No siempre Alicante y su provincia han sido lo que son hoy y mucho de lo que es tiene que ver con lo que fue. Parece un galimatías pero seguidamente verán que no lo es y cómo con tan poco, manifiesto tantas cosas que tienen que ver con la historia, incluso con la identidad, de Alicante y su provincia.
Por empezar por un momento histórico en concreto, permitan que lo haga por la constitución del Reino de Valencia fundado por el rey Jaime I a mediados del siglo XIII. Aún no estaba Alicante integrado en él, verán por qué. Se la disputaban las Coronas de Castilla y la de Aragón, por algo sería. En aquellos años lo de guerrear era lo común y lo de negociar era la excepción, la mayoría de las veces.
Fernando III, primer rey de Alicante (en palabras de Viravens, en su Crónica) y su hijo, el que sería el rey Alfonso X el sabio, querían consolidar esta tierra y acordar con su vecino y beligerante rey de Aragón, Jaime I (que sería suegro de Alfonso X), el respeto mutuo de sus territorios. Es por esto que acordaron el Pacto de Almizra (1244) por medio del cual se trazaba una frontera con una línea imaginaria que pasaba por Biar, Castalla y el barranco de Aigues por lo que el sur de esa línea correspondía a la Corona de Castilla y el norte a la Corona de Aragón.
El rey Alfonso X el sabio tuvo a Alicante en excelente consideración con parabienes y distinciones. Este rey y su esposa, Doña Violante, tuvieron - además - buen recuerdo de Alicante, entre otras cosas por disfrutar del Plá del Bon Repós (el llano del buen reposo), un lugar cerca del mar ideal para el descanso. La reina buscó allí el sosiego que necesitaba, preocupada porque no se quedaba encinta y no tenía hijos y eso generaba inquietud en el reino. Ya saben que las monarquías necesitan hijos para continuar la dinastía. No era un tema baladí, no tener descendencia era sinónimo de conflictos armados a la muerte del monarca, de esto la historia de España sabe un rato. Con la brisa del mar, los bellos paisajes y el reposo, la reina consiguió su propósito, quedarse embarazada después de intentarlo en reiteradas ocasiones aquí y más allá. Después del primero, la reina Doña Violante tuvo 9 hijos más. Ya ven que se animó y cogió carrerilla. Desde este lugar y recordando esta historia, “nació” en Alicante el barrio del Plá, uno de los más populares de la ciudad.
Las ambiciones de unos y de otros no permitieron que las consecuencias del Pacto citado durasen mucho. Después de un conflicto dinástico en Castilla entre Sancho IV y Alfonso de la Cerda, este buscó alianza con Jaime II de Aragón y le ofreció el Reino de Murcia a cambio de su apoyo. Jaime II invadió ese reino en 1296 pero, por un juego de intereses con la Corona de Castilla, aceptó la sentencia arbitral de Torrellas (1304) y el Acuerdo de Elche (1305) por el que pasaría a Castilla todo el Reino de Murcia salvo su parte oriental. Ya ven que lío mientras iban conformando el territorio acorde a sus intrigas. En esos nuevos Tratados pasaron al Reino de Valencia las poblaciones del Valle del Vinalopó, además de Alicante, Elche y Orihuela (lo que iba a ser la gobernación de Oriola). Este reino se organizó administrativamente con dos gobernaciones: la de Valencia y la de Orihuela. Como la primera era el 85 % del reino, se dividió en dos subgobernaciones una con capital en Castellón y la otra en Xátiva. Esta última se extendía entre el río Júcar por el norte y el de Jijona ó Monnegre y las sierras del Maigmó, Castalla y Biar por el sur. Además, existía la organización administrativa “quaters”, de ámbito comarcal muy parecida a la distribución actual. Utilizados para el cobro del “tall de drap” (1404). Este fue un impuesto sobre el comercio textil que se recaudaba a partir de cada quaters.
Por su parte, Felipe II (rey desde 1556 a 1598) buscó el equilibrio entre el centralismo de la Monarquía y las reivindicaciones de derechos y deberes de los antiguos reinos peninsulares. La distribución territorial era un follón con 19 merindades y 17 distritos, de los cuales algunos de sus límites coincidían con los Obispados. Alicante y lo que fue el Reino de Valencia mantenían su unidad.
Después de la Guerra de Sucesión (1701-1713), conflicto internacional que ganaron los Borbones para España frente a los austracistas, Felipe V tomó el mando y propuso diversas reformas para modernizar el reino y cambiar la distribución territorial. Esta tuvo que ver - en ocasiones - con la política de alianzas que se habían realizado con uno u otro bando durante la guerra. A su vez, se abolieron los fueros valencianos. Lo que fue el Reino de Valencia se dividió en 13 gobernaciones. Así, la antigua gobernación oriolana se convirtió en dos, una con capital en Orihuela y la otra en Alicante.
