Puchol II es la estrella indiscutible de la pilota. Hace tres años, agobiado por la presión de tener que ganar siempre, empezó a trabajar con un psicólogo y, desde entonces, no ha vuelto a perder una gran final
VALÈNCIA. El barranco del Carraixet está lleno de matorrales y hasta de árboles. Se ve que hace tiempo que no bajan por ahí las riadas violentas de los días de tormenta. Por los lados, sudorosos, con el rostro congestionado, avanzan los corredores que apuran los últimos minutos de tregua del día. Son las nueve de la mañana y en nada hará demasiado calor para ir a la carrera por la orilla del barranco. Puchol no se escapa. A él le toca salir desde Vinalesa, su pueblo, en cuanto acabe esta charla. Diez minutos de calentamiento y luego diez bloques, separados por tres minutos de recuperación, en los que tendrá que correr quince segundos a intensidad media, quince a intensidad alta y otros quince a media otra vez. «No me gusta correr», suelta Xavier Puchol. Pero ahí está, con las zapatillas atadas y uno de esos sofisticados cronómetros en la muñeca. Hoy toca carrera y el pilotari, pese a que lo detesta, sale a correr. «Es mi trabajo, no tiene más mérito».
Puchol II está relajado. Ya pasaron los meses del final de la Lliga CaixaBank y del Individual, los dos torneos más importantes del calendario de la pelota valenciana. Ahí, ya lo ha contado en alguna ocasión, le cambia el carácter. Pero agosto es el mes de las fiestas patronales y el número uno de la modalidad d’escala i corda va de trinquete en trinquete, y de calle en calle, jugando partidas por pueblos de toda la Comunitat Valenciana. Luego se irá de vacaciones.
Hasta entonces su vida está pautada a diario. Cada día sabe lo que tiene que entrenar y lo que tiene que comer. Todo está planificado. Así es la vida del número uno de un deporte semiprofesional. Porque, no nos engañemos, no todos pueden vivir como Puchol II, que invierte mil euros cada mes en dos preparadores físicos, un nutricionista, un psicólogo deportivo, un experto en comunicación y las sesiones de fisioterapia que necesite el cuerpo. También tiene un entrenador, Vicente Alcina, un veterano de los trinquetes que parece conformarse con alguna cena en los restaurantes de postín que le gusta frecuentar al deportista de casi 1,90 metros de estatura.
Puchol II, que cumple 32 años el 15 de septiembre, es hijo de Javier Puchol, que también fue profesional y que acaba de salir reelegido como alcalde de Vinalesa. Y nieto del Tío Valero, uno de los fundadores del Club de Pilota de Vinalesa y el hombre que empujó a aquel chiquillo hacia un deporte con menos tirón que el fútbol que empezó practicando en el pueblo. No se ha movido de allí. El pilotari heredó la casa de la abuela y se la ha reformado a su gusto. Ahí vive con su novia, Gala, que es maquilladora y trabaja en moda.
Puchol I insistió menos que el abuelo. Pero la gran figura de la pilota no olvida aquellos viajes eternos al lado de su padre, en verano, en un Peugeot 306 con el aire acondicionado estropeado, camino de Benitatxell, donde jugaba partidas en un club de llargues. Él, como todos los pilotaris, pasa muchas horas en el coche, pero su estatus es superior al que tuvo su padre en los trinquetes y conduce un Mercedes. Aunque Puchol se apresura a justificar, como si hiciera falta, que tiene casi 200.000 kilómetros y que no tiene pensado cambiarlo. El calor del verano no ha cambiado. Como mucho ha empeorado, pero estos meses se mueve mucho dinero de los ayuntamientos y hay que aprovechar. «Jugar a las siete de la tarde en pleno mes de agosto es terrible. Este año lo estoy notando un montón. Las temperaturas de este verano están siendo brutales. La peor fue una partida en Dénia, por la tarde-noche. El sol estuvo calentando el trinquete toda la tarde y, encima, es peor jugar en uno cerrado que en uno abierto. Es como si jugaras en un invernadero. Sudas muchísimo. Las manos las llevo destrozadas. Ahora juego con guantes para que me aguanten las manos».
Al Tío Valero le gustaba llevar a su nieto a ver las partidas de los martes en el trinquete de Massamagrell o al carrer de la Fábrica. Y así, poco a poco, fue aficionando al chaval. «Mi abuelo ha sido el que me ha llevado a ver partidas de pelota, no mi padre, que nunca me ha achuchado». Puchol I tuvo a su hijo con 31 años y aún aguantó vestido de blanco hasta los 36 o 37. Luego se retiró y años después su hijo despuntó y acabó convirtiéndose en el número uno indiscutible con seis títulos del Campeonato Individual y cuatro de la Lliga CaixaBank.
