En estos días hemos visto cómo el Consell y el Ayuntamiento de Alicante se disputan el dominio sobre el Teatro Principal de Alicante: los dos quieren la mayoría. Me gustaría que el Principal estuviera en manos de una sociedad compuesta por varios socios de distintos ámbitos y que contara con un consejo asesor multidisciplinar, en el que ni uno ni otro aspirantes pudiera tener la mayoría; pero, puestos a escoger, apostaría por el Ayuntamiento, como órgano encargado de la gestión y administración del municipio. La Generalitat nos queda lejos, suena mucho a València y para obras en valenciano, además en una ciudad castellano parlante, ya tenemos el Arniches.
El Teatro Principal es un lugar que tiene mucho encanto, si bien está necesitado de una reforma en profundidad, que le devuelva el que fuera con toda seguridad su antiguo esplendor, de la época de su creación, allá por 1847. Lo conozco a fondo, de aquellos tiempos en que me vi involuntaria, pero gustosamente, obligada por unos días a hacer de productora accidental de la ópera Lucia di Lammermoor, primera obra de la compañía alicantina Voccemus, que se estrenó en el Principal con gran éxito de crítica y público, como dirían las crónicas antiguas. Con posterioridad se representó también en Gran Teatro de Elche, con igual acogida. Fue un maravilloso experimento. Corría el año 2003 y una fuerza de la naturaleza llamado Ignacio Encinas, que más adelante sería solista del programa “La Voz Senior”, vino de Barcelona a hacer el papel protagonista de la ópera, acompañando a una Ascensión Padilla, soprano y profesora de la Universidad de Alicante, que estuvo soberbia en su papel principal de Lucia. La cantante uruguaya afincada en San Vicente del Raspeig, Jovita Gómez Couto, fue la directora de aquel evento, en el que participó como director escénico Gerardo Cerca, y en el papel de Arturo intervino el tenor alicantino Javier Robles, entre otros muchos artistas de la terreta. El estreno fue muy aplaudido y el público quedó encantado de la representación, en la que una enorme cruz, sencilla pero efectista, ocupaba medio escenario como indicio de la tragedia que se iba a fraguar desde el primer instante. De entonces capté lo mágico que resulta un estreno de estas características, y me fascinó. Qué agotador, estresante y a la vez qué divertido me resultó todo aquello, acostumbrada a las historias abogadiles, que, pese a ser por lo general menos animadas, no están exentas de elevadas dosis de teatralidad, pues por algún motivo que no acierto a explicar cada vez que entro en una vista se me figura que es una representación. Según los casos, en ocasiones la cosa tira más para el drama y en otras para la opereta, pues hay de todo en esta viña de los juicios.
Proyectos ambiciosos como aquel de la ópera que les relato son más necesarios que nunca, ahora que necesitamos levantar cabeza y retomar las actividades normales, tras la devastación causada por la pandemia. La cultura es una de las áreas que más están sufriendo como consecuencia del coronavirus. Los artistas profesionales se han visto forzados a trabajar en cualquier cosa, con tal de sobrevivir. Condenados a la pobreza por mor del dichoso virus, que durante tanto tiempo ha impedido las representaciones y que se ha cebado con la hostelería, pues muchos vivían de los bolos en locales de ocio, que han permanecido durante demasiado tiempo cerrados o con restricciones severas. Hambre y miseria.
La vicepresidenta y portavoz del Consell, Mónica Oltra, ha abierto la puerta a que se recupere el ocio nocturno en la Comunitat Valenciana «con su naturaleza propia», vista la evolución de la pandemia y el nivel de vacunación alcanzado en la Comunidad. Así mismo, apostó por que se vaya hacia la normalidad. A ver si es cierto y, si conseguimos superar la fase de lo más esencial en la que nos hemos visto sumidos durante estos largos meses, conseguimos ascender en la pirámide de Maslow hacia cotas más elevadas, que no serán tan básicas para la supervivencia de la mayoría, pero sí en cambio lo son para la de quienes nos proveen el alimento para el espíritu, los artistas, que con su arte nos llenan el corazón, nos sacan de la realidad, nos alegran el día o un minuto y nos hacen pensar que el ser humano posee una cualidad que, afortunadamente, a la que ninguna máquina será jamás capaz de aspirar: la creatividad. Por muchos poetas-robot que inventemos, por mucho que nos copiemos los unos a los otros -porque, para poder escribir, es imprescindible haber leído antes- el punto de originalidad de cada creador es aquello que le da el toque único, distinto de los demás. Hablo de todo arte en general, de la música, las artes plásticas, las artes escénicas… y la literatura. Sin escritores no hay obras de teatro que representar, y así sucesivamente. Todos necesitamos trascender un poco la realidad y gozar de estos aportes para el espíritu. Y el teatro es, entre otras cosas, un lugar de encuentro de los ciudadanos, que acuden a llevarse recargas emocionales, de las que tirar a lo largo de la semana. Ojalá el Teatro Principal de Alicante siga siendo ese lugar en el que se hace magia, como ocurrió en el último Festival de Jazz, abruptamente interrumpido por causa del dichoso toque de queda. Y espero que el Teatro disponga de una dirección profesional y del respaldo necesario para poder ofrecer una cartelera potente, que, aparte de traer importantes producciones de gira por todo el país, también sirva de escaparate y respaldo para los artistas locales, y que presente una programación variada y atractiva para el público. Queremos que dure para siempre y que esté en las mejores manos. Y que su rumbo esté identificado con la ciudad, al ser un lugar tan emblemático de Alicante.
Mónica Nombela