La serie era la típica producción británica de pocos capítulos y en clave realista. El autor, un militante laborista, con pasado en la izquierda radical, y el resultado, una visión del narcotráfico en los barrios de absorción londinenses que mostraba la extrema crueldad y violencia necesarias para sobrevivir en el negocio. La serie fue cancelada, pero un rapero, Drake, se quedó tan colgado que exigió a Netflix más temporadas y ahora acaben de concluir las tres más que se hicieron: tres joyas
VALÈNCIA. El subgénero del tráfico de drogas a través de organizaciones mafiosas no puede estar más sobresaturado. Estos entornos están presentes en todas las sociedades y mueven miles de millones, son algo relevante, pero los enfoques que hace la ficción a menudo están encorsetados en el canon. Si a esa frecuencia le añadimos la oferta hipertrofiada de series, es normal que aburriera a las ovejas o que el género solo tuviese ya sentido para los fans.
Top Boy ha roto ese hastío. Al menos en mi caso. Y me pregunto por qué, puesto que la serie tampoco se sale del canon. Es lo de siempre con el tráfico de drogas. Unos mueven los hilos, otros se esfuerzan por salir adelante; uno suben muy rápido y se estrellan, otros se convierten en traidores… Es más de lo mismo, pero está tan bien hecho y los personajes tienen tanto carisma, además de unas interpretaciones excepcionales, que el romance con la serie es de los que hacen época.
El entorno es un barrio periférico de Londres, el ficticio Summerhouse en el distrito de Hackney. Los protagonistas viven en grandes edificios propios del mass housing de los 60 y tienen pocas oportunidades de salir adelante. Son, la inmensa mayoría, hijos de inmigrantes. El hostigamiento de las leyes de extranjería rompe las familias. Los niños pequeños son captados por los más mayores para iniciarlos en el narcotráfico. La serie pone de manifiesto las pocas posibilidades de “elegir” que tienen amplias capas de la población en situaciones de precariedad.
Pero todo esto es conocido, lo sabe cualquiera con un mínimo de cultura y comprensión y se ha dicho una y otra vez en ficciones de todo tipo. The Wire es el gran antecedente. La obra de David Simon, con un enfoque poliédrico sobre una ciudad degradada, Baltimore, ponía precisamente eso de manifiesto. El determinismo al que aboca la pobreza, mientras que los que tienen capacidad de elección, también están en el juego del narcotráfico, beneficiándose indirectamente, para eludir el gran problema de la pobreza, o directamente mediante el blanqueo.
Top Boy no es tan ambiciosa. Todos estos aspectos del narcotráfico quedan patentes de una forma u otra, generalmente de manera consustancial a la trama, pero el valor de esta historia está más en el western que en la crítica social. Es paradójico, cuando digo que en estos géneros ya está todo más visto que el tebeo, venir con que una propuesta basada en la épica es una absoluta genialidad. Una serie hipnótica, que engancha y te hace amar a cada personaje.
Las dos primeras temporadas son de 2011. Aparecieron en Inglaterra en Channel 4 con la firma de Ronan Bennett. Los trabajos previos de este guionista los desconozco, pero su pasado es muy interesante. Católico del Ulster por parte de madre, su padre, protestante, había abandonado a su familia cuando él era muy pequeño, se convirtió en activista republicano. En sus palabras, se sumergió en la dinámica de odio de los años 70 de Irlanda del Norte. Eso le costó ser encarcelado a los 19 años por el asesinato de un oficial de la RUC (la policía norirlandesa). Estuvo solo 18 meses en prisión, porque la sentencia fue considerada “poco segura” y fue liberado.
En esa época, se sumergió en la izquierda alternativa. Ahora recuerda que no pudo decir más tonterías y que escribió cosas que no le gustaría volver a leer, pero también lo pagó. Fue encarcelado en prisión preventiva 20 meses, a veces en aislamiento, en el proceso “contra los anarquistas” que se produjo en Londres. La policía encontró en su casa The Anarchist Cookbook, documentación falsa y pasamontañas y le acusó de terrorismo. Finalmente, fue absuelto. Lo curioso es que en el juicio se defendió a sí mismo. Motivado por ese éxito, se matriculó en Historia y finalizó un doctorado sobre crimen y aplicación de la ley en la Inglaterra del siglo XVIII.
