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El poeta gana el premio Hermanos Argensola

Antonio Praena: "Solo hay esperanza en el otro"

7/01/2025 - 

VALÈNCIA. Antonio Praena, poeta y fraile dominico, ha ganado el Premio de Poesía Hermanos Argensola 2024 con su nuevo poemario, La belleza del otro (Visor). El granadino, afincado en València, reflexiona sobre la esperanza, la alteridad y las complejidades de las relaciones humanas. Aunque su poesía está profundamente enraizada en su fe, aborda temáticas como la incomodidad del otro, la memoria de la violencia y la importancia de vivir "manchándose" con una voz única pero al alcance de todo el mundo.

- Carmen Martín Gaite decía que escribir era un simulacro de conversación, que si pudiéramos tratar con todo el mundo de manera transparente y bondadosa, tal vez no necesitaríamos escribir. Esta idea también parece estar presente en tu libro. ¿Tú también escribes para conversar?
- Dentro de las líneas poéticas que existen, hace años que me identifiqué con una poética de la comunicación. Hay poéticas de la introspección, de la experimentación con el lenguaje, incluso más místicas… Pero para mí, la poesía es un acto de comunicación en los límites de la experiencia del lenguaje. Por lo tanto, el lector es el que cuenta. Por eso para mí, la claridad es muy importante, aunque también muy difícil. La claridad consiste en haber acrisolado un poema hasta que se haya vuelto transparente.

Cuando digo que la poesía es un acto de comunicación en los límites del lenguaje, coincide con lo que mencionabas. Hay situaciones de malestar, de crispación o de cambio interior que no puedes compartir oralmente con todo el mundo y que encuentran su forma de expresarse a través del poema. De hecho, creo que, en momentos de pura felicidad, muchas veces no sientes la necesidad de escribir. Aunque hay excepciones, como cuando te llega una inspiración fulgurante que intentas capturar. Pero, en general, escribimos porque hay cosas que no podemos decir oralmente.

- La otredad puede reflejarse desde la ausencia pero también desde la ausencia. ¿Querías que ambos ámbitos estuvieran igualmente presentes en el libro?
- Sí, de hecho la presencia ausente de mi padre es algo central en el libro. Las circunstancias de su muerte marcaron mucho ese sentimiento —yo estaba a 500 kilómetros cuando falleció, y esa sensación de no haberme podido despedir está muy presente en el libro. Por un lado, está esa despedida pendiente; por otro, la necesidad de una resurrección o lo que sea, para volver a reencontrarlo. No consigo asumir que no lo veré más. Espero físicamente ese reencuentro. Lo sueño, incluso después de más de cuatro años, sigo soñándolo. La importancia del otro, la necesidad del otro, el aguardo del otro… Está muy presente.

-Hay una frase en tu libro que casi parece resumirlo todo: “La mirada del otro abre dinteles donde solo había roca y hallamos nuevas rutas donde antes tropezábamos”. Quería que desarrollaras un poco esta idea.
- Es una idea muy bíblica, especialmente la imagen de la roca que se abre, del Éxodo. Habla de cómo, donde antes no había camino, de repente surge uno. Muchas veces, esa apertura se da cuando vemos a través de los ojos del otro. La mirada del otro puede abrirte a una vida, a un universo, a un planeta completamente nuevo. Y lo más sorprendente es que esto puede ocurrir donde menos lo esperas. Esta idea también habla de que, en situaciones de pérdida o desierto, si confías en los demás, si te abres más allá de tus propias fuerzas, puedes encontrar una guía o un sentido.

-Precisamente en otro momento del poemario escribes que siempre hay un excedente en la esperanza.
- Sí, la esperanza es un tema central en el libro, aparece en muchos poemas. Esa frase, “siempre hay un excedente en la esperanza”, tiene detrás la de Nietzsche, que decía que la esperanza es odiosa o insoportable porque nos mantiene siempre deseando algo que nunca llega, algo que nunca acaba de estar. Para él la esperanza es detestable. Yo intento ir más allá de esa idea: puedo no esperar nada, ¿pero para qué? La angustia y la desesperación serán las mismas, solo cambia la certeza de que no hay nada más. Yo creo que elegir esperar te mantiene más vivo.

Tienes que ejercer tu libertad y tomar decisiones sobre cosas fundamentales. Una de ellas es elegir esperar. Sobre todo cuando has experimentado lo destructivo de la soledad. Ante la soledad y la pérdida, prefiero seguir esperando, aunque lo esperado nunca llegue.

-Esta conciencia de la esperanza no sé si tiene que ver también con una cuestión biográfica que también está muy presente en el libro, que es tu trabajo como docente en la facultad de teología. La tarea del profesor como conexión con la esperanza.
- Sí, hay dos poemas ambientados en la Facultad de Teología. De hecho, creo que soy dominico porque la orden me ofreció la posibilidad de enseñar teología. Llevo ya 23 o 24 años enseñando, y en este tiempo he notado que los alumnos han cambiado. Su sensibilidad es muy distinta a la mía. A veces me veo como un “viejuno”, con ideas y referencias que ya no les dicen nada. Pero también me veo reflejado en ellos; veo lo que yo era cuando empecé. Este año, por ejemplo, tengo un grupo que me emociona mucho. Son unos tarambanas maravillosos: súper ingenuos, típicos seminaristas utópicos, siempre bromeando entre ellos. Cuando los observo, veo reflejadas en ellos parte de la ilusión y la inocencia que yo ya he perdido.

