Lo dice Boric después del desencanto del no de la Constitución en Chile en una entrevista reciente en España, convencido de que si la democracia no arregla problemas, llega sin remedio el desencanto. También dice que “si uno no incomoda, es que no está haciendo cambios”. La incomodidad, ese picor en la herida cuando la costra tiende a encoger y deja lugar a una nueva piel. Hay que rascarse con cuidado, o no se restaña y vuelta a empezar. A eso estamos bien acostumbrados por estos lares. Pero incomodar y no conseguir cambios es mucho peor y lleva del desencanto al desencuentro. Incomodar, por ejemplo, bajando los impuestos hasta a las rentas de 60.000 euros no es arrancar costra alguna, no era preciso salir a lamerse una herida que no se tiene. Más que nada, porque los colegas del Botànic han salido prestos a recordarnos que la reforma fiscal aún no se ha cerrado. Vorem.
En julio, Mario Marcel, el ministro socialista del gobierno chileno de Boric, anteriormente presidente del Banco Central de Chile, presentaba un ambicioso proyecto de reforma tributaria. “Es un proyecto que ya no divide a los chilenos entre buenos y malos”, aseguraba. Sería bueno que aquí también nos permitiéramos de vez en cuando entre las izquierdas no dividir entre buenos y malos, no tener que demostrarnos a diario cómo se gana, se gobierna y se prospera. Y sobre todo se desinfecta de fascismo un país.
Muy penosamente, en este lado, un estudio reciente afirma que uno de cada seis europeos vota a la extrema derecha, en ascenso desde 1978. Es el nuevo fascismo soft, asegura mi viejo amigo de derechas. A mí eso me suena a dictablanda. “No hay nada que temer, toda la política de ahora es soft, como las capas que cubren las viseras de los cascos de F1, como las camisetas anuales de los equipos de fútbol, como la cotización diaria de la luz, como las toallitas húmedas, todo es volátil, gaseoso. Es la ultraderecha, pero terminará ablandándose y cobijándose en el PP, como han hecho siempre los comunistas en el PSOE”, me espeta. Nosotros también tenemos nuestra “casa común”, como vosotros tenéis la vuestra, que decía Carrillo. Es cierto, Santiago Carrillo dijo eso y pocos meses después, Felipe González no consiguió la aprobación de sus medidas de ajuste económico, y se dio el primer salto en la intención de voto a la extrema derecha en España desde 1978, comenzó en Europa la guerra de los Balcanes. Ah, y los científicos descubrieron un virus nuevo: el SARS-COV-2. Era 1992.
En Alicante tenemos ejemplos bien claros de esa política soft que dice mi viejo amigo de derechas, que para mí es lo contrario, es política hard core: las cosas se están haciendo o no en función del abucheómetro que tiene Barcala en su despacho: le dan la gestión de los impuestos a SUMA por la mañana para quitársela por la tarde. Se retiran de las subvenciones de la Conselleria para presentarse a continuación, implantan la ORA en Pla-Carolinas para arrancarla de cuajo, cierran Centros de Mayores para abrirlos por la misma razón, ponen o quitan carriles en avenida Aguilera... Los renuncios constantes de su gobierno se tratan de apañar con un estirón de toallita húmeda y luego ya veremos.
Nuestra consellera Josefina Bueno, sin embargo, no ha caído en la trampa de su política y no les ha dado a Mazón y a Barcala la opción de moverse un milímetro del ring, no les ha dado opción en el tema de la Agencia de Inteligencia Artificial: les ha entregado el pase de protocolo de la sala de las lágrimas. Aquí se viene a llorar el día de la designación de la Agencia, de pena o de alegría, pero a llorar todos del brazo. Mientras Barcala volvió a presentar una declaración ofensiva y tabernaria y a convertir el Salón de Plenos en un combate de extrarradios, Bueno se concentraba en una única cosa: retener el título que se ganó en 2019.
Mazón y Barcala tiraron la toalla: donde no hay conflicto, donde no pueden exhibir sus bravatas de día de pesaje, pierden por KO. Esa es la verdadera diferencia entre hard y soft.