Anoche, Alicante Plaza celebró su tercer aniversario. Todo un acontecimiento en una profesión no tan arrasada como el Amazonas, pero casi. Esta columna está escrita antes del acontecimiento. Pero háganse una idea. Buena parte de la sociedad alicantina y autonómica, congregada en una tarde de bufanda y consomé alrededor de la cabecera de un periódico, a la que se contempla como quien visita a un lince en el zoo. Un medio de comunicación, esa especie en peligro de extinción que se ha salvado momentáneamente de desaparecer pero a la que hay nunca hay que perder de vista. Tan peligroso es el fogonazo de unas luces de carretera para el lince como las decisiones de un consejo de administración para los periodistas. Sin embargo, esta casa ya ha doblado por tercera vez el Cabo de Hornos de la circunnavegación anual. Y sin entrar en boxes.
Hace veinte años, nadie habría celebrado el tercer aniversario de un periódico con los puños apretados y el gesto de quien marca un gol olímpico. Sí el lanzamiento, claro. También se habrían soplado las dos velas del segundo cumpleaños, como muestra de consolidación. Y después, ya, los números redondos. Pero hace veinte años nadie llevaba el periódico en el bolsillo del pantalón, plegado en la pantalla del móvil junto a las fotos de Instagram y la tarjeta de crédito y el diccionario María Moliner y un excel con las facturas domésticas y una cámara de dos objetivos y hasta un reloj con la hora de Kaliningrado, que nunca se sabe cuándo puede hacer falta. Ahora sí. El papel desaparecerá antes que el plástico y el litio de los móviles convertirá a España, otra vez, en un imperio. Con el huso horario de Prusia y un concordato con la Santa Sede, como de costumbre.
Hace veinte años, un servidor trabajaba en una redacción en la que solo había un ordenador con acceso a Google y ahora la compañía norteamericana podría ser dueña de todos los periódicos del universo, si quisiera. Por eso se celebran los terceros aniversarios. Porque no es fácil salir adelante con los mimbres que sostienen este oficio. Porque el periodismo ha cambiado más en cinco años que cualquier otra profesión. Porque ningún lector quiere pagar por lo que se ha ofrecido gratis. Porque los anunciantes privados están pendientes de una recesión que dura ya demasiado tiempo. Porque los anunciantes públicos lo saben y utilizan a los medios como cuadrigas de carreras. Porque cada vez cuesta más distinguir una noticia de una bandeja de bombones. Porque los propietarios consultan antes los balances de cuentas que las noticias impresas, que es algo que viene ocurriendo desde antes de que Bogart protagonizara El cuarto poder. Porque se ha formado una cola de aspirantes recién titulados que da varias vueltas a la manzana en espera de que se aparte alguno de los veteranos reciclados que ya no encuentran un gabinete digno en el que retirarse. Porque no se cuida la cantera en ambos lados del negocio. Porque una cámara de móvil no hace un fotógrafo. Porque los kioscos llevan camino de convertirse en reliquias de una era industrial que ya no es la nuestra, pero tampoco ha dejado de serlo. Y porque esta profesión, tan antigua como el primer cavernícola que contó cómo le había ido en la caza del mamut, es imprescindible para ustedes. Y un serio problema de adicción para muchos de nosotros.
Celebren con nosotros el tercer aniversario. O prueben un mes a dejar de informarse con cualquier medio de comunicación. Verán cómo vuelven. Llevan ustedes el periodismo en la sangre, aunque no lo sepan. Gracias por su apoyo.
@Faroimpostor