VALENCIA. El jueves fue casi como un 23F en directo. Tanto en el 81 como en el 16 todos hemos estado pegados a los medios, con la diferencia de que en el golpe de Tejero las personas que se habían significado temían desaparecer físicamente de este mundo y hace dos días todo fueron risas y tuits ingeniosos.
Lo que no ha sido es como el 18 de julio, tal y como comparaba en Twitter la ex ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo. Si acaso, si atendemos a la Historia, con hache mayúscula, el intento por defenestrar a Pedro Sánchez se ha parecido al golpe de Casado en las postrimerías de la Guerra Civil contra el presidente del gobierno, el doctor Negrín. Aquel fue un golpe en el que los autores no ansiaban mucho más que salvarse ellos con la esperanza de obtener justicia del injusto llevándose por delante a un gobierno legítimo al que, en sin igual pirueta, consideraban culpable por defenderse. El resultado fue que la República no pudo gestionar su derrota, porque hay muchas formas de perder una guerra, y en el lance, miles de personas que pudieron ser evacuadas y escapar, perdieron su vida o fueron a parar a campos de concentración. Y por supuesto, Franco pudo decir que sus últimos objetivos militares habían sido alcanzados en su tristemente célebre parte de guerra. Esto del Pedricidio es parecido, pero por favor, téngase en cuenta que parecido no es lo mismo.
De todas formas, en los 90 ocurrió algo que sí que era lo mismo, aunque no fue de forma parecida. Josep Borrell fue desalojado de la secretaría general del PSOE con un poco de presión mediática y una serie de malos gestos. El ex presidente del Parlamento Europeo no tuvo dónde defenderse ni a qué agarrarse cuando, tras haber sido elegido por la militancia, fue depuesto por los cuadros del partido. Su derrota no fue equiparable a lo ocurrido en el 39, pero si damos por válida la hipótesis de que con él no hubiera habido mayoría absoluta del PP en 2000, parece seguro que nuestro país sería muy distinto en la actualidad y por no haber, hasta nos habríamos saltado el ignominioso capítulo de la participación en la segunda guerra de Irak. Podemos hasta cerrar los ojos e imaginar que sin el apoyo del gobierno de Moncloa igual esta sangría indecente no hubiera podido producirse. Quién sabe.
Y qué tiene que ver todo esto con la televisión y los medios, se preguntará el lector. Pues mucho por lo visto. En una conversación con un ex diputado socialista en la madrugada del señalado jueves, quien esto escribe escuchó atónito un análisis del modus operandi de Susana Díaz desde sus tiempos en las Juventudes Socialistas. La acusaba, este político, de introducir espías en todo aquello que quería dominar para destruirlo desde dentro y luego apoderarse de ello cuando solo quedasen cenizas.
Entonces se reía, porque decía que, esta vez, había hecho lo mismo muy segura de que volviera a funcionar, pero le habían fallado los cálculos: saber en qué fecha estamos. Estos no son los tiempos de la defenestración de Borrell. No se ha hecho por medio de cuatro noticias y un par de editoriales interesados. Ha sido en directo, y la opinión pública ha reaccionado desbaratando en parte sus planes. La prueba fue que en su comparecencia el jueves por la tarde no hizo otra cosa que echar balones fuera.
Sin embargo, la retransmisión del suceso hacía que los más viejos del lugar se llevasen las manos a la cabeza. Por la mañana, Borrell junto a Susana Griso en Espejo Público de Antena 3, en una entrevista que no se sabe si era más oportuna que oportunista o más oportunista que oportuna, desguazó a los conspiradores. No tuvo nada de particular este encuentro entre el político y la periodista desde el punto de vista técnico o formal. Pero a continuación, en Al Rojo Vivo, en La Sexta, el alcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, se manifestaba en los mismos términos, pero no sin dificultades.
Los problemas venían del formato habitual del programa. Si bien Al Rojo Vivo es muy responsable de que en España esté de moda la política y de que los jóvenes se hayan interesado por ella tras tres décadas de pasotismo postransición, resultaba exasperante cómo su conductor, Antonio García Ferreras, le interrumpía sin parar para preguntarle y repreguntarle lo que ya estaba contestando. Nada que ver con la entrevista a Borrell de la otra cadena de Atresmedia, donde el catalán se expresó sin trabas.
Se puso en mute la noticia para opinar sobre ella
Pero esas trabas, esa concepción de los programas políticos como de un carrusel deportivo con Pepe Domingo Castaño, no tuvo nada que ver con lo ocurrido horas después en Más Vale Tarde en la misma cadena, La Sexta. Ahí, en directo, se produjo la esperada comparecencia de Susana Díaz. Los contertulios dieron paso, se dividió la pantalla, como es habitual en estos nuevos programas políticos, y la presidenta de Andalucía pronunció su discurso.
Por motivos ajenos a los periodistas, Díaz dio un discurso vacío y de 'no es lo que parece' que desmerecía la ocasión y que fue interpretado como un prudente paso atrás. Y ahí se produjo el momento mágico de la televisión moderna que tanta opinión está creando. Se silenció a la presidenta de Andalucía mientras hablaba y se dio paso a los contertulios. En ese instante, veíamos a la política hablar sin saber qué decía, lo que no impidió, vaya, que los demás opinaran ¡sobre lo que estaba diciendo!
Pocos ejemplos encontraremos mejores que ese para explicar lo que tenemos montado en los medios que hacen de la política un espectáculo. Se puso en mute la noticia para opinar sobre ella. ¿De qué opinaban si habían dejado de escuchar el directo? Solo Dios y su representante en la tierra parecen preparados para entenderlo. Aquello fue el más vivo ejemplo de lo sumamente tontos que nos hemos vuelto todos en la cobertura de los acontecimientos políticos.
Y hete ahí la paradoja. Para bien o para mal, esta cobertura en directo y al detalle, con sus cosas, sin ni seguir realmente el directo y con los árboles sin dejarnos ver el bosque, vino a salvar en buena parte ese jueves negro de Pedro Sánchez. El minuto a minuto de su caída le hizo ganarse el apoyo de los ciudadanos de izquierda como un auténtico clamor reflejado, al menos, de forma abrumadora en las redes sociales.
Antes con La clave éramos más listos, qué forma teníamos de seguir un debate y una confrontación de ideas tan admirable. Pero ahora, en esta traslación de los rudimentos del periodismo deportivo al político, quien debía haber sido víctima de una oscura intriga palaciega, sigue vivo políticamente. Al menos en la noche de un jueves de cuelgue general a los medios como pocas veces se han visto.