlfriend in a Coma (1987) o There Is a Light That Never Goes Out (1986 dentro de The Queen Is Dead, 1992 en sencillo, como gran éxito póstumo de la banda), vamos a dejar fragmentos escogidos al azar por el sistema bibliomántico de la elección de página y línea, alternando la autobiografía de uno y de otro, sin marca de autoría, dejando para el juego de quien lea la identificación de a cual de los pertenece. Los dos últimos discos de las respectivas carreras en solitario son Low In High-School (2017), de Stephen Patrick, y Call the comet (2018) de Johnny.

Que intervenga el azar bibliomántico:

“Tenía la relación más íntima imaginable con mi socio en la composición, alguien a quien quería; además tenía a una novia que era el amor de mi vida, y por último, en mi opinión, estaba en la mejor banda del mundo”.

“Andy Warhol está presente en el Beacon Theater de Nueva York y yo me quedo paralizado en un instante de desconexión. Después de la actuación, Johnny y yo nos encontramos en el distrito del Bowery con el poeta John Giorno, que nos lleva al discretamente famoso ‘búnker’ de William Burroughs”.

“Los días de escuela habían terminado para mí. Todavía tenía quince años y oficialmente me quedaba otro año por cumplir, pero salí de allí una mañana de verano y le dije a Angie que ya no pensaba volver”.

“Y venga a darle vueltas, terriblemente molesta. Apeló al apoyo de la clase, pero nadie acudió en su ayuda y, aunque yo me esperaba una zurra por abstenerme a la insulsez, no fue así y la señorita Power se conformó con calificarme de prostituto, un cowboy de medianoche de franela gris”.

"Los Smiths se reunieron de nuevo en el Tribunal Superior. Me encontré con Morrissey fuera del edificio, cuando estábamos a punto de entrar, y por surrealista que fuera la situación, agradecí verlo”.

“Y no está dando palos de ciego porque yo ya he hecho planes para enterrarme en mi nuevo piso de Fitzwilliam Place, en Dublín. Mi tarjeta de la seguridad social y mis documentos de exención de impuestos caen por la ranura del buzón y la nueva vida barre a la antigua con el comienzo de 1995”.

El último fragmento reproduce el párrafo final de ambos libros:

“Tocar la guitarra significa que nunca estarás solo sin nada que hacer. Significa rasguear las cuerdas por diversión, o progresar más y más hasta territorios increíbles que marcan una vida de descubrimiento y disciplina, o cultivar una afición que simplemente te resulta muy agradable y gratificante. Tocar la guitarra lo significa todo. ¿Sabes de lo que hablo?”.

"Mientras me subo al bus de la gira, todavía resuena en mis oídos un bis enardecido y, entonces, de repente, una clara voz femenina dice mi nombre -con ese apuro vacilante del ahora o nunca por encima del sereno ambiente de la medianoche invernal de Illinois- y estaba oscuro, así que miré hacia otro lado”.


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