La noticia del triste fallecimiento de Verónica Forqué por suicidio en estos días ha supuesto una auténtica sorpresa para muchos de nosotros. Siempre pensamos que las personas famosas, los artistas, llevan vidas de lujo y felicidad como aparentan por lo general en el papel cuché. También es cierto que queremos creer en la existencia de esas otras vidas extraordinarias, las de esos otros ciudadanos destacados que rayan en la irrealidad, alejadas de los problemas cotidianos y que nos transportan a otro mundo regalado y feliz. Creemos, pero eso no es sino pura ignorancia por nuestra parte, que esas personas no tienen problemas, ni estrecheces ni penas. Y ni mucho menos depresiones.
Verónica Forqué era una mujer sonriente, que hacía de maravilla el papel de tontita y despreocupada. Durante gran parte de su vida nos alumbró con una enorme sonrisa de dientes saltones y sus ojos azulísimos, y nos hizo a la vez sonreír. Era un cascabel, hasta que se rompió. Ignoro por qué decidió aparecer en el programa MasterChef, pero un día lo vi de refilón -los que bien me conocen saben que apenas veo la tele- y me dio lástima, con sus enormes bolsas bajo los ojos y una cara de tristeza profunda. Montó algún numerito, me pareció un poco fuera de tiesto y cambié de canal. Recuerdo que no me pareció un bonito espectáculo precisamente. Apenas quedaba sombra de la que había sido en tiempos y me chirriaba verla con ese grado de desquicie, pues me pareció un espectáculo nada edificante, pero las televisiones justifican todo por los datos del share. Parece mentira que TVE emitiera esas imágenes y me pareció realmente vergonzoso, tratándose de una televisión pública. Podrían y deberían, dado que es un programa enlatado, haberlo editado, haber parado la grabación, haber suprimido esas imágenes en las que se derrumbaba a ojos vista. No lo sé. Cualquier cosa, salvo airear ese momento atroz de esta persona. Forqué incluso llegó a decir que había tenido una depresión grave, pero en las redes muchos la masacraron sin piedad. La audiencia es muy salvaje y gusta del morbo, pero no se le puede echar de comer todo lo que pida.
Este suicidio me ha recordado el de Carmen, una mamá del cole de mis hijos con la que alguna vez coincidí, que se quitó la vida hace unos pocos años. Tenía cuatro hijos. El suceso me conmovió profundamente, así como a toda la comunidad escolar, porque no me entraba en la cabeza que pudiera hacer algo así una madre. Evidentemente no es un hecho que admita ser contrastado con la razón, por lo que ha de haber algo más que lo explique. Una madre es una madre y a mí me educaron en la creencia de que las madres se han de dar en cuerpo y alma a sus hijos y que literalmente pasan a un segundo plano, por cuanto van en pos de ellos. ¿Cómo podía, teniendo en cuenta estas creencias de las que yo partía, suicidarse una madre con nada menos que cuatro hijos? Evidentemente, el ser cuatro mis hermanos y yo añadía más dramatismo al hecho. Luego supe que Carmen se quitó la vida porque padecía una depresión.
El otro día comentaba yo en otro artículo que la violencia sobre las mujeres era una pandemia silenciosa, pero sin duda hay otra pandemia silenciosa, mucho más grave si cabe, al menos por el número de personas afectadas: la depresión. Desde Salud Mental España se dice que "es imprescindible acabar con los mitos e ideas erróneas sobre el suicidio para facilitar la desestigmatización y terminar con la culpabilización de la conducta suicida". La Fundación Española para la Prevención del Suicidio asegura que abordarlo de manera adecuada facilita la superación de las ideas suicidas, por lo que el mantener como tabú este tema va en contra de los posibles nuevos suicidas. El año pasado se suicidaron en España 3.941 personas, y lo intentaron sin afortunadamente conseguirlo al menos el cuádruple de personas, lo que supuso 11 personas al día. Los suicidios triplican los fallecimientos que se producen en accidentes de tráfico en nuestro país. Una bestialidad. Por hacer la comparación, en lo que llevamos de año 2021 se han producido 41 fallecimientos por violencia de género, una cifra 85 veces inferior a la de suicidios y sin embargo los medios de comunicación no paran de dar la paliza con este tema, mientras que del suicidio hasta lo de la Forqué apenas se hablaba. Esta es ya la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, detrás de los tumores. Así es que, si para algo ha servido tanta exposición mediática de la malograda Verónica Forqué ha sido para poner sobre la palestra los fallos de nuestro sistema público, en que la salud mental está siendo tratada como el pariente pobre, al que no se le dedican ni la atención ni los recursos de toda índole que precisa dadas sus tremendas consecuencias, como acreditan las cifras que les acabo de indicar. España no posee ningún plan o estrategia estatal para la prevención del suicidio y lo necesitamos con mucha urgencia. Ya está bien de ponerse de perfil y tapar esta terrible realidad, que por lo que se ve a nuestros gobernantes les ha traído sin cuidado hasta la fecha.