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Pere Aznar: "Me preocupaba el momento de volver a hacer comedia estando sobrio"

El humorista , que saltó desde À Punt a la arena nacional gracias a Andreu Buenafuente, plasma en un libro su larga (y ahora interrumpida) relación con el alcohol

6/04/2023 - 

VALÈNCIA. “Este libro no se tiene que regalar exclusivamente a los amigos o familiares que creas que tienen un problema con la bebida. Habla de muchas otras cosas; de la relación con nuestros padres y nuestros hijos, de la amistad, de la inseguridad y la soledad. De todas las cosas que a unos nos lleva a coger una copa, y a otros a pasarse días enteros jugando con la consola o a gastarse mucho dinero en compras online. Dicho esto, si se lo comprase todo el mundo que bebe en España, por fin podría comprarme un chalet”. Para Pere Aznar, el humor no solo es una herramienta básica de trabajo, sino también uno de los asideros que le ayudan a lidiar con su alcoholismo de una forma transparente y sana. 

Durante 27 años, el cómico valenciano conjugó el verbo beber con todos los demás: crecer, estudiar, trabajar, criar… Su perfil encajaba dentro de lo que se conoce como el de un alcohólico funcional. Quizás una de las variantes más complejas de la enfermedad, porque en muchas ocasiones es la propia persona la que ha de darse cuenta de que tiene un problema y necesita pedir ayuda. Normalmente, las “intervenciones” que vemos en las películas norteamericanas -la típica emboscada que se encuentra el adicto al llegar a casa, con sus ex, sus padres y sus amigos reunidos en el salón con cara de circunstancias- se dirigen a personas inmersas en un proceso de autodestrucción que lleva aparejadas conductas violentas, incapacidad para trabajar o vivir en familia, etcétera. El caso de Pere Aznar, como el de muchos otros, era diferente. Él se levantaba puntualmente para llevar a su hija al colegio y le leía cuentos por las noches; se llevaba razonablemente bien con su pareja, entregaba en tiempo y forma sus guiones para el espacio televisivo Leit Motiv y cumplía en sus citas semanales con la radio. Eso sí, mientras hacía todo esto, o estaba borracho, o estaba contando en su cabeza las horas que restaban para estarlo de nuevo. 

Los casos como el mío tienen el problema de que, si tú no te das cuenta, nadie lo va a hacer. Si puedo funcionar en sociedad de forma razonable; si ningún policía me trae a casa un martes por la mañana, ni nadie me encuentra tirado en un portal, es posible que nadie sepa lo que me está pasando realmente. Esto es así, pero también te digo una cosa: hay señales muy claras que nos pueden llevar a intuir que la persona que tenemos delante tiene un problema. Si en el tiempo en el que tú bebes una caña, yo bebo tres whiskys, ojo. Si cuando tú te vas a casa a las tres de la mañana, yo digo que no me voy, o lo hago pero antes me paso por una gasolinera para comprar tres latas de cerveza para el camino de vuelta, algo pasa. Yo además tenía otra maldición; la de contar con una enorme resistencia para soportar elevadísimos niveles de consumo sin que exteriormente se me notase mucho. Y con la capacidad de irme a dormir a las cinco de la mañana y estar a las siete de la mañana en pie”.

Estas son algunas de las experiencias que Pere Aznar desarrolla en Beber (Aguilar, 2023), el relato confesional que comenzó a escribir tras abandonar el alcohol -o “la bestia” como él se refiere a su adicción- el 13 de julio de 2021. El momento epifánico en el que se percató de la falta de conexión con la realidad en la que vivía desde hacía tantos años se produjo en un pueblo remoto de Castilla-La Mancha. Aznar había acudido a ese lugar, conduciendo su coche con una notable resaca, porque esa mañana enterraban a uno de sus mejores amigos. Las 48 horas anteriores habían sido todo un maratón etílico. Allí, frente al espejo del baño del tanatorio, decidió que ese sería el principio del final.

En realidad, este libro es la versión extendida de un monólogo semi improvisado que Aznar realizó en un bar de micrófono abierto cuando llevaba sesenta días sin beber. “Es una cosa que hacemos siempre los cómicos; cogemos nuestra vida y la convertimos en chistes para hacer que nuestros problemas sean más llevaderos”, apunta.

Días después de ese monólogo se produjo la confesión masiva y en directo ante Andreu Buenafuente, quien por cierto no tenía ni idea de lo que iba a contar su colaborador en su sección habitual de Leit Motiv. Ya no había vuelta atrás: de ahora en adelante, todas las búsquedas de su nombre en Google iban a ir acompañadas de la palabra “alcoholismo”. “Fue entonces cuando Penguin Random House me propuso escribir un libro sobre este tema. Me encerré durante meses para purgar mis emociones y verterlas en un texto que he intentado que no solo fuese emotivo, sino sobre todo divertido. No es un ensayo, y no está escrito para demonizar el alcohol ni para decirle a nadie con este problema lo que tiene que hacer. De hecho, yo creo que existe una forma equilibrada y lúdica de consumir alcohol. El problema es que yo no puedo beber de esa forma”. 

