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El barbecho del relojero

Una puerta de aluminio y cristal, más propia de finales de los ochenta, da la bienvenida. Aroma a añejo en su interior, relojes colgados en paredes lisas y blancas. Espacios muy reducidos, un Casio que ya nadie comprará en un escaparate que el sol se encargó de amarillear. Y al fondo, el relojero; con un aumentador de visión insertada en un ojo como una parte más de su cuerpo. Precisión cirujana, siempre con pausa señorial.

Clic, clic, se escucha en la relojería. Y clic, clic, se escucha en un banquillo, el del Hércules, donde Diego aguarda su oportunidad. Como la tierra que descansa para sacar lo mejor de sí misma en una siembra futura. Porque hay que oxigenar y volver a labrar, pues la última cosecha dejó el piso fatigado.

Benito, don Diego. Le cuesta echar raíces. Madrileño, del Rayo llegó a Getafe. Un solo curso y el destino apuntó a Albacete, en donde más tiempo marcó el ritmo . De ahí al Real Murcia, un solo año. Entre Elche y Cartagena se repartieron otra temporada, y así llegó al Hércules. Dando vueltas al sureste, como las agujas de un reloj.

Empezó tímido, pero Planagumà entendió el tipo de jugador que es. Pausado, jugador de control, sin gran desplazamiento en largo, y algo justo de llegada. Pero combativo, trabajador, muy regular, con gran pase corto y sobretodo, omnipresente. Acertado o no, siempre está, nunca se esconde. He visto jugadores con mejor pase, pero solo lo usaban una vez cada tres encuentros.

El marcapasos

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