Numerosos estudios académicos y ensayos han analizado el mito de Pretty Woman, la película de Julia Roberts y Richard Gere de 1990 sobre un yuppie que se enamora de una prostituta callejera, una revisión del cuento de Cenicienta, que en realidad habla de otra realidad estadounidense palpable aquellos días (y estos) la desindustrialización del Medio Oeste y la expulsión de mano de obra hacia los litorales, donde supuestas oportunidades, trabajos mal pagados o cosas peores
VALÈNCIA. Pocas películas habrán llenado más páginas de papel que Pretty Woman. La cinta de Garry Marshall en su día supuso la evidencia de la dislocación absoluta entre la crítica y el gusto del gran público, pero años después, ha supuesto una auténtica neurosis entre académicos y escritores que se preguntan por sus diferentes grados de feminismo o lo contrario.
Es tan emblemática la película que yo no sabía si la había visto o no. Igual de verla tantas veces citada en televisión y comentada en libros y artículos creía que la había visto, puede que hasta de esta manera la haya visto deconstruida cual tortilla del Bulli, pero no lo sabía a ciencia cierta. Aprovechando que en Año Nuevo me saltó en Netflix como novedad, di el paso de una vez por todas para verla y entender por qué, de forma tan recurrente, se habla de ella en todas partes.
Sinceramente, con tanto anuncio de lujo y glamour en los inicios de la historia, lo primero que me llamó la atención fue le cutrerío fino gastronómico. El desayuno que les suben a la suite es un huevo revuelto con dos rodajas de kiwi y una loncha de beicon junto a unos croissants de aspecto poco suculento. No contentos con ello, van a un restaurante para cerrar un negocio mil millonario, le tienen que enseñar a Vivian, el personaje que interpreta Julia Roberts, a manejara los cubiertos para que no dé el cante en un espacio tan selecto… y les sirven una rebanada de pan Bimbo con fuagrás.
Pero vayamos a lo importante. Una vez vista, para mí, esta historia es mil veces conocida y no por Cenicienta. Cuando ella habla al principio de que creció entre coches, da a entender que procede de un entorno donde abundan los mecánicos, etc… El lugar, confiesa, es Milledgeville, en Georgia, un estado que perdió su industria textil a finales del siglo XX por la deslocalización hacia China.
El cierre de fábricas en el Medio Oeste empezó en los 70, como en Europa y como en España, y supuso una migración de población joven hacia las costas. Estados Unidos está bastante vacío, aunque no tenga un Madrid en el centro al que echarle la culpa, y todo se cuece en los litorales.
Este fenómeno alcanzó de lleno a la cultura popular. Los jóvenes se iban a California con la esperanza de encontrar un trabajo en el cine o en la música y, en la inmensa mayoría de los casos, acababan en ocupaciones menos ambiciosas o malparados. Hay muchas canciones que lo tratan, la más cercana a Pretty Woman tal vez sea Fallen Angel de Poison, del disco Open up and say... Ahh!, de 1988, dos años antes de la película. La letra canta a una chica que se quiere mudar a Los Angeles para ser modelo y la ficha un representante con el que resulta que las cosas no son lo que parecen y la acaba haciendo posar en cueros para una revista. Así se contaba en la MTV, la realidad era más prosaica.
El otro fenómeno que aparece en la película es el de las finanzas postindustriales. Lo encarna Edward, Richard Gere. El personaje, natural de Nueva York, rico de cuna, se dedica a la compra-venta de empresas o, lo que es lo mismo, la actividad bursátil, también conocida en muchos casos como especulación. Su rol ya había aparecido en otro éxito de taquilla cercano, Wall Street, con Michael Douglas en el papel. A finales de los 80, con cierto complejo de culpa asomando, en Estados Unidos empezaban a darle una vuelta a la cultura del éxito de los yuppies. Los ejecutivos agresivos, como el grupo de Jaime Urrutia e Ignacio Gasca “Poch”.
Vemos claros los rasgos que definen al arquetipo. Vive solo para trabajar y ganar dinero, su mujer se queja de que trata más con su secretaria que con él, carece de escrúpulos, si sus beneficios van a llegar de desmantelar empresas y mandar a miles de personas a la calle le da exactamente igual, él solo mira le bonus. No obstante, como se quiere aportar cierta crítica a esa conducta, se le presenta con la crisis de la mediana edad.
