Series y televisión

'SERIES VINTAGE'

O.J.: Made in America: la serie documental sobre las miserias del sueño americano

La serie documental, que narra la biografía del deportista de élite hasta la caída del mito tras el asesinato de su exmujer, es también la historia de un hombre devorado por la fama; es un viaje sobre la pérdida de la inocencia; es la historia de una Norteamérica en conflicto permanente con la población afroamericana y sobre su lucha por los derechos civiles; es un retrato sobre la corrupción y la violencia policial en Los Ángeles; es la incómoda demostración de la permisividad de la época con la violencia doméstica; trata sobre el poder del dinero, sobre la justicia para pobres frente a la aparente impunidad de los ricos; muestra el circo mediático en su máxima expresión y nos hace reflexionar sobre sus límites éticos. Un brutal documento audiovisual sobre las miserias del sueño americano, explicado a través de múltiples testimonios y puntos de vista, e ilustrado con una ingente cantidad de material documental real

VALENCIA. Paren las rotativas. Programen sus sistemas de grabación antes de irse de vacaciones, porque vienen curvas. Movistar ha puesto a disposición de sus clientes desde el pasado 4 de agosto OJ: Made in America, la serie documental de cinco episodios y más de siete horas y media de duración, que les atrapará al instante. Una pieza monumental e imprescindible que narra los conflictos y particularidades de la sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, retratada alrededor de la biografía de uno de los jugadores de fútbol americano más importantes y polémicos de la historia de los Estados Unidos: O.J. Simpson.


Producida por ESPN Films, se presentó en primer lugar en el Festival de Sundance, con críticas entusiastas. El complemento perfecto a la que probablemente sea la mejor serie del año, The People v. O.J. Simpson: American Crime Story, podría entenderse que aprovecha el tirón y el éxito de la serie. Pero la realidad supera a la ficción en todos los sentidos, y eso que era difícil, puesto que existen anteriores documentales sobre el caso O.J. Simpson, y podríamos pensar que el tema estaba muy trillado. O.J.: Made in America, al igual que la serie de ficción, se postula entre lo mejor del año en su género, en este caso el documental, convertida en la obra definitiva sobre el mito.

O.J.: Made in America  se estrenó por televisión en EEUU el pasado sábado 11 de junio a través de ABC, un canal en abierto, con un excelente resultado de audiencias. Ojo, que hablamos de un documental, no de un reality, de un talent, o de una serie de ficción, y que se trata de una emisión mainstream, para el gran público, no de nicho, como suele ser las emisiones de cable. El logro cobra mayor valor. 

Posteriormente, los siguientes episodios pasaron a emitirse en días consecutivos a través de ESPN, vía suscripción por cable o por internet bajo demanda. Simultáneamente la obra se estrenó en algunas salas de cine, como eventos especiales para los amantes del atracón, además de cómo fórmula de marketing. Según otras opiniones, también se debió al interés del canal en presentar el documental a la candidatura de los Oscars, donde parte, según la crítica, entre las favoritas, pese a su duración y a que proviene en realidad de la televisión.


El documental complementa la serie de ficción, al nutrirlo de multitud de detalles sobre el juicio, y enriquecer aún más sus diferentes temas, además de abrir otros, contextualizar la historia, y aportar todavía más puntos de vista, algunos de ellos inéditos. 

Es el caso de dos miembros del jurado, cuya abrumadora sinceridad deja claras las veladas razones que influyeron en el dictamen del juicio contra O.J. Simpson por el crimen de su exesposa, del que fue declarado inocente. Tres semanas antes del asesinato de Nicole Brown Simpson y su amigo Ronald Goldman, se había absuelto a unos policías que fueron grabados mientras le propinaban una brutal paliza a un joven de color llamado Rodney King. La sentencia de absolución provocó fuertes disturbios y la tensión se respiraba en el ambiente. 

“¿El caso de brutalidad policial hacia Rodney King influyó en su decisión sobre el caso de O.J. Simpson?”, pregunta el documentalista. “Si”. La señora que vemos en pantalla, una mujer de color que formó parte del jurado popular, se queda tan pancha. La comunidad negra, y entre ellos el jurado, consideraban que con la absolución de Simpson se había hecho justicia por el caso King. “Estaba en juego algo más grande que él”, afirma un líder de la comunidad negra durante el documental.

Foto: miembro del jurado hace el saludo del Poder Negro tras declararse a O.J. inocente

La perspectiva del tiempo, conocer las opiniones de muchos de los implicados años después, cuando ya ha cesado la histeria colectiva del juicio, afina en algunos de ellos las posturas, no en todos, que también sorprenden y dejan entrever cómo es la Norteamérica actual, y qué cosas siguen igual. La mayoría se expresa con una honestidad y sosiego que en su momento hubiera sido imposible, porque por entonces sufrían la presión mediática hasta en sus propios vecindarios. 

