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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Érase una vez cuando Halloween tuvo gracia

28/10/2018 - 

VALÈNCIA. Recuerdo perfectamente la mañana de Halloween del año pasado. Estaba en el gimnasio, supongo que recuperando el aliento, y me asomé a la cristalera que comunica la sala de ejercicios con la piscina. Ese día había una animadora (o animador, nunca pude diferenciarlo) vestida de payaso, jaleando a los nadadores de la tercer edad que estaban en el agua. Normalmente, la persona encargada de esa labor iba vestida de paisano –pantalón corto, camiseta, chanclas- pero ese día debieron pensar que haciendo que transformarla en el hijo tonto del payaso Pennywise quedaría mejor.

Un rato después estaba comprando en Carrefour. Las cajeras estaban todas disfrazadas de seres pavorosos. La cajera suele ser de por sí un personaje inquietante, como huido de un thriller psicológico porque nunca sabe si va a ser amable o te va a poner cara de odio. La que me atendió a mí ese día iba vestida de algo que entendía debía ser una especie de fantasma. Maquillaje negro alrededor de los ojos, una telaraña de pega. Daba mucha ternurica. Definitivamente, lo de celebrar Halloween aquí se nos ha ido de las manos.

Menos Jason y más Tenorio

A no ser que tengas uno vínculos culturales muy claros con ciertas referencias, celebrar una fiesta asociada a lo sobrenatural no resulta una buena idea. Esto es algo que sólo los norteamericanos pueden hacer sin caer en el ridículo. No se trata del debate sobre si esa noche, el disfraz más adecuado si vives en España, es el de Don Juan Tenorio o Doña Inés, o salir con una camiseta con un verso de  La desesperación de Espronceda estampado (“Me agrada un cementerio / de muertos bien relleno, / manando sangre y cieno / que impida el respirar, / y allí un sepulturero / de tétrica mirada / con mano despiadada / los cráneos machacar”). Se trata de que al final, las sobreabundancia de calabazas y murciélagos de plástico te hace detestar algo que hasta hace no mucho me encantaba. Para mí, Halloween es como el Día de Acción de Gracias, un rito que forma parte de un país que me ha marcado culturalmente en la época de la vida –y en una época de la Historia- en que esas cosas podían marcarte. Solo que a mí el Día de Acción de Gracias me da absolutamente igual. Halloween no. Forma parte de unas referencias culturales que tienen lógica si has crecido entre los años setenta y ochenta. Cuando aquella fiesta era un misterio que aquí sólo llegaba a través de las películas, los cómics y los discos. Celebrar Halloween es otra de esas cosas supuestamente divertidas que nunca volveré a hacer.

Bienvenidos a mi pesadilla

Cuando veo las calaveras y los disfraces de bruja en las tiendas, me entra nostalgia de aquellos tiempos en los que todo esto era impensable aquí. De cuando este folclore formaba parte de una idiosincrasia que atraía sólo a determinados consumidores de cultura pop. Halloween eran Alice Cooper y The Cramps. El primero porque nació para eso y ejerció muy bien de pesadilla con patas en aquellos primeros años de carrera. The Cramps porque no existe grupo más halloween que ellos. Nadie ha interiorizado la cultura del miedo y el terror gótico tan bien como Poison Ivy y Lux Interior. Especialmente en sus comienzos, cuando además tenían en sus filas al espeluznante Bryan Gregory, que cuando abandonó el grupo montó una banda llamada The Beast, que sólo sacaron un disco, bastante malo, por cierto. Algunos de mis grupos favoritos tienen canciones inspiradas en esta fiesta. Siouxsie & The Banshees, Sonic Youth, The Shaggs, Lou Reed. Y luego estaban los recopilatorios confeccionados para mayor gloria de Elvira, la autoproclamada mistress of dark. Dos discos dobles publicados por Rhino a finales de los años ochenta que reunían piezas oscuras de los años cincuenta y sesenta mezcladas con canciones más recientes. Toda una fiesta tétrica con canciones de Dave Edmunds, Screamin’ Jay Hawkins, The Cramps, Oingo Boingo, Lavern Baker y la sintonía de la serie The Twilight Zone. Aquello era miedo y no lo de ahora. Ese miedo que en el fondo era, en muchas ocasiones, divertido en lugar de angustioso. El miedo del vídeo de Thriller y de la avalancha de películas de serie B que aguardaba en las estanterías de los videoclubs del barrio.

Fetiches

La apoteosis del espíritu de Halloween la viví en Deplástico, la tienda de discos que monté con mi hermana Raquel en 1987. Como era muy complicado vivir de vender discos (es decir, de los discos que nosotros vendíamos, que eran de grupos que en aquella época, salvos contadas excepciones como Pixies, no tenían tirón alguno, ya fuesen Big Star o Big Black), nos dio por importar muñecos y gadgets del cine de terror. Tuvimos una hucha que la planta carnívora Audrey de La pequeña tienda de los horrores, un Freddie Krugger que si tirabas de un cordón que tenía en la espalda, te deseaba dulces sueños, la máscara de Jason Voorhes, una réplica en PVC de Pinhead, el demonio cenobita de Hellraiser. Tampoco nos comimos un colín pero nos lo pasábamos de miedo, nunca mejor dicho, rodeados de aquellos fetiches que en el fondo, se puede decir que los comprábamos para tenerlos cerca. 

Todo esto era en una época en la que el zombie no era prácticamente la de un miembro más de la familia. Echo de menos esa época en la que todas estas cosas pertenecían casi exclusivamente a un ámbito cultural popular pero especializado. Unas referencias que no se habían vulgarizado porque sí (bueno, porque sí, no, por un motivo eminentemente comercial). Celebrar Halloween me parece una opción como otra cualquiera, lo mismo que elegir que dejen los regalos navideños Santa Claus y no los Reyes Magos. Lo que me resulta chocante hasta la saturación es esa imposición comercial para celebrar la dichosa fiesta. Una celebración que, en realidad, ni nos va ni nos viene. Esa era la gracia en su momento. Que fuese algo lejano, una extravagancia importada.

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