El abuelo falleció hace diecisiete años. «Me acuerdo porque murió antes de que yo debutara en Pelayo. Solo me vio de pequeño jugar a galotxa y de juvenil. No sé de dónde le venía la afición a él. Yo creo que antes ya había gente en el pueblo que, después de la guerra, ya eran aficionados a la pelota. Y pienso que de ahí le viene a Bene y a mi abuelo la afición, que entonces jugaban en el Bar Frontón. Hay alguna foto por ahí de ellos jugando descalzos y con camiseta de tirantes… Es una pena que se muriese tan pronto porque hubiese disfrutado mucho viéndome jugar. Hay muchos aficionados de aquí, de la zona, mayores, que siempre me dicen eso, lo que hubiera disfrutado viéndome».
La suerte de Xavier Puchol es que un amigo de su abuelo tomó el testigo. Ese hombre es Bene Vijuescas, un señor de Vinalesa que ha convertido la carrera deportiva del astro de la vaqueta en el raíl de su vida. Siempre que puede le acompaña a las partidas y está pendiente de él. «Bene es como un segundo abuelo para mí. Pienso que lo suyo por la pelota es exagerado. Mi abuelo no sé si hubiese venido a tantos partidos como Bene, que sólo falla en las partidas menos importantes o las que están muy lejos. A él le gusta el trinquete. Ahí no falla. Entiendo que es su vida: a él, además de su familia y ver crecer a sus nietos, lo que más le gusta es esto. Bene se levanta por la mañana y a las nueve ya me envía un WhatsApp que pone: ''La maleteta i a escola. Hui a quina hora?’'. Cuando siempre quedamos a la misma hora… O me dice que que lleve la nevera, que, ahora que hace tanto calor, le meto hielo, isotónico, una Coca-Cola… Y él la coge, la llena y se la pone al lado. Su faena cada día es levantarse, leer el periódico y meterse en Facebook a enterarse de todo lo que pasa en la pilota. Es lo que le mola, su afición. Y a mí me encanta porque sé que él no me falla nunca. Bene, mi padre y César, otro amigo de Catadau que trabaja de maestro en Montserrat, son los fijos, los que nunca me fallan. Yo, los días de partida, recojo a cada uno en su casa y nos vamos juntos al trinquete. Por el camino van contando anécdotas y estamos de cachondeo. Al acabar la partida nos encanta quedarnos a cenar e ir probando restaurantes. A ellos les da la vida, pero a mí también. Porque la rutina del jugador de pelota se puede hacer muy aburrida. Pues no ha habido partidas que estoy jugando y estoy pensando que tengo que ganar porque, si pierdo, no nos quedamos. Ellos dicen que no les gusta quedarse cuando pierdo porque estamos todo el rato callados. Y si gano, hay cachondeo. Por eso estoy jugando y estoy pensando en eso, en que si pierdo la cena va a parecer una película de cine mudo…».
Su padre fue un buen ejemplo. El primer Puchol pilotari es ingeniero y el título, sin necesidad de palabras, ya le estaba diciendo al hijo que hay tiempo para todo. Sus padres, cada día, dejaban al chiquillo a las ocho de la mañana con la abuela Antonia y se iban a trabajar. Por la noche, cuando Xavier salía a las siete o las ocho del entrenamiento de fútbol, lo recogían y se lo llevaban a casa. «Yo me he criado con mi abuela». Y entonces vuelven los recuerdos de la niñez, de sus primeros contactos con la pelota en la calle Maravillas.
Apenas se ven ya corredores por el barranco. Es la hora de los que sacan el perro a pasear. Sus cacas están por todas partes. Algunos ven al deportista del pueblo y saludan discretamente: «Bon dia». Y el pilotari contesta: «Bon dia». La ropa deportiva deja ver la buena planta del rey de los trinquetes. La camiseta roja, el color de los campeones en este deporte ancestral, está llena de marcas. Su patrocinadores principales son Gesmed y el Villarreal CF, a través del Proyecto Endavant, una iniciativa del club de Fernando Roig para ayudar a los deportistas de la provincia. Puchol II, de València, es una excepción.
Todo viene de una presentación del Trofeo Vila-real. Después del acto llevaron a los jugadores y a varios directivos del club a comer a un restaurante. Allí les sirvieron un plato de arroz y entonces José Manuel Llaneza —el artífice del éxito deportivo del Villarreal, fallecido hace menos de un año— le dijo a Puchol II: «Esta paella no la probarás en tu pueblo». El pilotari sonrió, le dijo que podía ser, pero luego añadió: «En mi pueblo hacen un plato que se llama la caldera, que es típico de allí, y tú tampoco comerás otro igual. Es más, estás invitado cuando quieras». Al veterano del fútbol, hombre de buen paladar, le hizo gracia la réplica y le pidió que se apuntara su número.
Bene Vijuescas, el gran seguidor de Puchol II, es un sibarita que compra lo mejor de lo mejor y que tiene muy buena mano para la cocina. A este hombre le gusta organizar comidas en su casa y una semana después de aquel encuentro en Vila-real montó una para un miércoles. Puchol II se acordó de la propuesta de Llaneza y estuvo un buen rato dudando. Al final se decidió, cogió el móvil y le llamó. «Sabía que tenía amigos en Vinalesa y que veraneaba en Puçol, así que le expliqué que íbamos a hacer una comida, por si le apetecía pasarse. Llaneza me contestó que no podía, que iba a coger un avión para irse a Argentina a negociar un fichaje».