O bien estaban muy implicados en la historia, como es el ejemplo del padre de la otra víctima asesinada, Ron Goldman, que aporta una de las conclusiones más lógicas del documental, cuando medio país aseguraba por entonces que se trataba de una cuestión racial, y nadie más la sostiene durante todo el metraje: “Fue la victoria de un chico rico llamado O.J. Simpson”. Es cierto que sus costosos abogados hicieron un excelente trabajo, aunque cuestionable: reconducir la narración del juicio hacia los asuntos raciales. Y les funcionó. 

Los inicios del deportista entre algodones

El primer episodio nos lleva hacia atrás, y detalla la carrera deportiva de O.J. desde sus inicios, sus tropiezos y sus éxitos. Aunque como espectador no sea aficionado al deporte, la épica de sus logros le resultará igualmente atractiva. Al aportar el contexto histórico, finales de los 60, en plena lucha por los derechos civiles, con algunos casos de brutalidad policial contra la población de color, Martin Luther King, etc., la historia adquiere todavía mayor interés y a la vez complejidad. 

Y sobre todo ayuda a comprender después la realidad sobre el juicio y sobre quién era realmente el deportista: un joven afroamericano, de origen humilde que, gracias a sus aptitudes deportivas, entró a formar parte de una prestigiosa universidad para blancos en el sur de California. La mayoría de los chicos de su raza vivían en suburbios creados para gente de color tras emigrar a California, y el destino de los que eran como él en su gran mayoría terminaba unida inevitablemente a la pobreza, marginación, violencia policial, o delincuencia.

Foto: O.J. Simpson declarado jugador del año (1974)

O.J., promocionado por sus cualidades como deportista, entró a formar parte de una burbuja, la primera de su vida. Se educó con gente blanca y rica, aprendió a hablar como ellos, y abandonó cualquier slang de los suburbios. Tras esos primeros años entre algodones, se multiplicó su relación con las élites, dado que la mitad de su carrera fue un éxito tras otro, un contrato millonario tras otro, una adulación tras otra. Y todo eso le gustó. Se volvió un adicto a la fama y al peloteo.

Cada vez que le preguntaban, solía obviar cualquier rastro de su identidad racial. “No soy  negro, soy O.J.”, dijo en una ocasión, en una frase que le define a la perfección. La negación resulta extraña, pero no es la única que conocemos. Basta recordar a Michael Jackson, con su obsesión por cambiarse la piel para parecer blanco, como rechazo inconsciente a sus orígenes pobres, a su comunidad, o tal vez a su infancia, como probablemente le ocurría al futbolista, cuyo padre era gay. Cuestión que él no quería ni oír mencionar, de nuevo negando su propia realidad.

El hombre anuncio. La explotación del personaje 

De la burbuja al champán. Gracias a sus éxitos deportivos O.J. se convertía a mediados de los setenta en una superstar, como él mismo se definió durante la campaña que realizó para la empresa de alquiler de coches Hertz. El chico de color que quería ser incoloro lograba otro nuevo hito. El sueño americano se extendía. Sería el primer hombre afroamericano que protagonizara grandes campañas publicitarias para todos los públicos. Todo iba a las mil maravillas.

Foto: campaña de Hertz


Merece la pena destacar entre las campañas el divertido spot para Hertz, con el que logró alzarse como la cara publicitaria del año, por su eficacia para llegar al público negro y al público blanco al mismo tiempo. Pero sobre todo porque resulta un momento divertido del documental. 

En el anuncio vemos a una abuelita blanca que le grita “Go!, OJ, go!” mientras él corre raudo por el aeropuerto en busca de su coche de alquiler, y gracias a la rapidez de Hertz, y de sus piernas, lo logra resolver en un santiamén, claro está. “Go, Oj, go!” ¿Pero no era “run, Forrest, run”?  


El personaje se tambalea. El crimen

A partir de ahí dejó su carrera deportiva para centrarse en Hollywood y probar sus dotes como actor. Disfrutaba de ser una celebridad y tenía un enorme encanto. Durante aquella etapa hollywoodiense conoció a su segunda esposa, Nicole. Las fiestas, la vida social, su matrimonio con Nicole, un joven y bellísima chica blanca, dos nuevos hijos… todo parecía ser un bonito coctel de burbujeante hasta que empezaron las llamadas al 911 de Nicole. 

Foto: Simpson y su nueva mujer Nicole Brown.

Las conversaciones telefónicas con el 911 están presentes en el documental, los gritos de ella aterrada se escuchan perfectamente, las fotos de las agresiones que recibía y que guardaba por seguridad se muestran también. En una de las llamadas ella solloza “él va a matarme”. Pero al otro lado nadie movía un dedo. ¡Era O.J.!. ¡Si solo son peleas domésticas!, ¡si O.J. juega al tenis con nosotros los policías!. Además, es un rico de Hollywood, una celebridad. ¡Qué tontería! ¡Bah! 

Llegó la tragedia. Los cuerpos repletos de sangre su exmujer y su amigo, los cuellos degollados que demuestran la brutalidad. El horror.

Luego vemos la mediática persecución televisada, vista por noventa millones de espectadores en directo. O.J. Simpson debía ser detenido, pero se negaba a entregarse. Estuvo huyendo con su coche durante horas, con una flota de coches de policía detrás. Se notaba que la policía de Los Ángeles tenía miedo a meter la pata, y que el caso de Rodney King era muy reciente. Además O.J. era una celebridad.