-En tus anteriores poemarios, la violencia estaba muy presente. En este, que habla tanto de la esperanza, ¿qué papel tiene la violencia?
-La violencia sigue preocupándome y está presente, aunque de una manera más reflexiva. Ahí me pregunto por la historia y, específicamente, por el lugar que ocupan en ella aquellos que han perdido la vida con violencia. Es un tema que me inquieta porque además, aunque hay una excelente tradición poética en español sobre la naturaleza, la subjetividad o la experiencia contemplativa, creo que hemos desatendido esa memoria de anonimato y violencia que ha marcado la historia.

Hay una imagen que siempre me conmueve, que es cuando Adorno se pregunta por esos muchachos de 17 años, con fusiles en las manos, sacados de sus pueblos y enviados al frente de Siberia para morir congelados. Nadie recuerda sus nombres, excepto sus madres. Esa enorme avalancha de muertos violentamente durante el siglo pasado es un tema que nos atraviesa y que creo que aún hemos procesado lo suficiente.

Esto me lleva a preguntarme también por cómo los grandes sistemas ideológicos —marxismo, fascismo, entre otros— han generado un saldo brutal de violencia sobre el que no hemos reflexionado en profundidad. Creo que la poesía española ha mirado hacia otro lado. Quizás por miedo a caer en lo que se etiquetó como "poesía social panfletaria". Como si con esa etiqueta, cualquier reflexión poética sobre política o ideologías, entrara en ese esquema.

- Destaco otro fragmento de tu poemario: “No existe un bien más pleno que el de estar todos juntos. Si el final de este mundo no es un acto feliz para los vivos y los muertos, no es aún el final”. Antes hablabas de la referencia al Éxodo y esto también tiene raíces en la tradición cristiana.
-El judaísmo introduce en la historia de la humanidad la idea de progreso. Los griegos tenían una visión cíclica del mundo, basada en el eterno retorno, lo fatídico y lo inmutable. En cambio, el judaísmo, con su concepción de la creación y su confianza en el pacto con Yahvé, introduce una idea lineal de la historia: hay un principio, y hay un avance hacia un futuro mejor.

La idea de progreso es una idea judía y el cristianismo la hereda, afortunadamente. A mí me consuela pensar que, frente a pensamientos apocalípticos o destructivos, que hasta que el bien o la justicia no llegue para todos, no va a llegar el fin del mundo; y queda mucho para eso.

- El bien es el otro, pero destacas una cita de Luis Rosales que me parece muy interesante: “Donde hay dos, hay dolor, y sin embargo, la vida solo empieza donde hay dos”.
-Sí, sin el otro no hay esperanza, pero el otro es problemático, y eso está en el origen del libro. Me doy cuenta de que le doy una importancia enorme al otro, tanto teórica como vitalmente. Me dedico a ello —subo al púlpito y hablo del otro, del amor al prójimo, de la caridad, de la misericordia, del perdón…— y sin embargo, llegó un momento en el que experimentaba físicamente la incomodidad del otro. No sé si por la crispación, la edad o alguna otra razón, pero sentía que el otro me molestaba. Esa contradicción me resultaba abrumadora porque el otro es la presencia de Dios para mí; hablo continuamente del otro en términos de fe, esperanza y caridad, y aun así, el otro me irritaba.

El verso de Rosales refleja bien esta idea: solo hay supervivencia, futuro y esperanza en el otro, pero también hay que asumir que las relaciones son conflictivas. Paradójicamente, muchas veces son las personas que más queremos las que más roces generan.

- “Soy el hombre mirado por alguien que no existe”. Tu poesía, además de tu estilo, destaca por lo explícito de tu contenido en clave cristiana. Más que del contenido, quería preguntarte de qué manera esto determina tu propia experiencia poética.
- No sé si dentro de diez años quedará algo de lo que he escrito, pero sí creo que hay algo peculiar y reconocible en mi poesía. En cuanto a los temas, es evidente. ¿A quién se le ocurre hablar de la transustanciación de una pera, incluir a Santo Tomás de Aquino o escribir un poema que transcurre durante un funeral que estoy celebrando yo mismo? 

Respecto al estilo, confieso que mi fe me ha liberado mucho. Hay una especie de fluidez, de falta de miedo, incluso de temeridad en cómo trato ciertos temas como la sexualidad, la belleza física o el erotismo.  Esa temeridad surge de la manera en que vivo mi fe: la confianza absoluta que tengo en el ser humano me permite escribir con un realismo muy directo. Mi Dios no es coercitivo, al contrario: me impulsa a salir, a observar, a mancharme con la vida. Por eso mi estilo es muy fluido y realista.

Para mí, la poesía, el arte y la belleza están en la realidad. No soy platónico; no me gusta la idealización. Prefiero la calle, lo cotidiano, lo imperfecto. Creo que mancharse no solo no es malo, sino necesario. Es parte de la naturaleza humana. Vivir y equivocarse son esenciales para comprender el misterio maravilloso de lo que somos. Y, sinceramente, a eso no le tengo miedo.

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