En el sobresaturado género de espías destaca con brillo propio la serie Slow horses de Apple TV+. Mientras lo frecuente en este tipo de formatos es que los protagonistas tengan capacidades sobrehumanas, esta propuesta se basa en un grupo de espías degradados, toxicómanos, ludópatas y con muy pocas habilidades sociales, especialmente su jefe, protagonizado por Gary Oldman, que no se lava y no para de beber y fumar. Una especie de Torrente con una gran diferencia, aunque sea un guarro, destaca por su inteligencia
VALÈNCIA. Es curioso cómo en el negocio de las series la oferta ha superado a la demanda con creces. Ahora mismo es imposible seguir todas las novedades porque no hay tiempo material para hacerlo. Y si nos salimos del mercado anglosajón, el dominante y el único que existe para mucha gente; si atendemos a lo que llega de Francia, Alemania, Turquía, Argentina y países escandinavos, por citar unos pocos, harían falta varias vidas para poder abarcar todo lo que se emite.
Sin embargo, pese al volumen de la oferta, hay una escasez asombrosa de temáticas. La inmensa mayoría de las series giran en torno al crimen y las Fuerzas de Seguridad. A partir de aquí, llega la diversificación, se puede hablar de asesinatos, desapariciones, asesinos, mafiosos o policías, fuerzas especiales, detectives o espías. Las combinaciones son infinitas, pero siempre dentro del crimen y la poli.
Quejarse es de tontos porque si este fenómeno sucede es porque los productores tienen estudios donde les dirá claramente que una serie de crimen o polis, aunque sea mediocre, funcionará mejor que una serie de otro tema, aunque tenga calidad. Por lo que sea, para el gran público, todo lo que no tiene que ver con crimen y polis es “raro”. Y aquí solo importa el dinero. El retorno de la inversión.
A mí, personalmente, me ocurre lo contrario. No entiendo la obsesión por esas temáticas y me cuesta empezar series y docu-series del ramo, aunque a veces no me queda más remedio porque hay pocas alternativas. Con estas premisas, no tuve interés en su día cuando apareció Slow horses, de Apple TV+. Me daba igual el servicio secreto británico. No obstante, me la recomendaron encarecidamente y le di una oportunidad. Qué gran acierto.
Este miércoles, la serie ha emitido el último capítulo de su cuarta temporada y en enero Apple anunció que habría una quinta. Y las que vengan. Creo que el formato puede resistir unas cuantas temporadas más. Lo mejor que tiene la serie es que me siguen dando igual los servicios secretos británicos, no me importa lo que les pasa, no me asustan los retos a los que se enfrentan y me dan igual los desenlaces. Disfruto de la serie solamente viéndola, siguiendo a los personajes, sin más. Podrían ser lecheros.
Todo gira en torno a Jackson Lamb, el personaje interpretado por Gary Oldman. Es un espía caído en desgracia y que está al mando de una unidad del servicio secreto a la que van a parar todos los defenestrados del cuerpo por inútiles o problemáticos. El grupo se llama “la ciénaga”.
Lo normal en series de espías es que los personajes tiendan a ser superhéroes. Ni siquiera esta serie está exenta de eso, hay peleítas por doquier, pero prima más lo contrario. Los personajes están humanizados, en el sentido de que dudan, meten la pata, están acomplejados o, simplemente, no dan una. Por no mencionar que son ludópatas, toxicómanos, alcohólicos…
En mitad de la jauría, Lamb ejerce el mando con un cinismo y un desprecio por ellos que no se esfuerza en disimular. Esa relación es lo mejor de la serie, la de un hombre ya con el culo pelado en el servicio secreto que tiene que lidiar con millennials.
Aparte de esa prestancia, el personaje también gana al público porque es un cerdo en sentido estricto. Es un guarro. No se lava, lleva el pelo con churretes grasientos, se tira pedos, se mancha la camisa al comer y, al contrario que su secretaria, sufriendo en cada reunión de Alcohólicos Anónimos, él se entrega al bebercio y al tabaco.
A simple vista, parecería que estamos hablando de Torrente, pero hay una línea muy clara que separa ambos personajes. Lamb, aunque sea un marrano impresentable, destaca por su inteligencia. Incluso se podría interpretar que si se abandona a sí mismo y se impacienta con todos es porque es la única persona cuerda y capaz de hacer su trabajo entre todos los que le rodean y, a estas alturas, ya está harto.
A esta joya de personaje la réplica se la da Diana Taverner, interpretada por Kristin Scott Thomas. Ella es la número dos del servicio secreto, es decir, la que realmente manda sea quien sea el líder, y sus grandes planes siempre acaban chocando con Lamb, que los baja a la tierra, pone orden o algo de ética, puesto que la serie deja claro que los corruptos suben en la jerarquía y los honrados descienden o son expulsados por el sistema.
Cada temporada funciona como una película de seis horas. Es difícil parar de verlas. Una vez que se empieza una, se tiene que acabar in situ. Sin embargo, las tramas, aunque están muy bien construidas y tienen todos los elementos característicos de la intriga, como digo, son solamente el vehículo en el que viajan unos personajes adorables cuya interacción es lo divertido.
Y para más risas, cómo Gary Oldman acabó en ese papel. Ocurrió tras tomarse a cachondeo a su representante, al que le pidió que le encontrase algo donde pudiera hablar con su acento real, que no tuviera que cambiar de vestuario y que no se revolcara en sangre y barro. Y así fue, la retranca británica que destila con ese acento inconfundible me atrevería a decir que tiene pinta de acabar siendo algo histórico, y que no se cambia de ropa es un hecho. Pero lo mejor fue que pidió también que fuera “una serie de televisión de larga duración” con “un guion fantástico”. Y así fue. En lo de la longitud, también fue tal cual. La historia se basa en las novelas de Mick Herror y son catorce libros (por ahora). Por favor, que no pare.
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