Mariano Rajoy, este hombre al que se le echa tanto de menos teniendo en cuenta a quién tenemos ahora en La Moncloa; convertido en cronista deportista de éxito y en arquitecto de frases memorables, se olvidó de los valencianos; nos dejó las migajas de lo que sobraba en los Presupuestos Generales del Estado. Francisco Camps y Eduardo Zaplana, que se están sentando más en el banquillo que ese tuercebotas que convocó Luis Enrique para el Mundial porque le caía bien, fueron los primeros en invocar al fantasma del valenciano en la güija lingüística. Tan solo hay que reproducir la hemeroteca para contemplar cómo la mayoría de las cosas que nos preocupan han sido fabricadas por los mismos que dicen que van a solucionarlas. Un consejo de uno que ha convivido con políticos: no se fíen de ellos, y menos de los que prometen el oro y el moro, ya dijo Bernard M. Baruch, asesor de Frankien D. Roosevelt, que se debe votar al que menos promesas haga porque será el que menos te decepcione.
Así estamos, de chasco en chasco y tiro porque me toca. Estoy atravesando una profunda crisis de fe en los que nos gobiernan. Siento que vivimos en un día de la marmota constante; los que están en la oposición protestan contra lo que hacen los que mandan, después llegan ellos al Gobierno y caen en la misma piedra. Un día te dicen que no van a indultar a los golpistas catalanes y al otro te encuentras a Junqueras comprando el pan en tu barrio; un día te dicen que van a bajar impuestos y al otro estás donando casi la mitad de tu sueldo al Estado. Al grano, que me enrollo. Lo que quiero decir es que, si Pedro Sánchez ha marginado a Alicante, Mariano Rajoy envió al ostracismo presupuestario a toda la Comunidad Valenciana. Corría el año 2017 y mientras la media nacional por habitante en los Presupuestos Generales era de 184€, los valencianos no llegaban a los 120€. Los dirigentes del Partido Popular en la región protestaron, pero no mucho, gritaron con la boca pequeña ante el miedo de que esas réplicas perjudicarán a futuras inversiones del Ejecutivo en nuestra tierra. Permítanme sospechar que su verdadero temor era enfadar demasiado al jefe y que eso tuviera consecuencias en sus carguitos de cara a las próximas elecciones. ¿Qué hicieron los diputados valencianos del PP el día que había que convalidar los Presupuestos de 2017? Votaron a favor, igual que los que pulsaron el botón verde hace unas semanas apoyando los de 2023 pese a que perjudicaban a su tierra. Cosas de la partitocracia. Cuando la ministra Isabel Rodríguez dijo el otro día que animaba a los diputados manchegos a dar su voto negativo a las reformas del Código Penal, lo hace a sabiendas de que no lo harán por miedo a quedarse sin escaño el próximo año. Nuestra democracia está cimentada en un sistema perfecto en el que los representantes pasan a obedecer todo lo que dicta su formación por el influjo de la coacción de quedarse sin trabajo.
Veo también últimamente al Partido Popular muy preocupado por la inmersión lingüística emprendida por el gobierno del Botànic; me sorprende porque hace tiempo no fue así, más bien al contrario. Era 1996, José María Aznar ganó las elecciones y había gestado el pacto del Majestic con Jordi Pujol para que Convergència apoyara su investidura; uno de los peajes de ese pacto lo tuvo que pagar Eduardo Zaplana con la creación de la Academia Valenciana de la Lengua, organismo con el que se consumaba la unidad lingüística entre el catalán y el valenciano. En 2004 Jordi Pujol presumió de ese pacto, pero Zaplana, por aquel entonces portavoz del Partido Popular en el Congreso, negó la mayor; la hemeroteca le perseguía.
Caja de Pandora que también tiene recuerdos de Francisco Camps. El sucesor de Zaplana al frente de la Generalitat Valenciana escribió un artículo en el que evocaba “la vía valenciana hasta la España plural”; para que luego se indignen cuando Pedro Sánchez y sus colegas definen a España como un Estado plurinacional. Ellos hacían lo mismo, usan el valenciano como mera arma electoral, unos y otros. Reprochan la obsesión con la lengua de los dirigentes de izquierdas, pero en el 2007 el PP acusó al presidente José Luis Rodríguez Zapatero de discriminar el valenciano en su página web. “Los valencianos estamos empezando a cansarnos de que, día sí y día también, desde el PSOE y desde el Gobierno, así como por parte de la candidata por Valencia, María Teresa Fernández de la Vega, se excluya al valenciano de todos los ámbitos como lengua cooficial, pues tiran a la basura siglos de historia”, declaró el diputado en Corts Rafael Farrero; lo podría haber dicho Baldoví. Me llama mucho la atención que los mismos que ahora se indignan por declaraciones parecidas sean los autores de otras casi calcadas de años atrás. Cambio producido por el mero interés electoral. Se parece a como cuando Rita Maestre acusó al alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida del aguacero que cayó la semana pasada en la capital; buscan cualquier resquicio con el que atacar al contrario.
Cuando juzgues el presente, acuérdate que los mesías del futuro también tuvieron un pasado en el que cometieron los mismos errores que ahora.