El empresario de Pretty Woman se lleva el golpe de realidad cuando conversa con la prostituta, que será callejera, pero es muy ingenua e inocente, un ser puro, y cuando ella le pregunta a qué se dedica, le insiste “¿No construyes nada nuevo?”. Y él le tiene que detallar lo que hace saldando empresas en crisis de deuda, se las compra por cuatro duros y las vende por partes. Ella hila y dice “algo así como robar coches y venderlos en el desguace, ¿verdad?”, a lo que él asiente, aunque matiza: “Algo así, pero es legal”. Hecha la ley, hecha la trampa. Es un diálogo breve, pero articulado en 1990, vale para Manifiesto Comunista de lo que llevamos de siglo XXI.
Como la película pretende ser un cuento, se liman bien las aristas. Y como es para todos los públicos, se grita que los bordes están romos para que nadie piense que se va a poder hacer daño. Es decir, hay un equívoco al principio en el que Edward cree que Vivian se mete al baño a drogarse, pero no, lo que iba a ser el marrón es el cacharrito donde se guarda el hilo dental. Iba a lavarse los dientes. Un equívoco naif con el que los guionistas le dan un portazo a la realidad: una prostituta callejera de Los Angeles de 1990 lo normal era que cenase crack. Rápidamente alejaron esos malos rollos de lo que venía a continuación: Cenicienta.
Aunque se dice que la película es una adaptación del cuento, el realismo del argumento en otras facetas es contundente. Edward, en plena andropausia, no puede superar el comentario de Vivian sobre que no produce nada. Se va incluso a la oficina con esa cantinela ante el asombro de todos. Es entonces cuando busca la redención. Las páginas del ¡Hola! han traído infinidad de historias de este tipo a lo largo de los años.
Lo que ocurre en España es que lo normal sea que a los ricos de cuna, grandes herederos, cuando alcanzan la fragilidad emocional derivada de la falta de problemas y adversidades en la vida, les dé por lo filantrópico, por la organización terrorista C.U.L.T.U.R.A., cuando no por el deporte. Cada vez más extendida esta última salida conforme ha aumentado el prestigio intelectual del ejercicio físico organizado. O a veces, hay salidas heterodoxas, qué sé yo, cruzar el Atlántico en moto acuática, pero todo siempre dentro de los cánones establecidos de acompañamiento de Just for men.
En ese lance, también es muy habitual que el rico empresario se case con una joven que acaba de conocer. En Pretty Woman lo que introducen en la ecuación es que Edward se vuelve bueno y, en lugar de desmantelar un astillero, lo comprar para ponerlo a producir. Hemos de entender que en el futuro, en una segunda parte de la cinta que no se filmó, los contactos políticos de los que presume en la película estaban bien engrasados y le llegarán encargos del gobierno o, en caso contrario, iba a ir listo a competir con los asiáticos produciendo barcos, lo que se traduciría en deudas, lo que equivaldría al divorcio, lo que supondría más deudas y páginas del ¡Hola! con mucho subtexto y dobles lecturas. “Sus vacaciones más íntimas, en solitario”, “Planea escribir un libro de corsarios”, “Su mejor amigo, su perro Chuti”, etc…
Esta parte, el verdadero desenlace, se omite en la historia, pero entremedias sí que nos dejan clara cuál es la cultura estadounidense. La explica Richard Gere con una sola frase -de nuevo el Manifiesto Comunista de estos guionistas cabe en una galleta de la suerte- cuando le dice a Vivian: “en las tiendas no te tratan bien, le tratan bien a las tarjetas”. Que no hace falta haber estudiado para saberlo, pero en la película se plantea como principio inmutable que rige los destinos de la humanidad.
De ahí que uno de los gags sea Vivian volviendo a una tienda en la que la habían tratado mal –cuando iba vestida con su look habitual- y le vacila a la trabajadora que atiende diciéndole que seguro que cobra a comisión y que calcule todo el salario que ha perdido por no haberla atendido antes.