La recaída

De hecho -ahí va un spoiler permitido por el autor-, Aznar tuvo una recaída durante el proceso de escribir el libro. “Al contrario de lo que puede parecer, la primera etapa de deshabituación no es la más difícil, porque tienes todavía el empuje de la voluntad y la ayuda de sentirte orgulloso con tus progresos, poniéndote la medallita cada día -explica-. 

Pero pasan los días y, cuando llegas al año de sobriedad aproximadamente, hay un momento crucial. Ya no tienes ese empuje inicial, y el cerebro te dice: ¿esto es para siempre? Es muy difícil asumir que ya nunca más podrás disponer de ese arma anestésica que tenías antes y te llevaba a evadirte de tus preocupaciones. Luego, según nos dicen en terapia, hay otra fase muy peligrosa, que se da cuando han pasado doce, trece, catorce años desde que dejaste de consumir. En ese momento, mucha gente piensa erróneamente que se han curado y están a salvo. Y no es verdad. Una sola cerveza te devuelve a la casilla de salida”.

“Las recaídas son muy habituales -lamenta-, pero se aprende de ellas. Cuando cuento la mía en el último capítulo del libro la gente se queda rota; en cambio, para mí es un capítulo bastante luminoso. Esta experiencia me permitió cambiar de prisma y darme cuenta de que es muy peligroso utilizar solo los malos recuerdos para deshabituarse. Esta bestia va a estar conmigo toda la vida, así que tengo que convivir con ella desde el punto de vista más positivo posible. Ahora prefiero enfocarme en cómo ha mejorado la relación con mi padre y mi hija, por ejemplo”. Pere nombra a Valentina, una de las grandes protagonistas de este libro, que tiene muchos personajes, algunos de ellos muy peculiares, y una buena ración de anécdotas de sus pasadas incursiones en los bajos fondos de la noche valenciana. 

Además, en un discreto pero fundamental segundo plano está la figura de su mentor, Andreu Buenafuente, que fue el que le señaló el camino de salida, probablemente de forma inconsciente. “Él fue el que me animó a dejar de hablar de las cosas del mundo y empezar a hablar de mí mismo. Sin saberlo, me cambió la vida. Él y yo nos queremos mucho. Para mí es como el típico tío que solo ves en las bodas y en Navidad, pero que siempre te suelta una pequeña frase significativa que te marca un montón”.

Miedo a no ser gracioso

Todavía está muy interiorizado el estereotipo del cómico vicioso, que yo creo que tiene mucho que ver con el club de la comedia y con esa imagen del monologuista que sube al escenario con una cerveza en la mano. La realidad es que ese estereotipo no representa a toda la realidad de la profesión, ni mucho menos”. En este punto, salen a colación las referencias más trilladas en lo que se refiere a la comedia y los excesos: Ernesto Sevilla, Raúl Cimas.. “Es que esos cómicos tampoco es que sean John Belushi -responde Aznar-. La gente no acaba de entender que Ernesto siempre habla así, ya sea un lunes por la mañana o un viernes por la noche. Todo el mundo da por hecho que va siempre pedo, y no es verdad”.

Cuando Pere destapó su idilio con el whisky con coca-cola (en vaso ancho y con hielo picado), le sobrevinieron muchas inquietudes. Una de ellas, lógicamente, tenía que ver con el pudor de hablar en público de una cuestión tan íntima. La otra estaba relacionada con la naturaleza de su profesión: ¿seguiría siendo igual de gracioso que cuando escribía chistes a través de la ligera niebla etílica o resacosa con la que se habituó a convivir?  “Al principio obviamente tienes mucho miedo. Siempre se reivindica que la mejor comedia es la más honesta, la más cruda y potente. A mí también me gusta mucho, pero ¡hazlo tú! (ríe). Confieso que en su día no reflexioné demasiado sobre las consecuencias que iba a tener el hecho de hablar abiertamente. Ahora a veces pienso: ¡En menudo lío me he metido!” (ríe de nuevo). Por otra parte, me preocupaba el momento de volver al trabajo, sobrio por primera vez. No sabía cómo iba a funcionar. Pero la respuesta es que sí, sí puedes seguir siendo gracioso. Lo que pasa es que todo es diferente. Ahora hablo de forma menos atropellada, percibo muchas cosas de las que antes no me percataba, y analizo todo con más claridad. Es posible, eso sí, que no tienes el resorte de la extroversión tan agudizado; no soy tan histriónico ni contundente como antes. Pero en términos generales, creo que soy más efectivo, y mejor de alguna forma”. 

Lo cierto es que la “temida” sobriedad no ha socavado la carrera profesional del cómico valenciano; además de su trabajo como guionista de El Terrat y sus colaboraciones en Cadena Ser, Aznar ha finalizado la primera temporada del docureality 400 de À Punt Televisió, que prepara ya la siguiente. “Tengo la suerte de tener mucho trabajo y muchos proyectos. Y no me importa hablar ahora mismo de mi alcoholismo, lo hago con convencimiento, pero yo ya tengo mis pensamientos en otra cosa: mi vida después de beber”. 

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