La incorporación de las mujeres científicas y la reducción de las desigualdades entre mujeres y hombres en la Universidad es clave para afrontar con éxito los retos que nos plantea el Espacio Europeo de Investigación y la sociedad del conocimiento
El 8 de marzo de 1910 se autorizó, a través de la Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública, la matrícula de las mujeres en la enseñanza superior universitaria española. Este hito supuso un camino de no retorno pues once décadas después la presencia de las mujeres en las aulas universitarias alcanza al 55% del alumnado matriculado en estudios de Grado y al 50% en estudios de Doctorado (curso 2018-2019). La tendencia seguida por las mujeres en el acceso a la enseñanza universitaria, y su paulatina incorporación en las instituciones científicas, podría ser interpretada como un indicador de igualdad real entre mujeres y hombres en los entornos universitarios y, en cierto modo, en la sociedad. Sin embargo, perduran las desigualdades tanto en el acceso como en la carrera científica y, por extensión, en cualquier ámbito laboral y económico. Así, el nuevo ingreso de mujeres en grados de Informática se sitúa en el 14% y tan solo el 22% de las mujeres ocupan una cátedra en las universidades públicas (curso 2017-2018). Datos que, más bien, apuntan al espejismo de una supuesta igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres.
Específicamente, las desigualdades de género en la Universidad han quedado ampliamente constatadas en numerosos estudios. Estos informes han adquirido relevancia en las dos últimas décadas cuando los estudios de género, como las propias mujeres, dejan de ser contemplados como ámbitos de investigación subalternos. La contribución de estos análisis ha permitido, de un lado, visibilizar una realidad que se creía ajena en los ámbitos científicos (no data, no problem); y, de otro, la promulgación de un marco legal e implementación de planes, programas y medidas que persiguen garantizar el principio de igualdad entre mujeres y hombres y reducir las brechas de género en la institución (no data, no problem, no action). Si 1910 fue el año fundacional de la igualdad formal de las mujeres en los estudios universitarios, 2007 fue el año de la anhelada igualdad “real”. En este año se aprobaron dos leyes orgánicas, que con distinto alcance, situaron su foco en los espacios de producción y transferencia de conocimiento enfatizando la necesidad de alcanzar estructuras científicas que garanticen la igualdad de oportunidades entre las mujeres y los hombres. Se trata de la Ley de Igualdad Efectiva entre mujeres y hombres y la Ley de Reforma Universitaria. El preámbulo de esta última insta a las universidades a remover los obstáculos que impiden a las mujeres alcanzar el nivel más elevado de la función pública docente e investigadora.
Pero, ¿qué obstáculos se han identificado? Planteado de otro modo: ¿cómo se explica el suelo pegajoso en el que aparecen atrapadas las mujeres de la ciencia y tecnología, donde, en principio, pueden acceder a cualquier estudio universitario y en el que la carrera profesional se rige por el principio de mérito y capacidad? La ausencia de mujeres en estudios, y en nichos laborales, percibidos como hostiles, con escaso desarrollo legislativo y, en consecuencia, con peores expectativas profesionales; la invisibilidad y ausencia de reconocimiento de las mujeres científicas; las diferentes estrategias de mujeres y hombres en el desarrollo de su carrera inmersa en una cultura organizacional masculina que dificulta conciliar la esfera laboral con la personal y familiar pues, también entre las académicas, recaen las tareas de cuidado; la exclusión de las redes profesionales formales e informales y los constatados sesgos de género en las evaluaciones y en los procesos de promoción que vienen cuestionando la supuesta objetividad en la valoración de los méritos y el juicio de quien evalúa, ya sean mujeres u hombres, son algunos de los obstáculos identificados en el sistema meritocrático actual de la ciencia y tecnología.
Todas estas causas comparten un denominador común: todas ellas muestran las distintas caras de la estructura y el modo de organización de las instituciones científicas. Es la estructura, el esqueleto sobre el que se sostiene y articula la investigación y la ciencia, sea cual fuere la región o país, la clave que anticipa el por qué las mujeres son expulsadas de la carrera científica (cual caja mágica) y el por qué las que permanecen lo hacen a un coste personal y profesional mayor que el de sus homólogos (cual carrera de obstáculos). Es la estructura de la organización científica -su legislación, sus normativas, sus redes formales e informales, su cultura organizacional, sus criterios de evaluación (…)- el quid de la cuestión y no la (supuesta) falta de valía o ambición de las mujeres o el impacto que innegablemente ocasiona en sus carreras la maternidad pues, ni las que son madres ni las que no lo son, alcanzan el nivel más elevado de la función pública docente e investigadora. Como la historia ha demostrado en otros ámbitos profesionales, la incorporación, permanencia y promoción de las mujeres en el ámbito científico será real cuando este ofrezca oportunidades reales.
El tiempo no lo cura todo o, por lo menos, el mero paso del tiempo no corregirá las desigualdades entre mujeres y hombres en las instituciones científicas si no se implementan medidas que remuevan sus estructuras. En este camino de no retorno, la inacción, la ausencia de políticas de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres en la gobernanza universitaria, perpetuará la situación descrita así como la brecha salarial inexorablemente ligada a esta e impactará, de forma recesiva, en el avance de la sociedad del conocimiento. La incorporación de las mujeres científicas es clave para afrontar con éxito los retos que nos plantea el Espacio Europeo de Investigación y la economía del conocimiento de las sociedades contemporáneas.
La composición equilibrada de mujeres y hombres en los equipos de gobierno, en los institutos y grupos de investigación aporta diversidad de enfoques teóricos y metodológicos, describe las diferencias a través de la aportación de la transversalidad de género en la creación de conocimiento, suma experiencias vitales y profesionales, amplia el estudio de realidades, y ofrece soluciones científicas y tecnológicas adecuadas no solo a un marco más amplio de necesidades sociales sino a la economía y sociedad del futuro. Los cambios necesarios para transformar las desigualdades de género abundan en la mejora de la situación de las mujeres científicas, de la academia y de la sociedad en general.
José Vicente Cabezuelo es catedrático de Historia y candidato a rector de la Universidad de Alicante