LA YOYOBA / OPINIÓN

Perdida en el 'urban casual café'

14/07/2017 - 

Érase una vez un verano. Un verano tarambana al que le daba por ponerse a llover de sopetón un viernes cualquiera de julio No se trataba de una lluvia homologada ni tampoco homogénea. En cada acera arreciaba con ímpetu desigual. El chubasco juguetón se divertía con los transeúntes que esquivaban charcos fugaces, abriendo o cerrando paraguas en una coreografía improvisada. Este contratiempo climatológico me deshizo los planes matutinos. Las porras de La Madrileña quedaban a un tiro de piedra pero los goterones como sopas de gazpacho no daban tregua.  Un urban casual café se interpuso en mi destino mañanero en pos de un desayuno alto en calorías y bajo en precio. Entré de mala gana y peor leche en un territorio pijo de mi barrio. Aquí no se desayuna por menos de diez euros pero al menos no llueve.

Nada más entrar reparé en la pareja que ocupaba una de las mesas de la terraza resguardada de la lluvia bajo un toldo impermeable. Ella era un cóctel con una base de Ángela Carrasco, un chorrito de Isabel Preysler y unas gotas de Lidia Bosch a la edad de Médico de Familia. Toda su figura olía a limpio, a blanco inmaculado. "A esta le enseñaba yo lo que es una buena mancha en la pechera", rezongué para mis adentros, comida por la envidia,  mientras tomaba asiento en el velador contiguo. La desconocida cuarentona embutida en un cuerpo de veinteañera venía equipada con una sonrisa indeleble y unas tetas demasiado robustas para su talla. A su lado, un hombre de apariencia atlética, carente de esas lorzas que suelen alterar la firmeza de la espalda de cualquiera. El pullover blanco, sin una sola arruga. Ni siquiera en aquellos recovecos corporales donde se engarzan el tronco y las extremidades. No le sobraban pelos ni kilos. Usaba un castellano suave, cultivado en el Atlántico sur. Le escuché cuando encargaba la comanda. Té verde, azúcar moreno en terrones, una tostada de multicereales con no sé qué y un jugo de frutas exóticas que habrían debido pasar muchas aduanas antes de llegar a su estómago.

Y en la mesa de al lado, yo. Con el pelo aplastado por la lluvia, los bajos de los pantalones salpicados de gotas marrones y una camiseta de diario planchada hacía días que mantiene  una querencia innata a arrugarse nada más mirarla. El camarero debió advertir el cambio de hemisferio social cuando se me acercó con la carta de papel reciclado donde se anunciaban desayunos slow food: todo recién hecho. Pues espero que lo mío no tengan que hacerlo al instante porque si no, me dan aquí las uvas: "Un café con leche, un croissant de mantequilla - le dije tras un repaso rápido a la oferta culinaria- y sacarina". Puro exotismo casual food.  

Por mi oreja derecha entraba una conversación entrecortada sobre psicología aplicada que mantenían dos chicas criadas en los pechos de Harry Potter. Eché de menos la vocinglería de otros desayunos populares en los que se debate sesudamente sobre la paternidad de CR7 o la conveniencia de invadir Cataluña por tierra, mar y aire.  Fuera sigue lloviendo intermitentemente. La pareja blanca se va. Además de guapos son altos. Ella abre su bolso y se enciende un cigarrillo. Fuma, luego es humana. Aprovecho un clareo para finalizar esta incursión en territorio pijo y salgo rauda en busca del coche. El cielo me ha visto, descarga un rayo y quema un árbol en una terraza cercana. El trueno hace temblar la acera. Joder con la tormenta. Solo he traicionado a las porras con un casual café pero tampoco es para que me parta un rayo.  O sí. 

@layoyoba