EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV 

Telebasura, de la rentabilidad a corto plazo a la geopolítica

Con la crisis del 92, Lazarov, director general de Telecinco, reconocía que la fórmula con la que había irrumpido en el mercado, la telebasura, se había agotado y que con tanto paro los españoles no querían tanto entretenimiento. No solo estaba equivocado, lo que vino después con el Mississippi, Crónicas y los realities le superó, sin embargo, lo que nadie esperaba es que esos espacios acabasen siendo codiciados por la política, hasta el punto de urdir conspiraciones para decidir sus nombramientos al igual que ocurre con los jueces

13/05/2023 - 

VALÈNCIA.  En febrero de 2009, Telecinco era la quinta cadena de España si se tiene en cuenta el dato para todo el país de las autonómicas y las temáticas. Estaba tocando fondo. Solo tiraba Mujeres y hombres y viceversa, un caramelito porque reunía a un público joven, el que le gusta a la publicidad. Eran los tiempos en los que tuenti tenía más usuarios que todo el resto de redes juntas. Todo aquello era perjudicial para la sociedad, como le gusta a la tele, pero para Telecinco el prime time se lo estaban llevando otros. 

Jesús Vázquez estuvo trabajando en cuatro programas a la vez. Tal era la desesperación de la cadena de Fuencarral. Uno de ellos fue Supervivientes 2009, que ganó Maite Zúñiga y tuvo concursantes del caché de Juanito El Golosina, Olfo Bosé, sobrino del cantante, y Yolanda Jiménez, ex de Rafael Amargo. El reality no fue mal, acabó líder y en la última gala metió tres millones de espectadores. Sin embargo, el pepinazo se cocinó de madrugada. Después de cada gala de los jueves, se emitió un debate sobre lo sucedido, Sálvame, que tomaba su nombre de la canción de Bibiana Fernández cuando aún era Bibi Andersen, y cuya letra le iba que ni pintada al concurso. 

Aquello era una maravilla. Fundamentalmente, porque no se tomaban en serio ni el reality ni a sí mismos. Jorge Javier, el presentador, que en el Tomate a mí por lo menos me resultaba ciertamente antipático, aquí actuaba sin corsés, improvisando cada salida y con ganas de pasárselo bien. Aquello merecía más la pena que el propio Supervivientes, especialmente porque no sabías que te ibas a encontrar. La cadena rápidamente hizo sus movimientos y pronto estableció una fórmula que la hizo líder de nuevo y objeto de todas las iras: Sálvame todos los días y un especial los viernes, el Deluxe. 

Pronto aquello se convirtió en una vergüenza que desviaba la atención del pueblo de sus verdaderas preocupaciones, entre otras críticas. El ascenso del programa coincidió con la crisis de los años diez que, además de ser terrible, estuvo amplificada por el auge de las redes sociales. Si se había descubierto muchísima corrupción, de repente todo era corrupción.  

Es curioso que Sálvame no solo sobreviviera a la crisis, sino que se fortaleciera durante ese periodo. Dos décadas atrás, la crisis del 93 le asestó un palo al mismo modelo. La llegada de las televisiones privadas, como es sabido, se inició compitiendo por lo bajo. Se importaron formatos que nunca antes habían sido explotados en España. La parrilla televisiva podía ser austera en los ochenta, pero no era estridente. El morbo o el sensacionalismo existían, pero en espacios restringidos en los kioscos y la radiodifusión.

En cuestión de un año, el formato estadounidense de TV trash lo invadió todo. El denominador común eran presupuestos bajos y emociones fuertes. En esencia, jalear a alguien, abuchear a otro. Daba igual quién fuera o cómo, era ese fenómeno repetido en bucle. Y de ahí no hemos salido. Los debates políticos de La Sexta son jalear a uno, abuchear a otro; Sálvame era jalear a uno, abuchear a otro. Las propias redes sociales son jalear a uno, abuchear a otro. 


No obstante, en 1995, el modelo del primer Telecinco, con Ay qué calor y compañía, ya había naufragado. Según la Historia de la Televisión en España, de Manuel Palacio Arranz, el primer capo de la cadena Valerio Lazarov reconoció que si tiraron de una parrilla tan chusca en inicio fue solo para "hacerse notar" y posicionarse en un nuevo mercado. El problema fue que el confeti no acompañaba bien el aumento trágico de las cifras del paro tras los Juegos Olímpicos de Barcelona. Lazarov era consciente: "Nos reprochan no habernos puesto al día con la realidad de la crisis económica. La gente no quiere entretenimiento todos los días". Pobre iluso. La segunda mitad de la década vino marcada por Esta noche cruzamos el Mississippi, Crónicas Marcianas y la explosión de los realities. 

En Estados Unidos este tipo de televisión había alcanzado su cénit con los talk-shows, que por supuesto tuvieron una historia trágica detrás. En 1995, se produjo el asesinato de Scott Amedure. En The Jenny Jones Show, este hombre había confesado que se había sentido atraído por una persona de su mismo sexo, Jonathan Schmitz. La idea era que a Schmitz le pusieran este vídeo por sorpresa durante el programa, a ver cómo reaccionaba. En el programa, ambos coincidieron en el plató y se dieron un "abrazo incómodo", según el Washington Post. En el juicio posteriormente se especuló con lo que hicieron esa noche con diferentes declaraciones, lo importante es que tres días después Schmitz le metió dos tiros a Amedure. 