Y esa reacción no la penalizan, la ensalzan, porque esa es la cultura estadounidense en su esencia más pura. Manda el dinero. Tanto tienes, tanto vales. Y eso no se cuestiona, ni se cuestionaba ni se cuestionará. Y lo que ocurre con Vivian es que el mismo equívoco al que podía jugar Tirso de Molina con un zagal que resulta que es una doncella o viceversa, pues aquí se produce con tener o no tener. Alguien que parecía pobre resulta que no lo es ¿cómo te quedas? Vaya burla, cambia todo.
Para la banda sonora pusieron temas románticos de Roy Orbison y Roxette, pero a la vista del argumento, Lirios o El séptimo de Michigan de La Polla Records también hubiera acompañado bien.
Dicho todo eso, a lo que íbamos ¿Qué se cuentan los estudios sobre esta película? Pues en Neo-Feminist Cinema: Girly Films, Chick Flicks and Consumer Culture, de Hillary Radner, dicen que “integra muchos elementos del discurso neofeminista para una amplia audiencia popular que incluye a maridos, mujeres, abuelos, adolescentes, así como mujeres trabajadoras solteras”. Y subraya que el director dijo: “Ayudará a sus hijos a comprender el amor”.
La evolución del personaje durante la película –que Edward le dé su tarjeta de crédito- supone que “aprenda a cultivar su apariencia y también el lugar adecuado del amor y del sexo para una chica soltera, y al hacerlo, se redima”. Para luego, entender que ambos personajes están en plano de igualdad, porque como le dice Edward a ella “ambos jodemos a la gente por dinero”. Pongo solo este pequeño extracto porque este “neofeminismo” en dosis altas puede ser letal como el fentanilo
A mí humilde entender, de lo que se olvidan es de que uno lo hace porque quiere y ella porque su capacidad de elección, entiendo, es relativa. Pero esta disquisición sobre la libertad no existe en Estados Unidos, el país de la libertad, por otra parte.
Lo más cercano a nuestro punto de vista está en los textos académicos. Un estudio firmado a cuatro manos, The Fairy Tale Theme in Popular Culture: A Semiotic Analysis of Pretty Woman, denuncia que se debía advertir al público del “daño potencial” que podía causarle la película, responsable de “la subordinación y cosificación de la mujer en la mente de los espectadores”. Su análisis era que Vivian estaba representada como “una mercancía, un maniquí y una niña pequeña”.
Otro estudio, Exposing the “pretty woman” myth: A qualitative examination of the lives of female streetwalking prostitutes, analizaba los motivos que llevan a las mujeres a prostituirse en la calle en contraposición a lo que presentaba la película. Enumeraban: Abusos sexuales en la infancia, padres alcohólicos, adicción a las drogas y, lógicamente, control de los proxenetas sobre sus vidas. Nada nuevo, pero remataba: “Las imágenes populares presentadas en la gran pantalla suelen retratar la prostitución como una actividad temporal, donde al final la heroína encuentra el amor y la felicidad y sufre pocas, si es que hay alguna, cicatrices de su breve paso por la calle. La realidad rara vez imita a las películas. El Príncipe Azul no se presenta y salva a la bella mujer que está haciendo la calle. Para la mayoría de las prostitutas callejera, la película continúa, los días se convierten en meses y los meses, en años. Hay pocas salidas, si es que hay alguna”. Poco que añadir.
No obstante, en Co-opted Feminism, de Harvey Roy Greenberg, se concluye que, al final de la película, cuando deciden casarse “Vivian, simplemente, ha intercambiado una forma de prostitución por otra”, que no sé si es el quid de la cuestión exactamente, pero aquí se cita un artículo del New York Times tremebundo, donde Daphne Merkin dijo que las premisas de la película “no son creíbles”, pero que “parece que en el posmodernismo y postfeminismo de la última década del siglo XX, necesitamos nuestras ficciones sentimentales, nos ayudan a aguantar”.
Se completan así todos los géneros con el mito de Pretty Woman. La película parte de una premisa que es puro realismo, se convierte en un romance en su desarrollo y en las interpretaciones encontramos verdadera comedia.