VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Platón era un 'influencer'

6/09/2017 - 

En el último capítulo de las polémicas de Twitter, la última semana ha generado debates importantes como el de la equidistancia y las dudas, que probablemente ya se planteó en alguna ocasión en la Academia de Platón. Periodistas como Jordi Évole o Manuel Jabois han dejado caer que la gama de grises existe, por mucho que nos estemos empeñando en erradicarla para vivir en un mundo de colores. Dos, concretamente. El nuestro y el de la grada de enfrente. El asunto es denso y merece un análisis más pormenorizado de los hechos, pero más o menos viene a demostrar que es muy necesario que la filosofía vuelva a subir kilos en la báscula de los planes de estudio, porque el sectarismo está cobrando ventaja en un mundo que no es el nuestro -volvemos a Platón y el timeline de su caverna- y que se alimenta de clics y valoraciones automáticas que no exigen siquiera pasar del titular para adentrarse en el cuerpo del artículo. Es lo de menos. Las redes sociales exigen llegar, ver y vencer, aunque nuestra derrota pueda ser sublime.

Es lo que siempre parecemos haber querido. Poder opinar y que nuestras acciones rindan cuentas y generen beneficios. La crispación vende tanto como la sensualidad o una marca registrada que se conozca en todo el planeta, llámese Coca-Cola, Cristiano Ronaldo o Centrifugadoras García. Lo que solemos olvidar es que suman tanto nuestros correligionarios como nuestros adversarios más acérrimos. En las redes, un gol de chilena de Messi en 2017 vale lo mismo que un churro de rebote de los que solía embocar Julio Salinas en los 90. El kilo de troll está al mismo precio que el de follower. Y, como no se pasa de lo inmediato y visible, da igual una argumentación sólida en 5.000 caracteres que una oda a la frivolidad en 140 con foto incluida. Otra de las polémicas que se ha sometido al vaivén de la pleamar global ha llegado de la mano de un cocinero. Al parecer, recibió una propuesta de una bloguera (o influencer) que consistía en dos invitaciones para comer en su restaurante, más cien euros, a cambio de un comentario elogioso que pudieran leer sus aproximadamente 150.000 seguidores. El profesional hostelero se enojó, lo comentó en redes sociales y a casi todo el mundo le ha parecido mal. Lo de la propuesta, no su reacción.

Es curioso. La bloguera no ofreció más que un soporte publicitario muy parecido al que los medios de toda la vida han utilizado para obtener beneficios. No sé cómo lo venderán, pero al final, un blog de moda y tendencias no es más que una teletienda concentrada en píldoras. Voy a tu local, me fotografío con uno de tus productos y cuelgo la imagen con un breve comentario en el estilo con el que he reclutado a cientos de miles de seguidores. A este precio, lo tomas o lo dejas. El problema parecía radicar en la falta de contenido del impacto. En la banalidad del mensaje. En que no se ofrecía una crítica bien ponderada y trabajada, con buenas fotos de los platos y una receta bien transcrita del plato principal. Dejemos que El Rubius hable de los demás, mientras sea Platón quien hable de nosotros. El problema estaba en el oropel, la burbuja y los fuegos de artificio. Como si no fuera eso, precisamente, lo que estamos consiguiendo que se imponga a fuerza de no leer los textos que luego comentamos.

@Faroimpostor