Puchol colgó y pensó que aquel hombre le había dado su número pero que, en realidad, no tenía ninguna intención de quedar con él nunca. Pero una hora después, Llaneza le devolvió la llamada y le dijo que el miércoles no podía, pero que si no les importaba adelantarlo al lunes, iría a la comida. «Vino y se lo pasó genial. Fue entonces cuando me dijo que le presentara un proyecto para optar a una subvención del Proyecto Endavant y, desde entonces, recibo su ayuda. Ahora que desgraciadamente se ha muerto, no sé qué pasará. Espero que lo respeten».
Parte de esas ayudas las invierte en profesionales que hacen de él un mejor deportista. Durante muchos años se mostró reacio a incorporar a un psicólogo. «Yo ya tenía una nivel físico y técnico muy alto, y mentalmente no veía necesario trabajar con un psicólogo. Hace tres años cambié de opinión y es la parte en la que más he mejorado. De hecho, he ganado prácticamente todas las finales que he jugado desde entonces. No sé qué porcentaje de culpa tiene, pero los números están ahí. Me decidí a probar porque hubo una temporada que lo pasé mal. Una vez ganas, ya no puedes volver a bajar. Ya tienes la obligación de ganar siempre. Y empecé a notar que durante las temporadas que llegaba el Individual, me agobiaba. Cuando alcanzas ese estatus de convertirte en el jugador que va a dominar la pelota durante los próximos años, a mí me creaba una situación de estrés brutal. Yo tengo un contrato anual que cuando acaba me revisan lo que he ganado y lo que he perdido, y, en función de esos resultados, te pagan más o menos. Y eso me generaba mucha ansiedad. Me cambiaba el carácter. Los meses del Individual lo pasaba fatal. Yo estaba bien, pero llegaba el Individual, corría cincuenta metros y me ahogaba. No tenía sentido. Era por la ansiedad. Ahí me di cuenta de que sí necesitaba un psicólogo deportivo porque no disfrutas. Yo disfrutaba un miércoles en Guadassuar, pero no en el Individual. Y no puedes evitar todo lo que pasas, pero sí puedes aprender a manejarlo. Ahora, con seis Individuales, ya te da un poco igual y te lo tomas de otra manera, pero cuando estás ahí te creas mucha ansiedad».
Se nota que intenta aligerar su carga y dice que ya no le afecta. Pero él en realidad ya sabe que si este año ha igualado a Genovés, Sarasol y Soro III con seis títulos, la próxima temporada le van a pedir un título más para superar a esos tres. Y que entonces ya sumará siete y sólo tendrá por delante a Álvaro, que es el rey de la modalidad del mano a mano con once campeonatos. «Estoy trabajándolo, pero es duro, es muy duro. Yo he visto a jugadores muy buenos que no les gusta esa presión y prefieren tener un perfil más bajo porque así están bien y si están más arriba se convierten en otra persona. Muchos se deshinchan porque esas situaciones les afectan. Sólo quieren que pase el Individual, y yo eso sí que ya lo he superado. Yo sé lo que viene y lo mal que se pasa, pero ya no quiero que pase. Mi padre ha sido profesional y esto no lo ha vivido. Yo le cuento que corro cincuenta metros y que me canso por la ansiedad, y no lo entiende».
Otra carga, aunque mucho más ligera, es el pasado. Para muchos aficionados entrados en años todo lo antiguo es mejor que lo presente. Cuando ahora los pelotaris son verdaderos atletas, muchísimo mejor preparados físicamente que los de hace apenas treinta años. Una unidad de medida muy recurrente en los trinquetes es Paco Cabanes ‘El Genovés’. Genovés, que murió hace dos años, es la mayor leyenda de este deporte, pero como sucede con los ídolos se ha acabado magnificando. «Genovés es la referencia. Siempre que se hacen comparaciones, el máximo exponente siempre es Paco. No hay partida en la que, tras una jugada, no salga un aficionado y suelte: ''Esa Paco la hubiera tirado arriba''. Y tú piensas: ¡Collons, Paco! Genovés me genera mucha curiosidad, pero muchos otros también. He visto partidas grabadas de Enrique Sarasol, pero me gustaría haberlo visto en vivo. O Eusebio. Esuchas hablar de jugadores antiguos y al final piensas: ¿Pero qué películas me estás contando? Te dicen: Fulanito, desde ahí, la mandaba a la galería. Y, mira, yo me preparo mucho, voy al gimnasio y te aseguro que de ahí no la tiro allá. Y aquellos eran jugadores que venían del bar de tomarse un tercio… Mi padre me lo dice: ''De una pilotà ens hauríeu matat''. Todos los jugadores tienen un pelotazo tremendo. Yo he visto jugar a Grau, que tenía la pelota larga y fuerte, pero la velocidad de estos no la tenía».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 107 (septiembre 2023) de la revista Plaza