Con estos movimientos territoriales se entiende mejor el por qué la provincia de Alicante tiene principalmente diferenciadas dos partes, el Alicante de las montañas hacia el norte, y el Alicante de las palmeras - además del Valle del Vinalopó - hacia el sur. Y cómo poco a poco Alicante fue afianzándose como la ciudad más importante de la provincia que lleva su nombre. Sobre esto, y mucho más relacionado con lo que les voy a seguir contando, dio una interesante disertación Antonio Adsuar, historiador y doctor en filosofía, hace unos días en una vídeo conferencia on line organizada por el Círculo Monárquico de Alicante. El título de su conferencia ya llama a la reflexión: “Alicante, poder y territorio”. Adsuar está muy versado en este asunto y lidera un movimiento alicantinista sin dar la espalda a Valencia.
De la organización territorial del primer Borbón a las tres provincias actuales hubo un largo proceso, cada gobierno quería desarrollar su idea. ¿Les suena, verdad?, nada ha cambiado desde entonces en este sentido. Con el mallorquín Miguel Cayetano Soler y Rabassa, secretario de Estado de Hacienda durante el reinado de Carlos IV, se crearon 6 nuevas provincias (1799), todas marítimas, con un perfil recaudatorio. Una de ellas fue la de Alicante, que se separó de la de Valencia (aunque volvería a incorporarse en 1805, para segregarse de nuevo después). Las otras cuatro fueron Asturias, Cádiz, Málaga y Santander. En 1810, el rey José I Bonaparte (llamado Pepe Botella por sus enemigos por su supuesta afición al vino) quiso aplicar en España 83 prefecturas sin respetar la historia y la tradición de cada lugar, en una distribución tan curiosa como desconocida. Para la ciudad de Alicante, Denia y San Felipe le puso el nombre de “Cabo de la Nao”. Se llamaría “Segura” para el sur de Alicante, con Murcia y Albacete. La de Valencia y Castellón, “Guadalaviar Bajo”. Y así todas, con nombres variopintos. Evitaba así poner el nombre de la ciudad más importante en la demarcación territorial. Tenía buena intención y creía estar cargado de razones para “modernizar” España pero era un intruso, un rey impuesto por Napoleón, que el pueblo español no quiso, reivindicando la vuelta del deseado rey Fernando VII como así ocurrió al vencer su bando la Guerra de la Independencia (1808-1814). El pueblo español venció al que parecía todopoderoso ejército napoleónico. Los españoles sacaron lo mejor de cada uno para recuperar su propia libertad y la restitución de su rey. La historia de España demuestra que a los españoles no nos van las imposiciones de un tirano, y menos si este es extranjero. A partir de la Constitución de 1812, las Cortes propusieron - a través del cartógrafo y marino Felipe Bauzá - dividir España en 44 provincias (1813). Una de ellas era Alicante. No se puso en práctica, por cambio de gobierno. La segunda división borbónica fue durante el Trienio Liberal (1820-23). La división territorial se hizo por provincias. En lo que fue reino de Valencia se dividió en cuatro provincias: Castellón, Valencia, Xátiva y Alicante, pero se ampliaba esta por el norte en unos 30 km a partir de aquella línea imaginaria de Biar-barranco de Aigues y se reducía por el sur porque Orihuela y la Vega Baja se incorporan a la provincia de Murcia. Ya ven por qué algunos vecinos de Orihuela se consideran más murcianos que alicantinos. La tercera división borbónica y actual división provincial de las tierras valencianas es la aprobada por el liberal Javier de Burgos (1833) durante el reinado de Isabel II. Restituye íntegramente lo que fueron los límites históricos del Reino de Valencia aunque con tres provincias y no cuatro a costa de Xátiva.
Estando ya como estaba el territorio español - y las tres provincias valencianas - tan “arregladitas” después de tanto cambio, aún hubo más con las aspiraciones gubernamentales de la II República (1931-1939) añadiendo a este debate territorial las Comarcas y las Comunidades Autónomas.
Con la Constitución de 1978 y el cambio de régimen, de una dictadura a una democracia a través de una Monarquía parlamentaria, se inició una nueva andadura territorial descentralizadora con la distribución de España en Comunidades Autónomas sin modificar la distribución provincial existente, ni la convivencia de las diputaciones provinciales con ese nuevo sistema territorial.
Cuestionadas las Comunidades Autónomas por la ultraderecha y otros sectores sociales en España, entra en escena una nueva figura a debate: las comarcas. Se recogen en el Estatuto de Autonomía valenciano (1982 y reformado en 2006) y el actual Gobierno autonómico tripartito de izquierdas quiere darle protagonismo. ¿Tiene futuro esta propuesta, qué pasaría con las diputaciones provinciales, serían compatibles con la nueva organización territorial si ésta tuviera éxito? ¿Alicante, Valencia o Castellón, mantendrían su capitalidad provincial como hoy la conocemos?, ¿desaparecerían las provincias? Son preguntas de un nuevo debate que se presenta revoltoso.
Y después de todo esto, ¿hay alguna otra ocurrencia territorial?. Pues sí, hay un movimiento a favor del federalismo. Hoy el planteamiento federal desde la izquierda es convertir España en 5 Estados Federales. Toma ya, ¿quién da más?