Fueron a grabar a los fans de Judas Priest al parking del recinto donde se iba a celebrar un concierto de la gira Turbo de 1986 y, lo que registraron aquella tarde, aún colea 35 años después. En principio no se comercializó, solo eran VHS que rulaban de mano en mano, pero en 1994 explotó. Más adelante se editó en DVD y los heavys desbocados que habían salido en el documental pasaron a la historia. Alguno hasta escribió sus memorias. Heavy Metal Parking Lot es una joya de la cultura popular
VALÈNCIA. Es evidente que con la llegada de los años 10 hubo una catarsis colectiva. Mucha gente quiso que fuera manifiesto su rechazo a un pasado que nos había llevado a aquel presente. Parece como que hubo una desesperación por que quedase claro que no habían sido partícipes de la obscena fiesta de la frivolidad y la corrupción que había conducido a la crisis. Ahora había que estar comprometido. No sé hasta qué punto tuvo de deseo de cambio o de deseo de borrar el pasado de cada uno o, simplemente, de modificar su recuerdo para presentar una persona más acoplada a los nuevos tiempos. El caso es que la cultura popular, también por la influencia de los campus de elite estadounidense, empezó a estar sometida a severos escrutinios. Las convicciones políticas eran tan sólidas que se centraban en lo lúdico.
También puede que se tratase del agotamiento de los géneros que escuchaban los nacidos en el siglo XX. Una vez que se pierde la innovación, empieza la pelea de las pulgas por de quién es el perro. Sea como fuere, en los años 10 los críticos y buena parte de la audiencia querían huir de toda sofisticación, buscar las raíces y sentir, de alguna manera, que escuchaban la música del pueblo.
Después de décadas de anglofilia competitiva era un poco chistosa esta actitud, pero sobre todo era falsa. Si realmente les hubiese importado la música del pueblo habríamos visto reivindicaciones de dos géneros concretos: todo lo englobado en la etiqueta AOR, hard rock y heavy metal, y el techno de los noventa, el llamado comúnmente bakalao, particularmente, las cantaitas. Los temas dance que reventaron las pistas e hicieron millonarios a los que urdieron esas melodías en un laboratorio en lugar de en un local de ensayo.
Entiendo por qué cuando se habla de la Ruta se rechazan los años que saltaron a la fama de los medios generalistas, sin embargo, no comparto el desprecio. Posiblemente yo no sea un buen ciudadano, seguro que, es más, fijo que soy también mala persona, pero yo veo las imágenes del desfase de la Ruta dura y lo que me apetece es haber estado ahí. También querría haber estado en los 80 cuando era un fenómeno único en Europa y con una calidad musical exquisita, pero su degeneración máxima a mí también me parece divertida. Ya lo advierto y lo admito: soy un mal ciudadano.
Solo con estas premisas se puede presentar hoy Heavy Metal Parking Lot. El documental rodado por John Heyn y Jeff Krulik es lo más simple que se pueda echar uno a la cara. Cogieron una cámara y se fueron a grabar el preconcierto de los chavales en un aparcamiento antes de entrar a ver a Judas Priest. Un formato que hoy tiene nombre. Al menos en España lo llamaríamos Callejeros, esa es la realidad. Sin embargo, es absurdo levantar el meñique. Lo importante es que esas cámaras grabaron un espectáculo único, el público heavy estadounidense de mediados de los 80 borrachos como cubas y drogados haciendo el ganso.
¿Es una vergüenza que destaquemos el comportamiento de la turba alcoholizada y medio ágrafa? Yo solo me guio por un criterio y es muy simple. ¿Me gustaría haber estado ahí? Sí, mucho. Entonces es que mola. Mi capacidad de análisis no da para más.