En lo sucesivo, se dedicó a escribir. Lo hizo a favor del diálogo en Irlanda del Norte, lo que le valió que le tacharan de títere del IRA –cuya pertenencia a la organización nunca se pudo demostrar- y también firmó novelas que le valieron la fama. Actualmente, es militante del Partido Laborista y simpatizante del liderazgo de Jeremy Corbyn.
Con todos estos datos, sinceramente, cabría de esperar una serie muy politizada y llena de cebos para pensar tal o cual cosa. No es el caso. Es una historia de amistad en el mundo del crimen. No es una historia nueva, pero la profundidad de los personajes, su compleja evolución psicológica, y sobre todo su muy bien tratado extravío, genera al espectador un vínculo irresistible con la trama. Los dos capos están deprimidos, tienen problemas de ansiedad y, sobre todo, dudan; dudan de sí mismos, de lo que hacen. Son cuadros metafísicos, intentan muy levemente interponerse o actuar ante su presumible destino, pero algo les lleva a arrojarse a él con todas las consecuencias. Es una serie más sobre la atracción del poder y el dinero sobre los hombres, especialmente los varones, que se impone ante la humanidad y los sentimientos que pueda haber en su corazón.
Aparecen problemas políticos, como la gentrificación, pero el guión, planteado como un circo de tres pistas, en temporadas que tienen una breve presentación, un modesto desarrollo y tres cuartas partes son el desenlace, es una montaña rusa. Duele la tripa. Los trucos son sencillos, en términos taurinos, Bennet recurre tanto en la serie de 2011 como en la que acaba de concluir a la larga cambiada. Todo parece indicar algo que luego no es lo que esperas y lo que ocurre te deja boquiabierto. Sencillo, pero eficaz.
Que haya dos series es igualmente curioso. La primera se hizo en Channel 4 y tiene un tono oscuro en el que manifiestamente se trata de mostrar la violencia descarnada en las disputas de pandillas. El darwinismo en esas calles, propone, lleva a la máxima crueldad a los jóvenes que se involucran en el narcotráfico. Son dos temporadas cortas, al estilo inglés, y ahí queda la cosa. La serie fue suspendida.
Ashley Walters, el actor protagonista, que interpreta a Dushane, estuvo llamando a la cadena una vez por semana para que la tercera temporada saliera adelante, pero no lo consiguió. La cosa se quedó en vía muerta y desapareció. Sin embargo, la serie acabó en Netflix y eso permitió que la viera Drake. Al rapero le fascinó, vio que la vida en esas calles de Londres era igual a las de Toronto en las que se había crecido él, Weston Road. El rapero vio la serie estando de gira y cuando llegó al final le enervó que no hubiera tercera temporada.
Drake empezó a hacer proselitismo de la serie en Instagram, donde tiene 144 millones de seguidores. Eso sedujo a Netflix –nos ha fastidiado- y se puso manos a la obra. De ahí salieron tres temporadas más que se empezaron a emitir en 2019, siete años después del final de la segunda (2013). Es un caso singular de un proyecto que vuelve a la palestra después de una cancelación injusta porque a una celebrity le ha dado el capricho o el siroco o ambos.
Yo no sé si es la fotografía, absolutamente excepcional, o las interpretaciones, brillantes –el contraste con los actores españoles que aparecen cuando la trama se va a Cádiz es muy desigual, desgraciadamente- pero hablamos de una de esas series históricas, imposibles de olvidar y que debe verse con todas las luces apagadas en inmersión total. Una experiencia delante de la pantalla que merece la pena vivir.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame
Netflix ya parece una charcutería-carnicería de galería de alimentación de barrio de los 80 con la cantidad de contenidos que tiene dedicados a sucesos, pero si lo ponen es porque lo demanda en público. Y en ocasiones merece la pena. La segunda entrega de los monstruos de Ryan Murphy muestra las diferentes versiones que hay sobre lo sucedido en una narrativa original, aunque va perdiendo el interés en los últimos capítulos