Las hembras hemos sido mercancía desde que el mundo es un mercado. Carne comprada o alquilada, al por mayor o por piezas según las necesidades de la clientela y las costumbres de la época. Un producto básico del mercadeo más extendido en todas las latitudes y todos los tiempos. Tradicionalmente, la venta se realizaba por piezas completas mediante un contrato tipo llamado matrimonio, civil o religioso, por el que una mujer pasaba a ser propiedad del marido adquiriendo ésta la categoría de esposa. Esposa: pareja de manillas unidas entre sí con las que se aprisionan las muñecas de alguien. La RAE, siempre tan elocuente. Las cláusulas de dicho contrato son bien conocidas. El marido se comprometía a dar cobijo y a alimentar a la mujer a cambio de explotarla como asistenta doméstica interna “full time” y como procreadora oficial de su prole. Todas las religiones que han intentado legislar desde los cielos han bendecido este negocio secular y le han puesto nombre. Lo llaman familia y sobre ella han constituido y regulado la sociedad “civilizada”. Todos los que pretendan socavarla, malditos sean. No obstante, en esa compra-venta legalizada de carne femenina también existen variaciones en función del nivel adquisitivo del comprador, del entorno social del que procede la mercancía o de la buena calidad del producto. Reinas y plebeyas nunca han tenido el mismo precio. En el peor de los casos apenas somos obsequios, donativos o botines de guerra. Y si no cumplimos nuestro cometido se nos sustituye, se nos repudia o se nos mata.
Ustedes me perdonarán este disfraz de Cruella de Vil con el que maquillo cualquier atisbo de amor romántico en mis reflexiones y lo sustituyo por este ramalazo de capitalismo salvaje que acecha a las relaciones humanas. No creo en la generosidad ni en el altruismo que enarbolan aquellos que defienden la necesidad de regular este nuevo mercado de despiece femenino producto del avance de la ciencia: el de los vientres de alquiler. Tengo la certeza de que si existe la más mínima posibilidad de negocio, habrá mercaderes o piratas sin escrúpulos que harán tratos con nuestros úteros. No es nada nuevo, solo es más moderno. A las mujeres se nos ha comprado o alquilado enteras o por partes. Han comerciado con nuestras vaginas, con nuestros pechos y ahora también pretenden arrendar nuestros vientres. Regular ese mercado no es fácil. Miren la cantidad de años que llevamos buscando soluciones para eliminar la prostitución. En cualquier caso, para que la regulación o la prohibición de la gestación subrogada fueran efectivas debería existir un consenso global y no leyes de aplicación exclusivamente territorial que se pueden esquivar con un billete de avión en clase turista. No obstante, considero que éste es un problema que solo preocupa a un mundo donde habitan ricos caprichosos que desean a toda costa perpetuarse con sangre de su sangre ya que existen otras maneras de tener hijos sin parirlos. La adopción es una de ellas, la más generosa de todas, la más altruista pero, al parecer, no es suficiente. Sospecho que la ciencia también está preparada para clonar seres humanos o deben estar muy cerca de conseguirlo si estuviera permitido. Sin embargo, razones éticas impiden el uso de esa técnica como vía reproductiva. Y si somos capaces de fabricar piel y órganos con impresoras 3D, ¿cuánto tiempo creen que falta para construir úteros que alojen un feto durante su gestación? Esa sería una solución para no seguir comerciando con el cuerpo de las mujeres. Primero, un buen robot sexual para acabar con la prostitución. Luego, una fecundación in vitro y un útero artificial para comprarse hijos a medida. Alguien me dirá que entonces las mujeres seríamos totalmente prescindibles. Solo las hembras ricas; las pobres seguirían pariendo a pelo y con dolor. @layoyoba