Es otro momento que resulta cómico, por lo bizarro que resulta todo. Una docena de coches policiales circulando detrás de un Ford Bronco por las autopistas de Los Ángeles a velocidad de caracol, con cuatro helicópteros siguiéndolos, y multitud de gente en las aceras saludando y animando a la superstar, sospechoso de asesinato.

Foto: plano del seguimiento de la persecución desde el helicóptero de la CNN

Imaginen que una mañana cualquiera detienen a Messi por aquellos asuntos con Hacienda, y éste decide que ni hablar y sale huyendo por las autopistas de Barcelona mientras le persigue la policía. Imagínense cómo se tomarían su detención algunos aficionados. Saldrían a las calles a protestar, Twitter se encendería con hashtags de apoyo (no puede ser, eso es imposible que ocurra en este país), las televisiones modificarían sus programaciones… Pues eso es exactamente lo que pasó, pero sin Twitter.

El documental nos muestra la persecución grabada desde los helicópteros, además de los testimonios de muchos de los implicados, hasta el piloto del helicóptero, que flipa tanto como nosotros. El material recopilado y la narración es espectacular. Y el montaje demuestra la maestría del realizador.

El espectáculo del juicio

Como también son muy completas la diversidad de voces secundarias que relatan los ocho meses de juicio emitido por televisión, al que dedican dos episodios, que se equilibran siempre con opiniones opuestas. Están presentes en el documental el equipo fiscal al completo, con Marcia Clark a la cabeza, abogados defensores como F. Lee Bailey y Barry Scheck, periodistas de la época, novelistas, activistas, familiares, amigos, algunos policías, y el propio Mark Furmhan, el detective del caso que dirigió la investigación, y que se convirtió después en el punto negro del juicio, porque con su aparición en el juicio, éste se fue por el retrete.

Se descubrieron unas cintas donde Furmhan bromeaba sobre la violencia policial, mientras se refería a los afroamericanos como niggers. Tras esas grabaciones, más la metedura de pata del equipo fiscal al hacer que O.J. se pusiese los guantes del crimen, con unos guantes de látex debajo, y éste aprovechar la difícil tarea para hacer el payaso, haciendo imposible que le encajaran los guantes, hundieron el caso. 

El exfutbolista fue declarado inocente. Norteamérica se partió en dos y reaccionó ante el fallo como si Messi hubiera metido el gol de penalti en un partido interestelar, y el equipo contrario fuera el Real Madrid. El país entró en un ataque de histeria. El espectáculo televisivo fue un éxito, repleto de emociones fuertes. El mejor reality jamás visto. La demostración de la enorme eficacia de la televisión.

Foto: O.J. Simpson se pone los guantes durante el juicio


Los límites del circo mediático

Su vuelta a la vida civil tras el juicio fue un desastre. En su barrio, mayoritariamente blanco, ya no le querían ni ver. Comenzó a cambiar de compañías, cada vez más peligrosas. Sexo, drogas, y apariciones televisivas cada vez más sórdidas. El personaje se estaba convirtiendo poco a poco en una caricatura patética.

Pero todavía hubo más. Llegó otro nuevo escándalo, importante porque nos hace reflexionar sobre los límites del espectáculo mediático. Judith Regan, editora de HarperCollins, propiedad de Rupert Murdoch, cerraba un contrato con Simpson para la publicación de un libro y una entrevista en la FOX, también propiedad de Murdoch. Lo titularon If I did it (‘Si lo hubiera hecho’), porque de eso trataba el libro y la entrevista, de que el propio Simpson narrase cómo mató a su mujer “en el caso de que lo hubiera hecho”.

Foto: portada del libro If I dit it

Se montó un lío que les sonará mucho, porque algo parecido hemos vivido en España. Los familiares de las víctimas, que no habían recibido ni un dólar de la indemnización que les correspondía de O.J., tras haber conseguido ganar tiempo después un juicio civil contra él, abrieron una web para recopilar firmas de protesta. ¿Cómo se permitía que alguien se lucrase por contar cómo mató a alguien cuando además había salido inocente? ¿Cómo se pagaba una millonada a alguien por relatar su crimen cuando éste a su vez se evadía de pagar sus deudas civiles con los familiares? ¿Dónde estaba el límite ético? Daba la sensación de que O.J. se estaba riendo en la cara de todo el país.

Por primera vez los medios pisaron el freno. El magnate Rupert Murdoch pidió disculpas públicas a la sociedad norteamericana, y ofreció la recaudación de las ventas del libro a una fundación creada por los familiares. Después de veinte años de escalada de telerrealidad, se ponía una barrera.

El documental finaliza con la detención de O.J. por un delito menor de robo, y cómo la justicia esta vez se ocupó de acusarle hasta casi por respirar. Con su última condena se cierra de esa forma la biografía de aquel joven negro, aquel buen chico de origen humilde, al que le ofrecieron vivir el sueño americano. Y cómo aquel sueño envenenado se convirtió en la gran tragedia americana.


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