El otro día leí un tuit de la consellera de Sanidad Ana Barceló que me provocó precisamente lo que remarcaba ella, reflexión. El tuit decía: “Pensamiento que conduce a la reflexión. Byung Chul-Han dice que la hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido, sin coherencia”. Como me gustó mucho busqué al autor. Es un filósofo sur coreano experto en diseccionar la sociedad del hiperconsumismo. La nuestra.
Y así, con hipervínculos digitales que se formularon imitando cómo funciona nuestro cerebro, fui saltando de un tuit a un autor y de él a un libro y de ahí a una charla, haciendo esta vez, casi lo contrario precisamente de lo que la frase recomienda, no abusar.
Aún es pronto para hacer estudios serios sobre cómo afecta a nuestra vida individual y también colectiva estos hábitos de hiperconsumismo digital, (consumo en exceso de todo tipo de productos y consumo en exceso de información). Es pronto y será necesario algo de tiempo y más perspectiva, pero ya se advierten y se están cuantificando y analizando, algunos problemas inmediatos.
Uno de ellos consiste en las adicciones a los juegos online, muy presentes en los jóvenes y acentuados por el aislamiento social al que obligó la pandemia. Existen ya varios informes e investigaciones que alertan de las ludopatías en personas cada vez más jóvenes vinculadas únicamente a internet. Es ilegal jugar dinero para los más jóvenes pero ¿quién le pide autentificación a un perfil digital?
Otro de los problemas que trae la hipercomunicación es sobre la salud mental, especialmente de aquellos sobre expuestos a las redes sociales y también la salud mental de los que están al otro lado justo, los que los observan. Una de las”influencers” más conocidas del país, Dulceida, (casi tres millones de seguidores), ha pedido tiempo de desconexión y alejarse del foco tras 12 años ofreciendo a diario la parte más idílica de su vida a través de internet, en todo tipo de redes sociales.
Hace unos meses rompió su auto retransmitida relación amorosa y está pagando con el acoso de los “haters” que le piden explicaciones. (Los “odiadores” por si no lo saben, son personas que, escondidas tras la pantalla de un móvil u ordenador, critican sin educación, sin empatía y sin ningún conocimiento de la realidad a todo aquel que pulula en la red). Parece ser el precio por haber mostrado a través de su perfil en internet cada detalle de su vida.
Antes que Dulceida, otros han hecho lo mismo o parecido, poniendo de manifiesto cómo somos de vulnerables a estos nuevos usos de nuestra sociedad.
Y al otro lado están los seguidores, los usuarios de estos perfiles. Se trata muchas veces de jovencísimos adolescentes o incluso personas adultas, maduras que acaban viendo deformado el mundo real y creyendo que no se merecen ser felices porque no están pasando un maravilloso verano en un barco en Formentera o no tienen un cuerpo perfecto según los cánones de belleza que establecen las redes sociales.
Frente a esto, al Reino Unido no se le ha ocurrido otra cosa que solucionarlo poniendo una tirita. El organismo que regula la publicidad en este país acaba de prohibir usar filtros de belleza de instagram a los influencers. Desde luego, esto no es la solución, es un parche para hacer ver como que se toman medidas. Me recuerda a cuando en la pasarela Cibeles se obligó a que las modelos pesaran más de no sé si eran 45 kilos. Un gesto que no lleva a ninguna parte.
Y en medio de esta reflexión, las propias redes sociales me traen un descubrimiento que me puede ayudar a poner las cosas en su sitio. Vuelvo al sur coreano que me reveló Ana Barceló en tuiter y que en sus libros y sus charlas, pone palabras a esto que nos está pasando: “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos”.
Y frente a esto qué podemos hacer. No voy a ser nada original, pero creo que lo de siempre; ser críticos con todo, formar personas con capacidad de ver más allá y no depender del agrado de los demás para sentirse plenas, analizar las cosas desde varias perspectivas y poner en duda cada estímulo que recibimos.
Hay que buscar de vez en cuando el silencio que necesita el alma para ser ella misma.
La responsable de la cuenta paródica ‘Hazmeunafotoasí’, disecciona las entrañas de la influencia en su libro ‘Cien años de mendigram’ (Roca)