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EN LA FRONTERA / OPINIÓN

Sol Pérez

5/02/2023 - 

ELCHE. Sol Pérez expone, o exhibe cartas, en la Lonja Medieval de Elche (anexa al edificio del Consistorio)  bajo el título Simbiosis. Sol Pérez Segura. Con catálogo prologado por su amiga del alma Lola Peiró, “jugando a descubrir dónde empieza el barro y dónde la madera”. Sol es una rara avis en el paisaje cultural, una offsider como ella misma se autodefine. Siempre rodeada de morbo, vital y estético: una señora bien del establishment ilicitano, hija del arquitecto municipal que diseñó

mil cosas en la ciudad, y que desde los años setenta se empeñó en ensuciarse con el barro, la materia prima de casi todas las cosas. Polvo eres y en polvo te convertirás. Lo de “hija de” es por subrayar que creció en un ambiente cultural elevado, y con posibilidades de labrar su futuro. “Reconozco que he sido una privilegiada, en mi familia nunca sentí sexismo”. Lo de “hija de” no es fruto de una cosificación heteropatriarcal. Con pies de plomo. Hay que andar.

Allá que se fue a Agost, principios de los setenta,  a aprender el oficio de alfarera. A ensuciarse, a gestar una trayectoria que luego devendría en estética, a sabiendas de que la cerámica no goza de buena reputación en la cosa del arte, siempre en el eterno dilema de dónde acaba la artesanía y dónde comienza ese territorio promiscuo de la expresión cultural con mayúsculas. Sin saber entonces, tal vez, que ya en la Escuela de la Bauhaus, Gropius, años veinte, se enseñaba y se alentaba a la fusión, simbiosis, de las artes menores y las mayores, rompiendo los límites de los parámetros clásicos. Enrique Mestre se lo dijo tras un encuentro casual en una exposición en València, finales de los 70: “Los esmaltes cristalinos los hace el horno....¿Y tú que haces?”, me cuenta en una mañana transparente,  con un sol que explota a borbotones en la Plaça de Baix de Elche. Un jarro de agua fría (el de Mestre). Un bombazo de alta definición. Y en ese momento, respaldada por Arcadio Blasco, y otros, empezó a enfilar por otros territorios: de  alfarera a artista.

La mitad de Simbiosis roza la excelencia. Resumo: coges un tronco en bruto, lo replicas y acoplas en cerámica, y lo sumerges un año en el mar. Tierra, fuego y agua. Un círculo sujeto a lo impredecible, al albur del líquido. Salvando mucho las distancias, es como cuando Josep Beuys se encerró con un coyote en el 74 en la galería  René Block de Nueva York: a ver que sale.  Me sorprende en Sol esa capacidad de experimentación hablándole de tú a tú a  la madre naturaleza, con el horno, y con el mar; la mar.

En los 80 afloró como artista emergente, cuando buena parte de la chavalería/juventud  ilicitana, de Fran López a Eutiquio Amador, pasando por Pepa Ferrández y María Dolores Mulá, también Manolo Maciá (grande entre los grandes), estaban nadando en lo posmoderno o, mejor dicho, intentando no ahogarse en la infinita libertad  que proporcionaba la destrucción de los códigos estéticos pre-establecidos.  Mucha juerga, bastante pensamiento líquido. “¿Te viste arropada por esa generación?”, le pregunto. Ni sí, ni no, sino todo lo contrario. “Es que yo siempre he sido un poco 'offsider'”. Es decir que le han importado un pimiento las modas y las movidas. Aún así, me manda por mail imágenes de “Dermópolis”, 1995, un ejercicio casi absoluto de de-construcción. Indagando en la pureza, también en la sensualidad, de las cosas y de las formas.

Hasta el 95 ya llevaba trecho recorrido. En el 88, Carmen Cazaña,la alicantina Galería-11, la llevó a ARCO junto con María Dolores Mulá, otra de sus amigas del alma. Creo recordar que las dos se fueron a Japón a indagar en lo zen, y que un informador local (estaba yo en medio) les preguntó: “¿Quién es el tal señor Zen?”. Sol no se acordará. Yo sí. Y Mulá también. Tuvimos que contener la risa floja. 

Tampoco se acordará de una entrevista que le hice para el semanario Elche (en la primera etapa, con Gaspar Macià y Pepe Soto) en el Huerto del Cura, con Pepe Orts, su marido,  presente, y en la que ambos me insistieron que no eran de derechas. Pipiolo de mí no concebía que existieran ricos que no votaban al PP, entonces AP. Se acababan de dar un gustazo viajando a Egipto para ver una representación excepcional del Nabuco de Verdi.

Me estoy aprovechando  de estas líneas, y de Sol, para bucear en mi propia memoria. Jo. No añora la  juventud, y no padece de melancolía, esa odiosa manía romántica de reinventarse el pasado y querer revivirlo. No tiene miedo al paso del tiempo. No tiene miedo a la muerte. Sol es una heroína perfecta: “Es que la vida me lo ha dado casi todo”. Pudo ser bailarina y lo dejó. Pudo ser profesora (como quería su madre) y no quiso. Portaba ya de niña el gen de la arcilla, incluso, quien sabe, cuando fue reina infantil de los Juegos Florales (que cosa más rancia y franquista, risas). O madrina de una tuna de la Universidad de Murcia, como la duquesa de Alba en Sevilla.  Si sigo, escribo sus memorias, y no es plan. Simbiosis, el reflejo de una mujer bandera, de una artista bandera. De un angelillo libre. Angelilla perdón, que los ángeles creo que no tienen sexo.

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