Este verano es diferente. Lo ha marcado la covid-19 y los contagios. Después del confinamiento obligatorio, da la impresión de que las vacaciones sean menos ansiadas, aunque hayamos tele trabajado, hayamos hecho tele-deberes y nos hayamos estresado el doble. Parece que no nos las merecemos. Los abogados y procuradores han tenido las vacaciones más cortas de su vida, del 1 al 11 de agosto. Este Ministro de Justicia pasará a la historia por este despropósito como tampoco nos olvidamos de que Rajoy eliminó a los empleados públicos la paga extraordinaria de Navidad, que siempre fue sagrada.
Este año no hemos planificado nada, o muy poco. Algo de turismo nacional para despistarnos a nosotros mismos y ayudar un poco al sector de la hostelería y restauración. El otoño se presenta más negro que nunca en lo económico. Será duro muy duro, cuando llegue el frío, nos metamos en casa después del trabajo o del cole. Salvo que haya un milagro, el futuro a corto plazo no es muy esperanzador.
Mientras, agosto cada año es más asfixiante, viene marcado por el calor sofocante y las inundaciones a lo loco. Nos recuerda que el cambio climático no es mentira. Pero aquí cada uno va a lo suyo, ya ni se habla de Greta. Nadie se ocupa ni se preocupa.
Este verano 2020 pasará a la historia por las mascarillas en los rostros o en la barbilla, durante los segundos que te lleva hacerte una foto.
Nos hemos esforzado en no reunirnos. Hemos llevado precaución en el saludo cuando ves a conocidos a los que antes besabas. Me tengo que controlar mucho para no achuchar a un bebé cuando veo alguno cercano.
Otras cosas cotidianas son muy parecidas a las de otros años. Los vecinos de la casa de la playa que no tragas… Seguro que ustedes también tienen ese vecino cotilla que no soporta.
En vacaciones se dan muchas situaciones repetidas. Ustedes también conocen a ese individuo que llega a la playa y se colocan a tu lado como si fuera de tu familia por la cercanía física, pero sin la educación necesaria para decir buenos días.
Y que me dicen de los que ponen su música para todo el mundo. Como si el gusto fuera universal, nos toca aguantar el reggaeton que suena en los altavoces del vecino de la sombrilla de al lado.
Pero hay más. Las dulces siestas de agosto en la playa, mira que siempre hay alguien dispuesto a fastidiar.
Nunca tengo tiempo para dormir la siesta, aunque el calorcito de agosto invita a ello. Pero no consigo nunca saber a qué sabe la siesta. Siempre hay un grupo de jóvenes que se paran en mitad de la calle a la altura de tu ventana para contar sus cosas a ritmo de carcajadas.
Al final me levanto y me tomo un café controlando las ganas de arrojarles unos huevos crudos a la cabeza.
Yo creo que en la ciudad en verano se está mejor. Yo soy apasionada de la playa, pero en invierno. Cuando me encuentro a solas con el mar. Me estoy haciendo insociable. Cada vez más maniática de mis manías que son mías y que no las quiero cambiar ni compartir.
Cada vez me da más pereza hacer amistades nuevas. Cuando me presentan a alguien que no conozco, saludo con desgana, no quiero iniciar conversaciones, no necesito más amigos. Ya tengo bastante. No tengo tiempo para escuchar a tontos diciendo tonterías.
A ello hay que añadir que las casas de las playas son minúsculas pero dilatables y extensibles, parecen sacadas de IKEA. Siempre hay hueco para que se quede alguna amiga/ o de tus hijos a dormir. Además “si el otro día vinieron los amigos del tete” ¿por qué no pueden venir mis amigas? Como somos pocos, además invitados.
En fin, deseando que llegue septiembre y todo vuelva a la puñetera “nueva normalidad”.