VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Somos Goya

20/11/2019 - 

Cumple 200 años el Prado y es como asistir a un aniversario geológico del planeta. Porque el Prado es el universo, concentrado en salas y con todos los sobrantes en un almacén más aséptico y quirúrgico que acorazado. La pinacoteca madrileña es el hilo que va desde las cavernas hasta Siri. Seguramente, no hay nada que quede sin explicar, sin analizar, sin contemplar, en las salas Del Prado. De la anatomía a la ornitología, de la flora a la fauna, de la política a la economía. El cine, las moléculas y la conexión gratis a internet también tienen un reflejo en el Prado. Lo único que no aparece es la perversión humana, porque el mal que se exhibe en sus paredes es, casi siempre, el pecado. Hasta que aparece Goya.

No es lo mismo el mal que el pecado. La concepción cristiana del delito ha venido acompañada, antes de la aparición de la máquina de vapor, del componente del castigo. Basta pasearse un rato por las obras de El Bosco para verlo. Pero en la vida real, la que cualquier dios dejó de controlar hace más de un siglo, no siempre tienen una contrapartida. Se cometen crímenes, se evaden impuestos, se trafica con penicilina y se desafina en los karaokes con la misma impunidad con la que cierto partido acusa de todos los males a los emigrantes después de la comunión en la Almudena. El universo moral del Prado es preconciliar, sea cual sea el concilio al que nos refiramos. Hasta que llegó Goya. Con él, Saturno. Y la lujuria escondida tras la puerta de la Maja. Y los fusilamientos en plena calle. Y la sentencia de los ERE, las revueltas de Bolivia, el impeachment de Trump, la manada de Pamplona y todo lo que quieran ustedes que pueda constituir una noticia de hoy en día. El Prado es la enciclopedia perfecta que siempre quedaba incompleta antes de las actualizaciones de la red. Goya es como Shakespeare, el Google de la Humanidad.

Vayan donde quieran. A los tapices, a las pinturas negras, a los retratos de la familia real. Da igual. Goya bajó a la calle para ver cómo éramos y no le gustó nada lo que encontró. En vez de taparlo, se dedicó a tirar de las mantas. Era un entomólogo atento a nuestros disfraces de mariquita y de cucaracha. Como en el tango, errante en las sombras. Y tan cabrón, que fue incapaz de idealizar a los Borbones. A Carlos IV y María Luisa de Parma no les falta un detalle que no demuestre que, como el país, también eran barro, hambre y superstición. Celebremos el cumpleaños del Prado. Es nuestra mejor baza para ganar una discusión sobre política en el extranjero. Si nos recuerdan la corrupción que lleva al PSOE andaluz a gastarse los cuartos de los trabajadores en apuros. O la irrupción de la ultraderecha que tantos años llevaba larvada. O los becarios de la Generalitat que empiezan a tener edad de dejar de preocuparse por la jubilación porque no van a cobrarla. O las muertes del Mar Menor, la falta de inversión en educación y ciencia, las devoluciones en caliente de la frontera, la extraña convicción de la izquierda de que puede ser nacionalista, nuestra incapacidad de debatir y reconciliarnos. La ira, el rencor, las rotondas, los pagos en b, la coca de mollitas, los narcos gallegos, las barricadas, Quevedo y Góngora y hasta el gol de Cardeñosa, lo que sea. Acaben la conversación con la frase: “Ya, pero tenemos el Prado”. Y en su interior, Goya les explicará todo lo que hemos llegado a ser.

@Faroimpostor

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