En comparación, el entretenimiento televisivo en España sobre todo en Sálvame ha dado un trato a la temática LGTB completamente natural. Ni siquiera le ha hecho falta hacer proselitismo ni activismo, todo ha estado siempre integrado al mismo nivel que el resto de tramas. Los chistes o comentarios intempestivos de Jorge Javier con connotaciones sexuales no se podían inscribir en "chistes de mariquitas" sino que formaban parte de una juerga en cuya complicidad estaba invitado el espectador. Si no le gustaba, solo tenía que cambiar de canal. 

Ciertamente, también ha habido momentos bochornosos. Hurgar y convertir la intimidad ajena en un espectáculo es lamentable, pero de algún modo todo el tinglado ha contado con la complicidad de unos protagonistas que se lucraban al vender su propia intimidad. Sin embargo, en casos en los que el juego ha supuesto investigar el pasado de protagonistas más necesitados para ver si ejercieron la prostitución o no, el espectáculo era degradante. Lo aceptara esa persona o no. Las prostitutas siempre han de tener presunción de víctimas. Parece mentira que una condición que se busca y se exalta con tanto ahínco en esta era, ser víctima, no se haya comprendido en un caso de maltrato masivo que se produce a diario y especialmente en este país. 

Claro que si echamos la vista atrás y la posamos en la Europa supuestamente más civilizada, encontramos que en 1993 la televisión pública holandesa, no la privada, emitió Over my dead body, con financiación del propio Ministerio de Sanidad. Según cita Rosa Mª Ferrer Ceresola en sus tesis Calidad televisiva y "mala" televisión, el programa consistía en llevar a dos enfermos terminales y discutir cuál de ellos merecía un tratamiento que salvase su vida. La idea era que el público debatiese sobre el control del gasto público. En Perversiones Televisivas, Francisco Rodríguez Pastoriza contó que la Federación Holandesa de Enfermos calificó el programa de "repugnante, impropio e inmoral" y, sorpresivamente, el ministerio lejos de amilanarse, salió al quite y consideró "penoso que las reacciones al programa se hubieran centrado en su formato provocativo, en lugar de considerar el modo en que salvaguardaba la eficacia de la Sanidad". 

Lo relevante en todos estos casos es que solo con cuatro sillas en un plató, durante los últimos cuarenta años, se han podido amasar fortunas gracias a la bulla. A un público que, como digo, jalea a uno, abuchea a otro. Lógicamente, ese mecanismo encerraba en su entrañas una gran importancia política, especialmente ahora que la transformación social exige aquel dicho también antiguo de que la revolución empieza por uno mismo. Instantáneamente, a quien se jalea y a quien se abuchea le importa al Estado, no por ética, sino por electoralismo. En los últimos años el programa de Jorge Javier se posicionó en ese sentido. Fue famosa la frase "este es un programa de rojos y maricones" sobre cuyas consecuencias se ha hablado y especulado tanto. 

Mi impresión personal, desde la distancia, es que a Jorge Javier la época le ha venido a echar un cable, porque de ser el mago de la telebasura pasó expiar todos estos pecados por la vía del posicionamiento político. Su figura, desde luego, ya no es la misma públicamente. Muy pocos en la tele, por no decir ninguno, puede sobrevivir a haber estado calcinado. Véase Nieves Herrero con sus crímenes, que nunca le abandonarán. A Jorge Javier siempre le acompañará Sálvame, pero por sorpresa y no sin cierta audacia, Sálvame ya no rima con basura. 

Yo me alegro, porque a mí Jorge Javier me cae bien, independientemente de que encima considere que tiene más talento que decenas de cómicos profesionales que se dejan las pestañas en sus estudiados guiones. Jorge Javier nunca ha necesitado nada de eso para soltar un comentario divertido e inteligente. Afortunadamente para mí, toda esta rocambolesca historia ha servido para que acabe en un formato, Los burros de Fortunato, donde seguirle es menos oneroso que en Sálvame

La cuestión es que con el finiquito del programa por parte de los nuevos capos de Mediaset, muy interesados en que se sepa por qué han tomado esta decisión, y el aterrizaje de la muy escorada a la derecha Ana Rosa Quintana a partir de septiembre, lo que se ha abierto es la caja de los truenos de la política. Operaciones agresivas (o más que antes) para colar mensajes políticos a segmentos de audiencia, sobre todo ante la inminencia de unas elecciones igualadas. Que ande la política eligiendo a los presentadores de telebasura como si fueran jueces del Supremo o el Constitucional sí que no lo vimos venir. La triangulación para algunos columnistas llega a una estrategia internacional con Berlusconi como protagonista y Giorgia Meloni como producto a exportar. 

Amigos de esta columna, si el espacio en el que pudimos seguir el metarrelato del secuestro de Caballito de mar ha acabado enredado en una conspiración a gran escala de la Internacional Fascista, volvemos a aquello tan socorrido de que la realidad supera a la ficción porque no tiene por qué esforzarse en parecer real. 

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