Me alegra leer en un reportaje de Ana Jover que Alicante no es una ciudad turística. Especialmente, después de que nos hayan estado vendiendo que las Hogueras concentran a más visitantes que los sanfermines, el Mardi Gras y los desfiles del ejército chino juntos. Quizá se debería ir asumiendo lo que no es más que una realidad, que la capital de la provincia es un mero punto de paso para quienes van a Benidorm y al resto de reclamos del litoral. Una excursión de un día. Tocar la pared y volver. Una perfecta desconocida con un monumento con vistas al mar. Viendo cómo está el asunto en polos de atracción masiva como Barcelona o Ibiza, casi deberíamos exhalar un suspiro de alivio. Y aprovechar para concentrarnos en otra cosa.
Una buena iniciativa, por ejemplo, es la que se ha emprendido en el Matadero, tal como recogía ayer Raúl Navarro. La reconversión de inmuebles industriales suele dar grandes resultados cuando se acometen con cabeza, algo en lo que esta ciudad no es demasiado pródiga. Si el aspecto exterior se mantiene, cualquier innovación que presentes en el interior sorprende, hagas lo que hagas. El Matadero merece un renacimiento desde los escombros, ahora que no es más que un cadáver tatuado de grafitis y situado en una espléndida posición para el velatorio, con el aeropuerto a un paso, buenas conexiones y, de nuevo, vistas al mar. Prácticamente lo que se buscaba con la vecina Ciudad de la Luz,que vivió deprisa, murió joven y dejó un cadáver, víctima de la codicia, la urgencia, la corrupción y la falta de planificación, que acabará descuartizado como una prostituta victoriana a manos de Jack el Destripador.
Al parecer, el destino del Matadero es una lanzadera de startups. Un semillero de ideas para el que son necesarias continuas incursiones en el terreno burocrático que va más allá de los dominios consistoriales. Y que exige una vigilancia que trascienda la ignición de los cohetes, que es donde se suelen quedar los proyectos alicantinos, tan dados como somos a perpetuar lo efímero, como los fuegos artificiales y las paredes medianeras, y a cimentar lo eterno en terrenos de cartón y niebla. De nada sirve dotar de infraestructuras a los nuevos empresarios si luego no se les proporciona toda la ayuda posible con planes, a poder ser, que duren más que los cuatro años de cada legislatura.
El reciclaje de fábricas y almacenes históricos asombra, cohesiona, arraiga y da sentido a los lugares en los que están emplazados. Sustituye esqueletos, les insufla vida y los adapta a su medio natural, que es la nueva época que les toca vivir. El Matadero es un buen punto de partida, como lo fue Cigarreras en su momento. Los silos de la Estación habrían podido constituir un buen centro de reunión en el barrio de San Blas, si se hubieran sabido integrar en el proyecto urbanístico que perpetra Adif. Pero quedan más. Las harineras de Bufort, incluso las chimeneas de Benalúa, los depósitos de la Cantera, por supuesto. Todo un universo para reducir, reutilizar y reciclar y, de esta manera, aprender por fin a zurcir una ciudad que bosteza entre organismos y zapaterías. Y que no puede abandonarse al presunto turismo y los congresos de invierno.
@Faroimpostor