Este invierno lluvioso y encapotado, que este año se resiste a dejarnos, impidiendo con ello el avance de la primavera, parece que nos lo hubieran traído los refugiados que han venido desde Ucrania a nuestro país. Vemos en las noticias, con el corazón encogido, a los miles de personas que han emprendido el éxodo hacia otros países de Europa, e incluso hacia Rusia, lo que no deja de ser paradójico. Mientras contemplamos este desastre humanitario mayúsculo como voyeurs, desde la distancia de nuestro sofá y con el mando a distancia de la televisión a mano, por si nos espantan las imágenes, nos sentimos traspasados de empatía hacia esas personas de hogares rotos, de país arrasado y miles de muertos, por culpa de la ambición desmedida de un tipo tan peligroso y tan cruel como Putin.
Todavía hay quien trata de justificar lo injustificable, como es la invasión de un país soberano a manos de su vecino todopoderoso, debido a no sé qué presuntos incumplimientos por parte de Europa, y al nazismo. Este es un argumento peregrino de Putin, si no fuera porque, en este caso, “el que lo huele debajo lo tiene”, como dicen los niños. La contienda está resultando de una dureza insoportable y lo peor es que la cosa no tiene visos de terminar, ni mucho menos, sino que se recrudece por días, ante la pasividad del mundo occidental.
Los países de nuestro entorno, amparándose en el teórico deseo de no dar lugar con su intervención a que se extienda la mancha de aceite, siguen la pauta de no mojarse en el conflicto, sino mirar los toros desde la barrera, dándole al héroe ucraniano, el presidente Zelenski, armas y algunas ayudas, para que él y los suyos sigan aguantando en esta contienda desigual, intentando por esa vía y la de los embargos a Rusia no quedar como unos auténticos marranos. Es cierto que la amenaza es enorme, porque Putin parece capaz de cualquier cosa y actúa con una impunidad absoluta.
Menos mal que los chinos, que también van a la suya y solo andan preocupados por dominar el comercio mundial, no lo han apoyado abiertamente, con lo que no se han terminado de romper todos los equilibrios inestables. Loado sea. Hemos de evitar identificar al pueblo ruso con el tirano del bótox hasta las orejas, que detenta el poder omnímodo a ese lado del globo. Las rusas también braman por sus hijos, soldados de remplazo, mandados a la guerra con comida caducada a luchar por no se sabe bien qué y con el ánimo por los suelos. Y es que la moral de la tropa tiene su importancia, y no defienden con la misma fiereza y valor los invadidos que los invasores, el que está luchando por su casa y su país que el que quiere tomar por la fuerza los del vecino. Confiemos en que lleguen a un acuerdo que satisfaga a ambas partes, cediendo un poco cada una, y que acabe este desastre cuanto antes.
Ahora nos quieren vender la moto de que la crisis de los carburantes nos viene por causa de la guerra y nuestra dependencia del gas ruso, pero no podemos permitir que nos cuenten el relato como les dé la gana a algunos. Ya antes de la guerra había una crisis brutal con los combustibles fósiles y el gas: los precios de la gasolina y el gasóleo estaban por las nubes. No se entiende, después de la huelga salvaje del transporte, que ha causado pánico en los consumidores y ha obligado a parar la producción de muchas fábricas y puertos, con el consecuente crack de la distribución en todo el país, la postura de la plataforma de los camioneros que aún sigue con la reivindicación, a pesar de la importante ayuda del Gobierno, que les ha rebajado 20 céntimos por litro de carburante. Es obvio que los huelguistas están queriendo abusar en su beneficio, en un momento especialmente vulnerable para el país, lo que no puede ser defendido dado que esta crisis económica, que ya no hay quien la niegue, nos está afectando a todos, con una inflación que está desbocada.
A pesar de todo lo dicho, y aunque haya que pensar cómo resolver a corto plazo el monumental problema del gas, que para colmo de males se ha juntado con un cambio de timón inesperado en la política exterior española en el Magreb. Este cambio bien podríamos calificarlo de bandazo de Sánchez, quien anda desencajado en estos días, aunque no es para menos. Tenemos que poner las luces largas también. Es posible que con el gas norteamericano nos podamos desenganchar en parte del ruso, pero a largo plazo tendríamos que plantearnos hacer una apuesta fuerte como país por el uso de nuestras propias energías, el sol y el aire: baratas, limpias y españolas. Claro que no creo que a las multinacionales de las que somos siervas les haga ninguna gracia, pero deberíamos favorecer este tipo de inversiones, tanto en las empresas como por parte de los particulares, bonificándolas o apoyándolas con ayudas directas, para que resulten rentables y podamos, a la larga, tener más independencia energética y más recursos para dedicarlos a otras cosas.