Yo no viví el metal en los 80, estaba jugando con los clicks de Famobil en esa época. Me tocaron los 90, y aunque hubo un retroceso entre el público metalero, repaso las fotos de nuestra adolescencia y solo transmiten una alegría desbocada. Luego, cuando veo las fotos de los grupos de thrash de los 80, veo los mismos gestos. A veces me emociono hasta con fotos de los Metallica de la época Kill m all. Qué bonito es ser joven, pienso. Porque el metal era el catalizador, pero se trataba tan solo de ser adolescente. Por eso, ya anciano, entiendo que los llamados bakalas fueron los verdaderos heavies de los 90 y sus desfases, la ley. Es una pena la somnolencia de nuestro sector cultural, porque la ingente cantidad de historias que hubo ahí, en cada parque público y a las puertas de cada discoteca, ya fuese en vertiente metalera en los 80 o en bakala en los 90, haría las delicias de HBO. Parafraseando mutatis mutandi al mayor criminal fascista de nuestro tiempo: quien no echa de menos la adolescencia no tiene corazón, quien la quiere de vuelta no tiene cerebro.
Heavy metal parking lot se grabó en el parking del Capital Center un 31 de mayo de 1986. Iban a tocar los Judas y Dokken . Se trata tan solo de 15 minutos que circularon de forma pirata en VHS durante años hasta que, en DVD, se registró como es debido con 7 minutos de extras. Hubo luego secuelas que también están colgadas en YouTube, una visita al público de carreras de Monster Truck, vehículos con ruedas gigantes, y otro al de un concierto de Neil Diamond.
El mérito es que el documental fue una prueba, un experimento casual. A los autores no les gustaba el metal. Simplemente grabaron esas escenas, se sintieron fuera de lugar, porque el ambiente no era lo suyo, tardaron mucho en editarlo y lo guardaron como una curiosidad. Como mucho, se lo ponían a los amigos, pero como ocurre ahora, las cintas se hicieron virales. Empezaron a circular de mano en mano. Entonces, sin Youtubes o cámaras en los teléfonos, algo así era un tesoro arqueológico. El fenómeno creció y explotó en plena era grunge, cuando los valores estéticos que imperaban eran los contrarios a Judas, pero todo el que hacía grunge raro es que no hubiese sido fan de esos grupos cuando era niño o adolescente. En 1994, Heavy metal partking lot saltó oficialmente a la fama.
Todos los que aparecían se convirtieron en leyendas muy a su pesar. Graham, "como gramo de droga", así se presentaba él, murió hace dos años. Llegó a escribir un libro titulado Graham, the first twenty. En la sinopsis dice que en esa época ya bromeaba con que era una estrella del rock solo que sin grupo hasta que Heavy metal parking lot le llevó a lo más alto. En la cinta le preguntaban de dónde era y contestaba "tomo ácido, ahí es donde estoy". Su mejor frase, unos minutos después, fue "deberían hacer un porro tan grande que quepa en todo Estados Unidos". Las respuestas del resto no iban mucho más allá. Unos decían "¡cocaína!", otros "Coca-cola y Jack Daniels, qué más quieres" o "bébete un par de cervezas".
Es curioso porque el disco que presentaban Judas en esa gira era Turbo, uno de los que menos le gusta a sus fans, pero también por ese motivo había chicas elegantemente vestidas que nunca habían ido a un concierto de metal acercándose al evento. Sin duda, la parte más irreproducible es la de un militar que tiene 20 años, dice que en seis semanas se va con el ejército, pero ahora disfruta con su novia de... 13 años. Se besan delante de la cámara...
En realidad, muchas veces se ha visto un desparrame como este sin necesidad de irse a Callejeros. A mí siempre me han fascinado los seguidores de Slayer. Las imágenes de sus fans del vídeo Live Intrusion no podían ser más demenciales. Lo gracioso es que realmente no se diferencian mucho de las de Backstreet Boys, son histerias semejantes, quizá una menos sangrienta, pero se ponen las mismas caras. Hubo un vídeo de su público de 1985 que solo duraba un minuto y era también demoledor. Caben muchas preguntas filosóficas sobre esa alienación. ¿Qué les pasaba por la mente? ¿Acaso no son jóvenes con la brújula bastante rota? Pero a mí siempre me pasa lo mismo, cuando las veo, desearía estar ahí.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas