Pasión, tradición, costumbres. Siempre me ha llamado la atención como madrileño el arrojo con el que viven los alicantinos la Semana Santa. Acostumbrado a la ausencia idiosincrática de Madrid en todas sus celebraciones, se aprecia el doble esa historia latente en cada paso, procesión o salve. El venir de un lugar en el que todo el mundo es de algún rincón propicia esas cosas, la admiración hacia toda seña de identidad. Porque hay tantos pasos como rincones y existen tantos estilos como pueblos y provincias. Que rica es España.
Si en Andalucía lloran con sus vírgenes, a los alicantinos se les humedecen los ojos con su tesón a la hora de vivir la celebración. Admirable es la vinculación de muchos vecinos con alguna cofradía. Ocurre lo mismo con las hogueras y la relación de la ciudadanía con esa festividad. Son pocos los que se resisten a dejarse llevar por el ambiente costumbrista urbanita. Para un ciudadano de una capital en la que todo el mundo es de todas partes y de ningún sitio al mismo tiempo, el mínimo atisbo de arraigo es inconmensurable. Su gente, su memoria. Ese enaltecimiento de pertenencia provoca incluso la exaltación de la Semana Santa alicantina por parte de dirigentes como Carlos Mazón. Lo digo por eso de que el turismo de procesiones podría ser un impulso para la provincia. Vamos a ver, nuestra Semana Santa, y permítanme que me adueñe de esa tradición por adopción, está bien, pero no es una atracción como sí sucede en Sevilla o en León. Lo encomiable, además de la distinción estética y artística o religiosa, recae en la conexión entre los cofrades y la camarilla festiva. Se crea como una especie de atmósfera en la que la hermandad pasa a ser un Estado independiente de todo lo demás.
Sin embargo, en esas cuadrillas comuneras se corre el riesgo de perderse, de abandonar el verdadero significado de las razones por las que se reúnen. Hace unos años me ofrecieron entrar en una cofradía de Alicante. Acepté después de un tiempo de reflexión. He de confesar que pese a mi profundo catolicismo que nunca he sido mucho de sacar a ningún Cristo o a la Virgen en volandas. Será por aquello que he dicho antes de venir de un sitio en el que los nazarenos pasan con alevosía y casi de puntillas. En fin, que me voy por los cerros de Úbeda y eso que estaba hablando de Alicante. Cosas del cosmopolitismo patrio. El caso es que estuve durante un tiempo en esa hermandad. Algunas comidas, algún ensayo, e incluso llegué a recoger la medalla que me distinguía como miembro. Pero hubo algo que no me gustó, observé en el ambiente cierta farándula pagana interesada más en hacer contactos o negocios que en el rito en sí. Estaban los que parecían estar ahí para aparentar o incluso sacar la cabeza con el fin de saciar sus hambres políticas o de notoriedad, luego los que veían eso como un medio para hacer amigos o ligar, y por último, gracias a Dios en su mayoría, los que de verdad creían en lo que hacían con devoción. Unos que como me comentaba Alfredo Llopis, Presidente de la Junta Mayor de Semana Santa de Alicante, se enrolan en las cofradías por impulsos tradicionales con los que honrar a sus ancestros o agradecer las bendiciones concebidas. De los otros me llamaba la atención sobre todo aquellos que presumían de no haber pisado una Iglesia en su vida. ¿Es que acaso no existen clubes de lectura, de gastronomía o de domino en los que entablar relaciones sin que exista un motivo religioso? Lo que pasa es que todos esos círculos no tienen la influencia que se percibe en las cofradías de Semana Santa.
Los hay que penetran en esos ambientes con el único fin de medrar más allá. Comportamiento infinito del que utiliza plataformas sociales para alcanzar puestos "relevantes". Recuerdo a un compañero de partido en mi etapa política que, pese a su bajo perfil, su poco carisma y sus malas formas, ascendía en el organigrama simplemente por ocupar un cargo de gestión en una Cofradía. La agrupación constituía un caladero de votos. No es casualidad el interés de los dirigentes políticos en dejarse ver en actos organizados por las hermandades. He visto hasta personas a las que les quema el agua bendita ir a una misa sólo para hacerse la foto. Por lo menos algunos políticos como el exalcalde Gabriel Echávarri hacían gala de su ateísmo y no pisaban una capilla. Se agradece esa coherencia cristalina. Reniego de ese cinismo de los que por una falsa tradición llevan a hombros a una figura desconocida y sin conocimiento de su causa. Un sentimentalismo confundido con una fe. Emotivismo que lleva a los hombres a enrolarse en núcleos sociales. En palabras de mi buen amigo el psicólogo Jorge Pérez: "El ser humano es un animal de manada y necesita a otros para sobrevivir, somos gregarios". Comunitarismo entremezclado con las naturales ansias de protagonismo que todos atesoramos en nuestro interior, que colocan a personajes con nula religiosidad delante de la talla de un Cristo. "Todos merecemos quince minutos de gloria", dijo Andy Warhol. Pura idolatría. ¿Saben acaso lo que significó la pasión de Jesús? ¿Conocen el calado espiritual de la Semana Santa? ¿Símbolo o Sustancia?, se pregunta Peter Kreeft en su libro.
Al final las hermandades quedan reducidas por algunos a un mero grupo de camaradas o a un lobby con el que promocionar su vanidad sin dejar espacio al verdadero sentido religioso. No perdamos el norte pese a estar en el este, no olvidemos el carácter católico de estas celebraciones, no queramos secularizar a los santos. Es Semana Santa, no las fiestas de la primavera. Portáis altares, no simple tallas de madera.