La primera vez que jugué al Monkey Island (la madre de todas las aventuras gráficas de los 90), me topé con un troll, en realidad un vecino de la isla disfrazado, que me exigía un tributo por cruzar un puente. Invertí un buen rato en descubrir qué quería (un arenque robado de la cocina de la taberna del pueblo) hasta que conseguí cruzar el 'peaje'. Luego volveremos a esta anécdota, pero nótese que el juego al que aludo cuenta una historia de piratas, en la cual por cierto está fuertemente inspirada la atracción de Disney y la posterior saga fílmica protagonizada por Johnny Depp.
Más o menos por aquella época, mi familia solía pasar unos días cada verano en Benidorm, a donde los alcoyanos no teníamos más remedio que llegar atravesando la Carrasqueta con su consiguiente mareo, para luego coger la moderna AP-7, en la que ante la ausencia de radares los velocímetros se acercaban peligrosamente a su valor máximo. Con coches diésel de los 90. Por aquel entonces, el tramo que arrancaba en Sant Joan d'Alacant para dejarnos en Benidorm y que era propiedad (vía concesión) de Aumar llevaba en funcionamiento unos quince años. En teoría, esa concesión vencía en 1999, pero cuando yo viajaba a Benidorm en el asiento de atrás del Peugeot 505 de mi padre, Aumar ya había conseguido una prórroga hasta 2006.
Con los años, pudimos esquivar la Carrasqueta gracias a la autovía, esa alternativa gratuita (hasta la fecha) construida con los dineros que pagamos en impuestos todos los españoles. Pero la AP-7 siguió siendo de pago, porque Aumar logró otra prórroga que se alargó hasta 2019, a cambio entre otras cosas de ejecutar el enlace hacia Terra Mítica. En total, veinte años más de lo previsto inicialmente, y cerca de 45 años de concesión. Para cuando el Ministerio de Fomento (ahora de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana) de José Luis Ábalos se cerró en banda a negociar nuevas prórrogas, digo yo que la autopista estaría más que pagada, teniendo en cuenta que la inversión de la concesionaria fue en pesetas de 1970 y que solo en los trece últimos años de prórroga la firma facturó 3.500 millones de euros.
Total, que en 2019, después de casi medio siglo, conseguimos poder viajar entre Alicante y Benidorm (o Tarragona, decidan ustedes dónde se bajan) sin tener que entregar arenques robados al troll de turno. Pero hete aquí que el Gobierno plantea ahora volver a cobrar, esta vez sin intermediario, no solo por circular por esa carretera más que amortizada, sino por cualquier autovía. Poco nos ha durado la alegría. A mi, que soy un convencido de sostener el estado de bienestar con impuestos, de verdad me encantaría que al Gobierno (este y los anteriores, y seguramente los que vendrán, ojo) se le ocurrieran políticas a favor de la sostenibilidad que fuesen más allá de crear nuevas formas de recaudar.
No me vale tampoco el argumento de 'que paguen los que la usan'. Lo que estamos pagando ahora es su mantenimiento, no su construcción, y los propietarios de vehículos ya pagamos un impuesto anual, que por cierto, es progresivo: cuanto menos sostenible se considera el vehículo, más se paga. Se llama impuesto de circulación, y lo pagamos por circular (en realidad, aunque tengamos el coche parado), por esa carretera o por cualquiera. Y en este artículo no cabe la lista de servicios públicos que sostengo con mis impuestos de los que nunca he disfrutado, y cuya financiación con cargo a los Presupuestos Generales del Estado no se pone en duda.
En todo caso, como tenemos ya cierta experiencia en globos sonda y en cómo terminan, y pertenezco a esa clase de gente que intenta colar frases de la cultura popular en sus conversaciones ordinarias, a Lucasarts y Ron Gilbert pongo por testigos que la primera vez que me enfrente a un peaje pienso espetarle: "Qué apropiado, tu peleas como una vaca". De momento, ya he conseguido titular así un artículo.