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VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Un caso diferente

14/12/2016 - 

Nunca fueron buenos tiempos para la investigación privada. Pero uno siempre podía rascarse la garganta de vez en cuando con un buen escocés si tenía facilidad de palabra, sentido comercial y pocos escrúpulos. En realidad, todo consistía en convencer a la gente que conseguía llegar a fin de mes de que estaba aburrida. Entonces caían. No se trataba estrictamente de comprobar si la pareja era infiel, sino de saber vender que el sobre con las evidencias era lo más emocionante que les había pasado en los últimos años. En eso se basaba mi negocio. En encontrar gente que se había dado cuenta de que el paraíso no estaba en su sofá. Y entonces recreaban las historias que habían visto en las películas. Querían la aventura de que alguien les engañara, en la cama, en la oficina, en el mercado de valores. No había más que esperar en el umbral de la rutina, donde siempre aparecía algún incauto. Así de triste, así de simple. No es más que otro negocio.

La clientela que de verdad podía subvencionarte la retirada definitiva estaba en otros asuntos. Y de sus casos se ocupaba la Policía. La tecnología ya era accesible para todos, ni siquiera nos necesitaban para grabar conversaciones comprometidas, sacar fotos en plena calle o robar planos industriales. Todo estaba en internet. Así que cuando llegábamos nosotros, nos solíamos topar con algún agente en plena escucha, con los cascos puestos y la grabadora en marcha. Los políticos y empresarios eran demasiado incautos. Cuando ves que caen hasta los herederos de la corona, te das cuenta de que solo te quedar ejercitar la supervivencia.

Un día, sin embargo, todo cambió. Aquel caso era diferente. Un asesinato sin testigos, sin cámaras, sin micros. Profesional. Dentro del círculo en el que gira el dinero. Con coches de lujo, bolsos de marca, una agenda larga como las piernas de una modelo y un mueble bar repleto de whisky de importación. Aquello no podía ser consecuencia del aburrimiento, sino de la codicia, de la venganza o del afán de poder. Y donde hay codicia, todos los sabíamos, hay necesidad de gastar. Visité el escenario del crimen. No fui el único. Junto a agentes y periodistas, aquello parecía una cena de fin de año del gremio. Todos intentábamos convencer a los comisarios de que un ojo atento y un oído acostumbrado a los susurros de callejón podían ser útiles para acompañar la investigación policial. No hubo manera. Hablé con algún contacto en los juzgados de los que me debían pequeños favores. Y supe rápidamente que no debía meterme. Las cuentas corrientes eran demasiado escarpadas; los hilos de poder, demasiado gruesos. Sin duda, era un caso para el detective Terratrèmol, que se movía bien por las cloacas forradas en oro. Pero no me cogía el teléfono. Di media vuelta y regresé a mi oficina. Le hacía falta una mano de pintura. Decidí esperar a que entrara otro cliente aburrido. No se vivía tan mal al borde de la bancarrota, en el umbral de la rutina.

@Faroimpostor

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